La mafia de la inmigración es el Gobierno
Es indecente ayudar en su negocio a los explotadores de africanos y repartirlos luego de mala manera por España
Desde el 10 de octubre, al menos una veintena de vuelos chárter fletados por el Gobierno ha despegado desde las Canarias rumbo a la península, cargados con aproximadamente 6.000 inmigrantes llegados ilegalmente a las islas, muchos de ellos tras abonar un dineral a las mafias que los trasladan en barcos hasta divisarse la costa, que finalmente alcanzan en cayucos con la ayuda de diversas ONG y de las patrulleras de salvamento marítimo.
Es decir, pisan suelo europeo tras comprarse un billete, a precios inasumibles por tantos otros, que les permitirán subirse a buques nodriza si han pagado lo suficiente o, si tienen pocos recursos, en barcazas peligrosas que jamás llegarán a puerto, en los dos casos con engaños inhumanos.
Durante la pandemia, se les mentía asegurando que Europa requería mano de obra urgente para relevar a los muertos y que, si abonaban las cantidades estipuladas por los mercaderes de carne humana, alcanzarían el paraíso y obtendrían fácilmente papeles y un trabajo con los que iniciar una nueva vida.
Una parte de ellos ha muerto ahogada y otra, tras llegar a El Hierro, se encuentra ahora desperdigada por toda España, ubicada en albergues del Camino de Santiago, campamentos en Alcalá de Henares o Carabanchel y hoteles, fondas y barracones en Medina del Campo, Sanjenjo o Malpartida, entre tantos otros destinos elegidos por el Gobierno a su libre albedrío, aunque da la sensación que con preferencia por lugares donde gobierna el PP o, tal vez, descansa el Rey Juan Carlos de cuando en cuando, entre destierro y desprecio.
Los inmigrantes en cuestión no saben dónde van, desconocen qué vida van a poder llevar ni cuánto tiempo van a estar. Y tampoco son informadas las autoridades municipales o autonómicas que, de repente, se encuentran con un embolado mayúsculo sobre el que no han opinado ni saben cómo gestionar: sus vecindarios crecen con nuevos residentes con necesidades elementales que nadie tiene claro cómo atender.
No hace falta dudar de todos esos pobrecillos, ni pensar que entre ellos solo hay futuros delincuentes y quizá hasta yihadistas, para denunciar el despropósito que se está perpetrando en nuestras narices por un Gobierno negligente, preso de su propio buenismo estúpido e incapaz de aprender de sus errores más trágicos, como aquel asalto a la valla de Melilla que acabó con 23 muertos.
Vamos a dar por supuesto que todos ellos vienen con las mejores intenciones y que, efectivamente, solo buscan prosperar, trabajando duro y respetando las normas, con el sueño de ayudar a sus familias y tal vez reunirse con ellas cuando su esfuerzo se lo permita.
Eso es lo probable, y cualquiera que haya conversado con un senegalés sabrá que su mayor deseo es integrarse en su sociedad de acogida y ganarse la vida decentemente: no son distintos a nosotros y, salvo comunidades muy focalizadas con una tara fundamentalista de origen, quieren lo mismo que nosotros.
Pero no se lo ofrecen: a la explotación bochornosa que padecen en sus países por organizaciones criminales sin escrúpulos se le añade así la complicidad negligente de Gobiernos como el de España, rematada por una solución provisional que alimenta su marginalidad, genera guetos y estimula el rechazo de los vecinos de sus comunidades de acogida.
Porque es bien fácil de concluir que, si tú te juegas la vida y el escaso dinero que tienes por llegar a España y, una vez logrado ese objetivo, te confinan en un barracón sin ningún otro plan ni medida integradora hasta que seguramente te devuelvan a tu casa, lo que harás será fugarte en cuanto puedas y buscarte la vida ahí fuera, en la clandestinidad de un sintecho, sin papeles y sin recursos, que al darse cuenta de que esto no es el paraíso prometido vivirá y se comportará como cualquiera haríamos en el infierno.
Si se les condena a sobrevivir, que nadie se sorprenda luego de que lo hagan a toda costa, caiga quien caiga: el viejo dilema marxista de si es el hombre quien fabrica sus circunstancias o las circunstancias quienes modelan al hombre queda resuelto de un plumazo: el Gobierno del Aquarius es un aliado de las mafias, cuando no la mafia misma, que las ayuda a tratar a seres humanos como a ganado, para que malvivan, y en ocasiones se comporten, como animales desesperados.