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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Dedicado a Xavier, Marina, Eloy, Nuria y Elma

¿Qué tal dormís? ¿No os remuerde ni siquiera un poco la conciencia? ¿No os dais cuenta de que habéis firmado una aberración moral?

Actualizada 11:03

No hay que olvidar, aunque ellos quieran. Tomás Caballero Pastor no venía de una familia precisamente boyante. Hijo único, su abuelo paterno había sido jornalero y su padre emigró de Soria a Navarra, donde se convirtió en peluquero en Tudela, la ciudad de la Ribera donde se criaría Tomás. Cuando nuestro protagonista tenía solo siete años lo golpeó la desgracia de la muerte de su progenitor. Para sacar a su hijo adelante, la viuda abre un puesto en el mercado local, una pollería. Tomás, dotado para los números desde niño, echa también una mano en casa impartiendo pasantías de matemáticas siendo todavía estudiante.

Madre e hijo se mudan luego a Pamplona. El chico entra a trabajar como administrativo en una eléctrica local y al tiempo inicia su larga actividad en el mundo del sindicalismo católico y la política. Finalmente acaba empleado en Iberdrola y en la Transición entra en política como independiente, llegando a ser brevemente alcalde de Pamplona entre octubre de 1976 y marzo de 1977. Casado con Pili, su novia de siempre, padre de cinco hijos y católico de profundas convicciones, en los años ochenta participa además activamente en la vida deportiva y cultural de su ciudad como presidente de una asociación. Todo el mundo conoce a Tomás Caballero en Pamplona.

En 1995, se suma a Unión del Pueblo Navarro. Cuando llega 1998, su último año de vida, se encuentra ejerciendo de portavoz de ese partido en el Ayuntamiento tras haberse jubilado de Iberdrola el año anterior. Son tiempos crudelísimos, porque ETA ha comenzado a asesinar a concejales para aterrorizar a los no nacionalistas y alejarlos de la política. El 9 de enero de 1998, los terroristas destrozan con una bomba lapa a un concejal de PP en Zarauz, un maderero de 35 años, padre de dos hijos, José Ignacio Iruretagoyena.

Ese mismo día, en un pleno especial en Pamplona, el concejal Tomás Caballero reprocha a los ediles de Herri Batasuna su complicidad ante los asesinatos: «Ustedes lo que quieren es matar y seguir matando para que de esa forma nos aterroricemos y nos vayamos. Pero no nos hemos de ir, porque tenemos una obligación para con nosotros, para el pueblo que nos ha elegido y para las futuras generaciones a las que tenemos que conseguir dejarles un país en paz y libertad».

Ese día, Caballero acierta a señalar de forma preclara que Herri Batasuna es la pura ETA, aunque todavía no había sido ilegalizada: «No les llegamos a pedir que los condenen –les dice a los ediles de HB refiriéndose a los asesinatos–, únicamente le pedimos que no maten».

Los concejales de HB en Pamplona, capitaneados por uno que lleva el vasquísimo apellido de Quiroga, se querellan entonces contra Caballero por un supuesto delito de injurias. El juez no ve nada y archiva el caso en abril de 1998. Pero la denuncia ha cumplido su función. Ya han colocado a Caballero en el centro de la diana y al mes siguiente será asesinado a la sombra de su piso de barrio.

Mañana del miércoles 6 de mayo de 1998. Último día en la vida de Tomás Caballero, de 63 años. El concejal ha regresado solo días antes de Japón, a donde ha viajado con una comitiva municipal por el 450 aniversario de la llegada al país de san Francisco Javier. Gran lector, Tomás ha aprovechado el viaje para acabar El bucle melancólico, de Juaristi, e iniciar unas memorias de Manuel Azaña.

A las ocho menos cuarto de la mañana de ese miércoles, recibe la llamada de teléfono de un compañero de UPN, que le cuenta muy preocupado que en una redada contra ETA han encontrado listas con nombres de varios concejales. A las ocho y media, Tomás sale a comprar el pan y el periódico, como cada día. Desayuna y se va al Ayuntamiento a trabajar. En el ascensor coincide con Angelines, una vecina del número 38 de la calle Mutilva, y se ofrece para acercarla al centro en su Ford Mondeo.

Son las nueve y media de la mañana cuando suben al vehículo. Tomás, que no llevaba escolta, percibe algo raro y apremia a Angelines para que salga de inmediato del coche. Un joven con vaqueros y un impermeable, un etarra llamado Patxi Ruiz Romero, también de vasquísimos apellidos, se acerca a la ventanilla del conductor y dispara tres veces con una pistola de munición 9 mm Parabellum. Una bala entra por la mandíbula de Tomás y le sale por el cuello. Otra queda alojada en su mejilla. El coche encendido avanza solo, con el conductor desplomado sobre el volante ensangrentado, hasta chocar con un Ibiza aparcado al fondo de la plazoleta. Su hijo menor, que ha escuchado los disparos desde su piso, baja rápidamente. Él y un repartidor de publicidad intentan taponar la herida del cuello por la que se desangra Tomás. Llega la ambulancia, pero ya se está yendo. Morirá nada más llegar al hospital.

Pamplona está destrozada. El cortejo del coche fúnebre sobrecoge. Desde su salida hasta la llegada al cementerio, todas las calzadas están atestadas de vecinos que honran compungidos a un tranquilo héroe de la libertad de todos. La ciudad vive unas manifestaciones espontáneas de una dimensión desconocida.

En el pleno municipal consiguiente, los tres ediles de Herri Batasuna –lo que ahora se llama Bildu– se niegan a apoyar la declaración de condolencia. Incluso añaden sal a la herida con su jerga habitual: «El conflicto entre Euskal Herria y el Estado Español se sitúa en los parámetros irresueltos de una confrontación armada que, entendemos, se debe a la apuesta ciega que desde el Gobierno de Madrid se hace para no afrontar, a través de otras vías que no sean las represivas, una salida al conflicto que tantos sufrimientos acarrea a un lado y otro». Sánchez está aceptando ahora esas «otras vías», las que ETA exigió sin éxito con balas y bombas. Entre aquellos concejales de HB que no condenaron el asesinato estaba Joxe Abaurrea, hoy en Bildu y mano derecha del nuevo alcalde.

En la plaza del aparcamiento donde fue tiroteado Tomás Caballero algunas mañanas aparecen flores. Las dejan pamploneses anónimos, que jamás han olvidado su sacrificio, ni tampoco la crueldad de sus asesinos y la de los políticos que los apoyaban.

(Dedicado a Xavier Sagardoy, Marina Curiel, Eloy del Pozo, Nuria Medina y Elena Sainz, los cinco repulsivos concejales del PSOE que han regalado la alcaldía de Pamplona a Bildu, el partido de ETA. ¿Qué tal dormís?).

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