Viaje alucinante al cerebro de Ione Belarra
¿Qué lleva a una persona que vive por encima de sus capacidades a instalarse en semejante batiburrillo de victimismo, envidia y rencor social?
Abundan los directores de Hollywood infravalorados, relegados bajo la etiqueta de «un buen artesano». Mi compañero –y sin embargo amigo– Adolfo Garrido, un gran cinéfilo, con frecuencia reivindica a Richard Fleischer, director judío neoyorquino que en 1973 rodó la pesadilla futurista Cuando el destino nos alcance. La película está ambientada en 2022 y de manera sorprendente anticipa muchos aspectos de nuestro modo de vida actual.
Seis años antes, Fleischer había dirigido otra historia de ciencia-ficción, Viaje alucinante. En esta fantasía, científicos estadounidenses han inventado una técnica que permite reducir a personas y objetos a tamaños microscópicos. Sirviéndose de ese avance, una tripulación médica se embarca en un submarino para ascender por el torrente sanguíneo de un sabio en coma que ha sufrido un serio accidente cerebral. Su misión consisten en alcanzar el cerebro del paciente y limpiar sus daños a contrarreloj, antes de que la tripulación y la nave vuelvan a su tamaño normal.
Me he acordado de aquella vieja película, que tanto me fascinó cuando la vi de niño, al pensar en el extraño cerebro de Ione Belarra. Como diría mi madre: «¿Qué pasará por esa cabeciña?». O dicho de otro modo: ¿por qué está enfadada con el mundo e instalada en la insensatez y el radicalismo una persona que ha disfrutado de una vida muy por encima de sus méritos y capacidades y no debería tener queja alguna?
Belarra, pamplonesa de 36 años, hija de un abogado y una psicóloga, fue una niña de cómoda clase media que estudió hasta los 17 años en un buen colegio católico de Pamplona. Luego se vino a Madrid a estudiar psicología y en su clase se topó con su medio de vida: se hizo amiga de Irene Montero, que a su vez se hizo novia y luego pareja del líder de Podemos, y hasta hoy. El partido morado es como una novela de Jane Austen, el amor siempre acaba floreciendo, e Ione encontró también allí a su pareja, Nacho, asesor de la formación y padre de sus dos hijos. A Ione, que trabajó de becaria en un ministerio y poco más, le ha ido de traca con el chollo podemita. A los 28 años ya era diputada, en 2020 se convirtió en secretaria de Estado y al año siguiente, ministra, al frente de uno de esos ministerios de cartón piedra que se inventó Sánchez para pagar sus carteras a Podemos.
Ione está como quiere. Ya es dueña de un piso en Madrid y vive como una pepa de la política. Y sin embargo sus planteamientos mentales son un desparrame de insensateces radicales. Siempre irritada y regañona, niega el hecho biológico femenino y masculino, es la primera en apoyar nuevas vueltas de tuerca ideológicas contra el derecho a la vida, pone a parir a jueces y empresarios (e incluso a otros ministros de su Gobierno, como Margarita), admira a las dictaduras socialistas hispanoamericanas, se pone de canto entre Ucrania y Putin y se pasa la vida haciendo guiños republicanos, con lo que incumple su deber como ministra de defender el orden constitucional. Su último dislate consiste en apoyar con entusiasmo a los terroristas de Hamás frente a Israel. Nuestra izquierda populista es así: tras todo su empalago feminista y arcoíris, resulta a la hora de la verdad apoyan a los que someten a las mujeres y persiguen a los homosexuales.
Habría que subirse al microsubmarino de Richard Fleischer para saber a ciencia cierta qué puré de prejuicios flota en el cerebro de Ione Belarra. Pero así, a ojo de buen cubero, lo que vislumbramos es lo de siempre en nuestra izquierda populista. Una psique victimista. Envidia cutre hacia la gente que ha peleado para ir a más y ha triunfado económicamente. Una mentalidad de asamblea de estudiantes todavía no superada. Un inaudito desprecio a su propio país (ser patriota es ser «facha»). Una negación absoluta de la faceta trascendente y espiritual del ser humano. Una intolerancia redicha y faltona. Y, por supuesto, restos del multifracasado virus comunista, aunque con el marxismo ya deglutido en forma de tuit, porque hasta leer les resulta cansado.
Pero esta persona ha llegado a ministra. No hay mejor parábola de la degradación de la vida pública española.