Ha estado muy bien. ¿Y ahora qué?
Los optimistas creen que el Gobierno «antiespaña» de Sánchez reventará en un par de años; los pesimistas piensan que se ha iniciado un camino de difícil retorno
Esta vez sí. La salvaje rendición del PSOE en los mostradores de Junqueras y Puigdemont ha desatado un estruendoso rechazo. Ante tal afrenta han salido en tromba todas las asociaciones judiciales, el CGPJ, los inspectores de Hacienda, la mayoría los abogados del Estado, las asociaciones de empresarios y las de Policía y Guardia Civil, los diplomáticos y varios colegios profesionales. Además, este domingo se han producido manifestaciones notables en muchas capitales de provincia, con una apabullante en Madrid. Por último, la Comisión Europea ya ha apercibido a Sánchez con una carta en la que expresa su preocupación por la posible quiebra del Estado de derecho en España.
Todo esto resulta muy alentador. Revela que millones de ciudadanos y muchas instituciones de peso no están dispuestos a aceptar impávidos que un oportunista derrotado en las urnas desguace España y su modelo de derechos y libertades.
Pero al final del día, cuando se desvanezcan los ecos de las protestas, ¿qué pasará? A la hora de la verdad, el próximo jueves Sánchez será investido, recibirá sus laureles montado sobre el tigre indomable del populismo de extrema izquierda y los separatistas antiespañoles. Y entonces, ¿qué? Ante esta pregunta hay pesimistas y optimistas, apocalípticos e integrados, que diría el añorado profesor Eco.
La versión optimista, que he escuchado con reiteración estos días, vaticina que la coalición imposible de Sánchez hará agua en breve. El argumento es que los separatistas empezarán a pedir la luna y el presidente del Gobierno no podrá dársela, momento en que estallará la coalición y habrá que ir a nuevas elecciones. Además la economía se está enfriando y en paralelo la UE demandará ya el año que viene regresar a la consolidación fiscal. Tocará cuadrar los números tras una orgía de gasto público, para lo cual nuestro Gobierno de socialistas y comunistas recurrirá a la única herramienta que conoce: otra vuelta de tuerca al garrote fiscal. Por último, es muy difícil que los españoles de otras regiones perdonen el agravio económico que van a sufrir para regalarles a los catalanes un cuponazo a la vasca. Con todo ese panorama, los optimistas calculan que en un par de años estaremos de nuevo ante las urnas y que esta vez la derecha sí recogerá la cosecha del enojo mayoritario. El anómalo experimento sanchista se acabará. España podrá volver a la senda de la normalidad institucional y revertir los pasos que se están dando para aflojar casi por completo los hilvanes de la unidad nacional.
Los pesimistas entonan un salmo totalmente distinto, un responso fúnebre. Sánchez es investido esta semana y allá para carnavales ya habremos vuelto a la normalidad con una rápida amnesia, porque la vida continúa, con su «finde» y sus «cañitas», y no puedes estar perpetuamente cabreado. La maquinaria de la potentísima propaganda del Gobierno se pondrá a trabajar a tope (ahí tienen ya al inefable periódico sanchista de capital británico-mexicano-catarí escribiendo editoriales encomiásticos sobre las bondades de la «mayoría transversal» que capitanea el PSOE). Las televisiones del régimen «progresista» continuarán con su lavado de cerebro a favor de este maravilloso «proyecto de concordia y futuro»; y lo mismo sucederá en Cataluña y el País Vasco con sus televisiones autonómicas y los medios engrasados por las subvenciones nacionalistas. Sánchez continuará comprando voluntades con sus pagas peronistas. Si se cumplen los peores augurios, lanzará además unos rápidos decretos para liquidar la justicia independiente, preludio de más pasos destinados a acogotar la crítica y garantizar un imperio perpetuo de la izquierda con la muleta del separatismo. La Constitución será remozada por la puerta trasera, con el truco de que el buen Cándido hará que las mayores animaladas sean perfectamente constitucionales. Tendremos así Sánchez para ocho años (o más). El horizonte final del plan será una España a la belga, una confederación de varios países unidos por finísimos hilos, que a todos los efectos dará pie a dos nuevos seudo estados, el catalán y el vasco, bendecidos por sendas consultas, por supuesto «perfectamente constitucionales» (Cándido dixit).
Si me preguntasen mi pronóstico, respondería a la gallega: ni A ni B, un término medio de ambas hipótesis. Pero desde luego dudo muchísimo que Sánchez caiga en un par de años, pues es harto difícil derribar a quien está dispuesto a todo para conservar el poder. Además, la derecha tendrá que ganar con rotundidad, lo cual resultará cada vez más difícil a medida que el sistema sanchista vaya deteriorando la limpieza de la democracia, algo que ya está ocurriendo.
Resumen: pintan bastos. Hay que seguir. Y cruzar también los dedos para que Europa (y Washington) escuchen el inmenso clamor.