Caperucita Génova y el lobo
El PP apela a un PSOE que en puridad ya no existe y que no hace más que insultarlos y despreciarlos cada día
Cualquier vecino de aquella comarca que no viviese en la inopia televisiva conocía las mañas arteras del lobo, su trayectoria de ruindades. El lobo mentía como quien respiraba. El lobo se había aliado con delincuentes ansiosos de destruir la comarca. El lobo despreciaba con asco a todos los animales partidarios del orden, la tradición y la familia. El lobo acosaba a los jueces y a todo aquel que osase a no pensar como él.
Pero Caperucita tenía otra idea. Pensaba que el lobo albergaba todavía un alma buena, que en el fondo, y a su modo, seguía defendiendo los intereses de la comarca, respetaba sus normas y todavía eran posibles acuerdos con él. Así que la buena de Caperucita hizo un Chamberlain y allá se fue con su cestita de regalos a ver al lobo y ofrecerle gobernar solo dos años, en una legislatura corta, a fin de evitar que las alimañas que cogobernaban la comarca siguiesen conservando mando en plaza ¿Y qué hizo el lobo? Pues lo acorde a su naturaleza: recibir la propuesta con desprecio y cachondeíllo y ordenar a su cuadrilla que saliesen a insultar a Caperucita, como cada día, foto náutica de hace 30 años incluida.
Feijóo, votante de González en su mocedad, tiene una bondadosa idea del PSOE que no se corresponde con su realidad desde Zapatero. Cuando el PP habla de «los dos grandes partidos constitucionalistas» es presa de una mixtificación. El PSOE prefiere como socio al más abyecto de los partidos anticonstitucionales antes que al PP. Esa es la verdad. El PSOE es un partido que tacha de «ultra» a Vox y adula a Bildu. El PSOE es el partido que ha inventado los «cordones sanitarios» para aislar siempre y en todas partes al PP. El PSOE es el partido que ha acosado como nunca al poder judicial. El PSOE es tan constitucional que ya está metiendo con calzador la amnistía (ahí tienen hasta a la presunta «sensata» Margarita Robles, una juez, defendiéndola, cuando no cabe en la Carta Magna ni fumándose un alijo de grifa).
Feijóo ha presentado a Sánchez un acuerdo con seis posibles pactos de Estados, vaporosos lugares comunes casi todos, y lo invita a conservar el espíritu de la Transición y perseverar en él. El PP, o es muy ingenuo, o se lo hace por razones que ignoramos. Sánchez no está por la Transición, sino por todo lo contrario: trabaja para derogarla por la puerta trasera, con un cambio constitucional encubierto que nos lleve a la «nación de naciones» y posibilite el imperio perpetuo del «progresismo». Sánchez está cerrando ahora mismo la amnistía de todos los golpistas de 2017, Puigdemont en cabeza, y probablemente prometiendo ya bajo cuerda que a lo largo de la legislatura les otorgará alguna forma de «consulta de autodeterminación». Pero Génova apela a que PP y PSOE coincidan en «una visión de Estado en la que los intereses generales no queden supeditados de forma inexcusable y permanente a otros minoritarios o incluso personales que socavan la unidad de la Nación y la neutralidad y el prestigio de las instituciones democráticas». Eso dice en un pasaje de la propuesta que le llevó Feijóo a Sánchez. Y eso es como pedirle a George Best que beba leche.
¡Por favor! Bajen de la nube. Lo que viene haciendo Sánchez desde 2018 es precisamente someter a sus intereses particulares la unidad de la nación y las instituciones. Despertad: la izquierda española, la más radical y antipatriótica de Europa, os odia y jamás se entenderá con vosotros, sino que os irá restando oxígeno vital allá donde pueda y cómo pueda. Esa es la entraña autocrática del «sanchismo», la amenaza que el PP prometía «derogar» en su campaña del mes pasado.
Se comprenden la desazón y el desconcierto en Génova tras no lograr alcanzar la mayoría necesaria para echar a Sánchez al pinchar la pata de Vox, que perdió 19 escaños. Pero la solución desde luego no pasa por charlar con el partido de Puigdemont (dejando tirados a los catalanes del PP que se han partido allí la cara por España), o por hacerle propuestas tipo Heidi a Sánchez. El PP necesitaría todo lo contrario:
- Un ideario y un modelo económico (liberal) distinto al del progresismo obligatorio, en lugar de conformarse con leves retoques al marco mental que ha impuesto el PSOE.
- Dar la batalla de las ideas, por supuesto. Empezando por aclarar si el humanismo cristiano sigue inspirando sus principios, como todavía reza en sus estatutos. Y si es así –como esperamos– que se note.
- Ofrecer una ilusión a los españoles, no una hoja Excel un poco más ordenada que la del PSOE, y animarlos con un país de emprendedores, empresarios y ciudadanos ávidos de progresar en la vida. Lo que hizo Thatcher con su revolución conservadora.
- Normalizar la relación con Vox, pues si quieren gobernar algún día ambos han de entenderse con naturalidad y reivindicar ese entendimiento, en lugar de andar con pellizcos, cuando son parientes y además se necesitan ineludiblemente.
- Y por supuesto: España, más España. Presentarse como partido de patriotas, que quiere y reivindica un gran país y se compromete a luchar en serio contra los nacionalistas.
Si no se rearma ideológicamente, el PP puede quedarse en una especie de Ciudadanos un poco menos firme frente a los nacionalistas. Y entonces no le quedará más esperanza que aguardar a que un día ocurra algún prodigio extrañísimo que permita que el PSOE caiga de maduro. Es decir: o se van poniendo en su sitio como una alternativa distinta al «progresismo», o nos quedamos en manos de Sánchez hasta 2030.
Claro que sí, a mi también me gustaría un gran acuerdo entre partidos constitucionalistas por el bien de España. Pero media un problema insalvable: el PSOE ya no lo es.