España, en manos de Puigdemont y Urkullu
Los que pensábamos que los españoles estaban hartos de inestabilidad y de tensión estábamos rotundamente equivocados
Ha habido otras noches en que las encuestas han fallado estrepitosamente, pero esta ha sido una de las más sonadas. Los sondeos habían pronosticado una mayoría absoluta tan rotunda del bloque de la derecha y un castigo tan severo al PSOE que la victoria del PP supo a poco y la derrota del PSOE supo a victoria. De nuevo la maldita gestión de las expectativas que tantos disgustos ha ocasionado a los políticos.
Con este resultado electoral el destino de España vuelve a estar en manos del PNV o, lo que es peor, de Puigdemont. El Bloque Frankenstein suma 172 escaños: 122 del PSOE, 31 de Sumar, 7 de ERC, 6 de Bildu, 5 del PNV y 1 del BNG. El bloque de la derecha suma 171: 136 PP, 33 Vox, 1 UPN y 1 Coalición Canaria. Los 7 diputados de Puigdemont se convierten así en los árbitros de la política española, salvo que lo impidan los 5 diputados del PNV; un panorama ciertamente desolador para quienes amamos la nación española. No es la primera vez que España queda en manos del PNV y los precedentes no son buenos. En 2018, una semana después de apoyar los presupuestos de Rajoy, el PNV no tuvo empacho en mandarle de vuelta al registro de Santa Pola; a la vista de ese dato todas las prevenciones resultan pocas.
Con el reparto de escaños de anoche cualquier cosa es posible; lo más probable es que al monstruo de Frankenstein Sánchez intente sumarle un nuevo miembro en la figura de Puigdemont. Aunque tampoco es descartable que la pelea entre los independentistas en País Vasco y Cataluña impidan este nuevo Frankenstein y nos veamos condenados a una nueva repetición electoral. Incluso entra dentro de lo posible, pero muy improbable, que suene la flauta y Feijóo consiga armar un gobierno a base de renuncias y abstenciones. Eso lo iremos viendo a lo largo de los próximos días, pero como ya hemos fallado bastante a la hora de hacer predicciones, mejor será dedicar nuestros esfuerzos a intentar entender qué ha pasado en esta jornada electoral.
Los que pensábamos que los españoles estaban hartos de inestabilidad y de tensión estábamos rotundamente equivocados. El gran triunfo de Sánchez no es haber logrado 2 escaños más que hace cuatro años sino haber solidificado la fractura entre españoles. Los llamamientos de Feijóo a la concordia y la oportunidad de derribar la España de los bloques han fracasado y estamos ante una nueva legislatura de polarización. Si hace cuatro años en Ferraz se gritaba «Con Rivera no», anoche se escuchaba el «No pasarán» de la guerra civil. El detalle no puede ser más revelador del clima político en España.
Es esa división profunda de la sociedad española en bloques irreconciliables la única que puede explicar el fracaso de todas las encuestas. El voto oculto era del PSOE y la movilización no era atribuible en exclusiva al Partido Popular, como errónemente se dio por hecho después de la victoria en las municipales de mayo. Que ese movimiento político se haya producido sin que lo detectara el radar de las encuestas es la prueba de una notable disfunción en los códigos de la opinión pública española.
Con todo ello y a pesar del chasco por las desmesuradas expectativas creadas, la victoria del Partido Popular es indiscutible. El PP de Feijóo ha vuelto a ganar las elecciones generales después de siete años de sequía y lo ha hecho con mucha autoridad sobre un PSOE al que la ha sacado 14 escaños de ventaja. El PP ha recuperado 47 escaños y se planta en el Congreso con 136 diputados como la fuerza más votada de la cámara. Feijóo acertó anoche al reclamar su derecho a formar gobierno y a evitar un nuevo bloqueo del país. En cualquier caso puede que sus 136 diputados no le lleguen para alcanzar la Moncloa pero sí son suficientes para crear graves problemas a quien pretenda gobernar sin haber ganado las elecciones.
Sánchez, el desahuciado hace unas horas, se presentó como el vencedor moral de la jornada y acrecienta la leyenda sobre su resistencia. Ni los más optimistas hubieran predicho que podría mejorar sus resultados de 2019 aunque solo fuera en dos escaños. Intentará formar gobierno y tendrá más fácil el manejo de la coalición con Yolanda Díaz, o al menos eso cree él. No estaría mal que preguntara a antiguos socios de la heroína de la plancha como Beiras o el propio Pablo Iglesias. Si consigue gobernar tendrá que enfrentarse a su propia herencia y no será fácil hacerlo con una coalición de media docena de partidos que, en el fondo, solo trabajan para la ruina de España y teniendo enfrente una oposición de 171 escaños.
Por lo que se refiere a Vox, ha sido el principal derrotado de la noche al haber perdido 19 de los 52 escaños que tenía. Se confirma una vez más la maldición de la división de la derecha. Por más que moleste a sus seguidores, la presencia de Vox solo ha servido para movilizar a la izquierda y para evitar una concentración de voto en el PP que permitiera desalojar a Sánchez. Lástima que tengamos que sufrir otros cuatro años de sanchismo para esperar que el enorme caudal de voto de la derecha sirva, de una vez por todas, no solo para ganar las elecciones sino para gobernar España.