Por qué votan a Sánchez a sabiendas de sus fechorías
Sánchez era un mentiroso hasta el 23J: ahora ha logrado que le voten millones de personas a sabiendas de sus fechorías.
Hemos naturalizado demasiadas cosas antinaturales. La psicología explica cómo, a fuer de insistir en el despropósito, el abuso o la mentira, todo se normaliza en quien lo comete y en quien lo sufre.
Sucede con el maltrato, la agresión sexual o hasta el secuestro, donde el «Síndrome de Estocolmo» convierte a menudo a la víctima en un esclavo emocional de su raptor. Y algo de eso sucede en España.
A fuer de constatar los excesos de Sánchez, nos hemos acostumbrado, incluso sus detractores, e iniciamos las discusiones a partir de que se perpetran, como si fuera opinable algo que, en realidad, no debiera ni plantearse: ha perdido las Elecciones Generales, con su bloque bajando y el de la derecha subiendo, pero la discusión nacional versa sobre las escasas opciones de Feijóo para lograr la Presidencia y no sobre las infames posibilidades de Sánchez para lograrla, que se limitan a una: contar con el respaldo de Puigdemont, a sumar a los de Junqueras y Otegi.
Que Sánchez pueda siquiera planteárselo es ya, en sí mismo, una prueba de su éxito: en condiciones normales, a un aspirante a presidir un país como España le daría vergüenza la mera idea, y la desecharía sin llegar a atreverse siquiera a pronunciarla en público.
¿Cómo voy a ser presidente si la única razón del apoyo de los Jinetes del Apocalipsis es que les ayude a destruir el país al que me debo? ¿Cómo voy a serlo por los 300.000 votos de cada uno de los partidos, primados por una Ley Electoral infame que da poderes absolutos a minorías ínfimas, frente a los once millones de personas que me han ignorado?
Que Sánchez no necesite plantearse esas preguntas esenciales y que, si lo hace, sea para desecharlas de un plumazo, constata el formidable éxito de su campaña sostenida de borrado de la memoria y de implantación colectiva de un chip justificativo de los peores atropellos.
Lo ha hecho, con fortuna, en el plano individual, aprobando leyes capciosas que borran incluso la frontera biológica entre el hombre y la mujer, convirtiendo en un derecho lo que solo es un anhelo y permitiendo que el cambio de sexo sea viable con acudir a una ventanilla.
Lo ha hecho con la economía, esparciendo la empobrecedora idea de que todo el mundo puede vivir del Estado, sin hacer nada e insultando encima a quienes financian a ese Estado confiscatorio.
Y lo ha hecho, finalmente, logrando que el escándalo de arrojarse en brazos de quienes proclaman públicamente que le respaldan para concluir su demolición de España parezca una legítima apuesta por un modelo «plural y progresista».
Pero algo ha cambiado el 23 de julio, y debemos reconocerlo. Casi 8 millones de personas han votado a Sánchez a sabiendas de todo ello, ya sin la posibilidad de que apelemos al engaño con el que se presentó a los comicios de 2019, cuando negó expresamente todo lo que finalmente hizo con alevosía y el desparpajo relativista habitual en el personaje.
Todos esos ciudadanos han respaldado los indultos, la reforma del Código Penal al dictado de delincuentes, la derogación de los delitos que cometieron, la posibilidad de referendos de independencia, los asaltos reiterados a la separación de poderes, la marginación de la Corona, la sumisión a Marruecos, las leyes a favor de okupas y violadores, el despilfarro económico y la fiscalidad feudal, la subordinación al separatismo y hasta la adicción al Falcon.
Lo sabían. Y lo han elegido. Y han preferido también que, frente a los once millones de votos largos del PP y de VOX, se imponga la caótica amalgama de veinte partidos distintos que superan los doce millones de votos y solo se unen para culminar el caos que cada uno de ellos defiende, con un acento regional e ideológico distinto unido en exclusiva por su desprecio a España.
Sánchez era un mentiroso compulsivo hasta el pasado domingo. Ahora es el atracador jaleado por sus rehenes, que se han puesto en contra de la Policía y consideran que el robo está justificado. A ver cómo arreglamos esto ahora.