Yolanda le hace el recado a Sánchez
Que una vicepresidenta del Gobierno de España viaje a lisonjear a un prófugo de la justicia muestra la degradación extrema de nuestra izquierda y nuestra política
Yolanda Díaz, de 52 años, todavía militante comunista, es una abogada laboralista de Fene, en la comarca de Ferrol, hija de un histórico del sindicalismo gallego. Cuando todavía era morena y nada glamurosa, pinchó estrepitosamente en Galicia al frente de IU. Solo logró entrar en el Parlamento regional aliándose con el veterano nacionalista Beiras, quien tras romper con ella la tachó de Judas.
En el Parlamento gallego empezó la gran aventura trepa de Yolanda, salpicada de puñaladas por el camino. Se alió con las Mareas para saltar al Congreso y una vez en Madrid lisonjeó a conciencia a Iglesias, a su mujer y al resto de la camarilla rectora de Podemos. Además, reinventó su imagen, con obsesión por las mechas y la piel morena y un armario sin fondo conocido. Nació Pasarela Díaz, comunista de sonrisa perenne y soniquete azucarado.
Iglesias Turrión, que no es tan listo como imposta, tragó como un pipiolo con la amistad de Yolanda. Hasta el extremo de que cuando le dio la pájara de gandulería la eligió digitalmente como su sucesora. Yolanda se lo pagó crucificando a Podemos, inventándose un nuevo partido a su mayor gloria, Sumar, y purgando a Irene. Al final ha obtenido en las generales menos escaños que Podemos y en la práctica es un satélite del PSOE con otro nombre.
Personalmente, Díaz se caracteriza por la risa forzada y postiza y por su gusto por sobar a sus interlocutores, en supuesta muestra de proximidad. Políticamente, lo más notorio de su legado es una trampa: el cambio semántico para trucar los datos del paro. En lo que hace a la unidad de España comparte la felonía habitual de nuestra extrema izquierda. Prefiere hacer de tonta útil de los separatismos en lugar de posicionarse con el orden constitucional, pues sabe que por esas veredas turbias ha logrado el milagro de llegar a vicepresidenta (gracias a la debilidad de Sánchez, rehén de los nacionalistas).
Yolanda se ha ido de tapadillo a Bruselas a ver a Puigdemont sin avisar previamente al público español. Eduardo de Rivas, subdirector de El Debate, la descubrió en la noche del domingo en un hotel de Bruselas, preparando con su equipo su reunión con el prófugo en medio de un ambiente amateur; entusiasmada como si fuese una colegial que visita por primera vez Eurodisney. Pero su paso es gravísimo. Acredita de manera cruda la deslealtad de nuestra ultraizquierda y la perdida de calidad de nuestra democracia. ¡Una vicepresidenta de España viajando al extranjero para adular a un prófugo acusado de declarar la República catalana!
Muchos sentimos vergüenza ajena (y enojo) al ver a la vicepresidenta de nuestro país masajeando el brazo de un fugitivo enemigo de España y riéndose con él como si fuese su mejor amigo. Pero el tertulianismo oficialista, que ha renunciado al más mínimo rescoldo de patriotismo, justificaba el viaje diciendo que acudía a Bruselas como líder de Sumar, no como vicepresidenta. Un argumento absurdo. Ostenta el puesto que ostenta y sus actos cobran una relevancia pública por razón de cargo. Incluso en su comitiva llevaba a fontaneros que están empleados en el Gobierno, no en Sumar.
En realidad, Yolanda voló a Bruselas, como destapó El Debate, para hacerle el trabajo sucio a su jefe, Sánchez, y dar el primer paso para blanquear a Puigdemont (del mismo modo que la prensa del régimen «progresista» ya está blanqueando la amnistía). Yolanda hará lo que haga falta para que Puigdemont dé luz verde a Sánchez, pues de ello depende un puesto con el que jamás había soñado cuando inició su carrera trepística.
Pobre España, qué degradación institucional. Y ni siquiera la oposición anda muy fina, todavía de bajón. Abascal condenó la negociación de Díaz con Puigdemont, sí, pero sin la contundencia debida (alguna vez ha sido más duro con el PP). Feijóo le alquiló la faena a Sémper y se limitó a un tuit. ¿Qué tenía más importante que hacer ayer el líder del PP que comparecer para condenar la barbaridad institucional que estaba ocurriendo en Bruselas? El melifluo Sémper intentó justificar malamente la flagrante contradicción de su partido, que condena con dureza la negociación de Díaz con Puigdemont, pero al tiempo está dispuesto a hablar con el partido del golpista fugado.
Pronóstico más probable: la izquierda se apañará con el separatismo, Sánchez será investido y España quedará hecha un cromo. Y mientras se lleva a cabo la laminación a cámara lenta de la vieja nación española, al gran público lo atiborran de «dana» y Rubiales, no vaya a ser que se percaten de que les están birlando su país ante sus ojos.
Como no soy jurista, acabo con una pregunta de barra de bar que se hacen muchos españoles: ¿No se le pueden buscar judicialmente las cosquillas a lo que ha hecho Díaz? ¿No supone alguna forma de delito que una gobernante apoye abiertamente a un prófugo de la justicia?