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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

A veces llueve mucho, otras hay sequía

Según la gran Greta Thunberg, la humanidad desaparecería este año por el apocalipsis climático, todo indica que no ha acertado mucho

Actualizada 01:30

Este domingo llovió mucho en Madrid y Toledo, por lo que siempre se llamó una «gota fría», o «lluvias torrenciales», y ahora se llama una «DANA», que suena más fino.

Pero al ver los telediarios del mediodía aquello parecía directamente una peli palomitera de catástrofes de Roland Emmerich. Los presentadores, con rostro compungido, advertían que el cielo estaba a punto de partirse sobre nuestras cabezas, que dirían los tebeos de Asterix y Obelix. Despliegues de reporteros por todas partes: aeropuertos, centros de control, plazas, autopistas… la mayoría contando que en realidad todavía no había pasado nada en Madrid. En Barajas, «algún vuelo retrasado».

A media mañana había aparecido el alcalde de la capital en las televisiones. Almeida, al que tenemos por persona seria, anunció que por la tarde se batiría un récord de lluvia en Madrid. Advirtió de que la situación era «excepcional y anómala» y pidió que no saliésemos de casa a partir de la una. Acto seguido se suspendió el partido del Atleti y Renfe recomendó que no se viajase en tren a Madrid y Toledo. Parques y museos se cerraron.

¡Caramba! Así que cuando a las dos de la tarde salí del periódico para ir a comer paré un taxi, en lugar de ir caminando. Resultaba obligado ser prudente. Después, ya zampando, casi se nos clavan los tenedores en el gaznate con el susto: de repente empezaron a sonar unas estruendosas alarmas, como si hubiese un incendio. Resultó que eran nuestros teléfonos móviles, donde había entrado un aviso tipo sirena del 112 de Emergencias de Madrid. La cosa fue tan cantosa que ya circulan memes al respecto.

Tras acabar de comer, mi intención era pillar otro taxi para bajar al periódico, vista la famosa «alerta roja». Una compañera incluso me acababa de contar que en algún medio de Madrid había desalojado su redacción por la DANA. Como los taxis estaban ocupados me aventuré a comenzar a caminar, con cierta aprensión. Llovía bastante. Había pequeños cursos de agua en los laterales de la calzada. Pero como tantos otros días. Al llegar a la altura de la glorieta de San Bernardo vi que la terraza de un mesón popular estaba abarrotada, con los comensales aplicándose de lo más tranquilos sobre sus viandas y espirituosos, mientras fuera de la lona caían algunas gotas leves.

A las cinco vi en la tele a un funcionario de emergencias de Madrid reconociendo que no se había registrado todavía «ninguna intervención de gravedad». A las cinco y media, en el Canal 24 horas de TVE ofrecían imágenes del paisaje de los edificios de Madrid y la locutora señalaba: «Como ven, el cielo de Madrid está totalmente encapotado». ¡Oh, qué noticia! Aunque añadía que «lo peor está por llegar». En el programa seguían intercalando en bucle las graves advertencias de Almeida: «La mejor garantía para la integridad física es no salir a la calle».

En resumen, según las autoridades, a esas horas de la tarde deberíamos llevar ya cuatro horas y media encerrados en nuestras casas. Pero lo cierto es que lo único que había pasado en todo ese tiempo es que había llovido. Y sí, y luego por la noche llovió más. Y lógicamente hubo inundaciones, percances, se cortaron algunos trayectos ferroviarios. Pero a las ocho menos cuarto de la noche del domingo ya se había retirado la alerta roja en la capital y el peligro explosivo de la DANA pasaba de largo.

Según la gran Greta Thunberg usted no debería estar leyendo. Este año los seres humanos teníamos que habernos extinguido. «La humanidad será borrada en cinco años por el cambio climático a menos que paremos de utilizar combustibles fósiles», profetizó en un tuit visionario. No parece que haya acertado demasiado. De hecho ya lo ha borrado. Pero esta chica, carente de cualquier tipo de conocimiento o rigor científico y con problemas psicológicos reconocidos, ha sido la estrella de centenares de conferencias sobre el clima que se pretendían respetables y ha recibido importantísimos galardones.

Por supuesto: hay que mantener el planeta lo más limpio posible, cuidar el medioambiente, reducir la mierda que va a la atmósfera y los mares. Pero esos planteamientos lógicos han derivado en manos de la izquierda en una seudo religión climática, porque el hombre siempre necesita creer en algo y al aparcar la fe verdadera ha buscado placebos. También porque el socialismo se quedó huérfano de propuestas tras fracasar en el orden económico, así que abrazaron el apocalipsis climático y las obsesiones de género.

Solo existen registros meteorológicos fiables desde hace 143 años. Cada vez que les hablen del verano más cálido de la historia o del invierno más seco, el rigor científico tiende a cero, porque no existen bases para comparar. Mientras tanto, las televisiones nos mostrarán en verano un campo seco, denunciando con alarma que no llueve; y en invierno, o primavera, se sobresaltarán con idéntico espanto porque ha caído una tronada, o una gota fría, y el mismo terreno que era un secarral en la canícula ahora está anegado.

Anomalías climáticas hubo siempre. Lo que no había era teléfonos móviles para grabarlo todo al minuto, redes sociales, televisiones de información continua, webs y políticos curándose en salud para que no los acusen de blasfemos climáticos.

Y sí, en efecto, este domingo en Madrid y Toledo llovió mucho. Pero recuerdo los inviernos de mi infancia coruñesa como un continuo de vendavales, borrascas y olas. Hace 23 años cayeron en la ciudad 133 litros en un día. En Santiago fueron 164 y la crónica de El País consignaba que «no ha habido inundaciones». Corría el 8 de marzo de 1999. Todavía no había comenzado la seudo religión climática.

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