Once millones de frustrados
En un país normal y frente a un líder socialista con determinados escrúpulos democráticos, la división de la derecha no sería tan perniciosa
En España existen 11 millones de votantes de la derecha y del centro derecha: democristianos, liberales, conservadores, incluso cada vez más socialdemócratas que no soportan las alianzas tóxicas de Sánchez. Con distintas sensibilidades y con distintas prioridades, todos esos votantes comparten unos principios comunes: la defensa de la unidad de la Nación, la apuesta por la libertad y los derechos individuales y una visión de la economía en la que el Estado tenga un tamaño justo, ni más ni menos que el necesario para prestar los servicios públicos que definen nuestro sistema de bienestar. A partir de esas premisas fundamentales, encontramos multitud de matices e incluso discrepancias abiertas. Como fruto de esas diferencias, en los últimos tiempos esos once millones de votantes se han expresado en las urnas de muy distintas maneras, todas legítimas.
Después del recuento del voto exterior, PP y Vox han sumado 170 escaños, uno más de los que obtuvieron PP y Ciudadanos en 2016. En 2019, los mismos once millones de votantes de derecha y centro derecha concurrieron a las elecciones en tres candidaturas distintas –PP, Cs y Vox– y obtuvieron, entre todos, 147 diputados en la convocatoria de abril y 151 en la de noviembre. Sin embargo, cuando esos mismos once millones de votantes, incluso algunos menos, apostaron por una única candidatura, la derecha gobernó con rotundas mayorías absolutas; la de Aznar, con 183 escaños y la de Rajoy con 186. No es un problema de personas ni de políticas; es un problema de números.
En un país normal y frente a un líder socialista con determinados escrúpulos democráticos, la división de la derecha no sería tan perniciosa. Nadie discutiría que Alberto Núñez Feijóo debería ser el presidente del Gobierno; como lo fue Aznar en 1996 y como lo fue Rajoy en 2016. El grupo minoritario podría condicionar la labor del gobierno como hizo Ciudadanos en 2016 y como se dispone a hacer Vox en varias Comunidades Autónomas. Pero en las Comunidades Autónomas no existe eso que Pablo Iglesias llama el «bloque plurinacional» y que, a pesar del revolcón, aún mantiene 26 escaños que siempre apoyarán al PSOE contra la derecha. Que Puigdemont se haya convertido en el árbitro de la política española puede escandalizarnos, pero no llamarnos a engaño, todos sabemos que acabará apoyando un gobierno de Sánchez y que este no tendrá el menor escrúpulo en aceptar sus votos.
Los once millones de votantes de la derecha han vencido con toda claridad al ticket formado por Sánchez y Yolanda Díaz, pero no ha sido suficiente. Las elecciones del domingo pasado demuestran que para evitar que el futuro de España lo dicten el independentismo de pasado criminal y el de pasado golpista, se necesita concentrar el voto. Mientras no ocurra así las noches electorales serán un constante ejercicio de frustración para todos. Tanta discusión por establecer qué partido defiende mejor la unidad de España nos ha llevado a que España esté en más riesgo que nunca.