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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Sánchez, ¿pero qué pasa en esa cabeza?

El trauma de ser expulsado de Ferraz por sus compañeros en octubre de 2016 abrió un pozo de rencor y revanchismo, un poco a lo Scarlett O’Hara

Actualizada 13:45

Sánchez ha cerrado el año presentando un decreto «anticrisis». El jarabe habitual: subvenciones para comprar votos cautivos, castigo a la clase media y brasa fiscal a saco a todo aquel que se atreva a ganar dinero. Peronismo en vena.

Pero además, la comparecencia se convirtió en una llorada victimista y un tanto farisaica sobre los «insultos» que recibe de la oposición. «Hay gente que insulta y gente que somos insultados», se lamentaba el manso corderillo que ha levantado «un muro» contra «la derecha y la ultraderecha», que ha okupado todas las instituciones del Estado, o que ha contado con algunos de los ministros y aliados más faltones de nuestra política reciente.

Sánchez ya no solo quiere mandar. En su fase actual aspira también al elogio unánime, al culto al líder. Su extraña carcajada en el debate de investidura, su sorprendente espectáculo contra la derecha alemana en el Europarlamento, sus crecientes miradas-láser tiznadas de odio, el talante rencoroso y vengativo… todo invita a plantearse una pregunta que mi madre, en su politología de andar por casa, resume así: «¿Pero qué pasará en esa cabeciña?».

Estamos ante un madrileño de 51 años de estupenda clase media, cuyos papis socialistas de carnet le dieron de todo. Estamos ante un señor en apariencia felizmente casado y padre de dos hijas. Estamos ante un tipo que ha tenido una fortuna increíble –y también un tesón tremendo–, pues ha logrado gobernar por dos veces un país del nivel de España sin haber ganado las elecciones. Todo le ha ido bien. Entonces, ¿de dónde procede tanto vinagre? ¿Dónde nace ese resentimiento apenas camuflado? Parte de la respuesta estriba en su propia naturaleza, como delatan algunos compis que lo trataron en los días juveniles de baloncesto, que dibujan a un chaval de alma fría y fondo complicado, siempre presto a hacer de menos al débil y enjabonar al fuerte.

Pero esa forma de ser que recibió en la lotería de la cuna ha ido ensombreciéndose. Probablemente el detonante de su amargor actual radica en los hechos del 1 de octubre de 2016, cuando fue extirpado con fórceps de la secretaria general del PSOE por sus compañeros. Lo echaron por empecinarse en hacer lo que con el tiempo acabaría haciendo: bloquear al legítimo ganador de las elecciones y tomar el poder aceptando una alianza antiespañola con los separatistas y el comunismo populista.

Se suele obviar que Sánchez ha sido en general un flojo candidato. En las elecciones de diciembre de 2015 logró 90 escaños frente a 123 del PP. Pese a tan duro estacazo se dedicó a impedir la formación de un Gobierno. En la repetición de junio de 2016 logró la proeza de empeorar sus ya pésimos resultados: 85 diputados frente a 137 del PP. Sin embargo, se aferró al «no sigue siendo no», hasta el extremo de que el 29 de septiembre de 2016, Felipe González abrió la cacería contra él tachándolo de mentiroso por incumplir su palabra de que dejaría gobernar al ganador.

No sabemos a qué esperan las plataformas para rodar una serie sobre el melodramático Comité Federal del PSOE del 1 de octubre de 2016. Lágrimas, insultos, gritos desgarrados, hasta un intento de pucherazo tras una cortina para aferrarse al cargo. Allí no faltó de nada. Aquel día, el socialismo andaluz –el felipismo y el susanismo– se cepilló a Sánchez por sus alocados planes de encamarse con los separatistas. La maniobra contra él contó con el apoyo de conspicuos barones, como Vara, Page, Ximo, Lambán…, que cuando Sánchez consumó su operación retorno y acabó perpetrando su temida fechoría política se arrugaron de manera lamentable, quedándose como mucho en el pellizquito.

El 29 de octubre de 2016, Sánchez dimite como diputado para no tener que acatar la orden de sus sucesores en Ferraz de abstenerse y dejar gobernar al ganador, Rajoy. Para comunicarlo comparece en una sala del Congreso, donde se desmorona. Los ojos se le empañan y se le quiebra la voz en un sollozo ahogado, mientras explica «cuán dolorosa» le resulta la renuncia. Vale la pena volver a ver el vídeo de aquella declaración, pues de aquel «dolor» emerge el político que hoy sufrimos, leal cumplidor de tres turbias máximas de Maquiavelo: 1.-«La política no guarda relación con la moral». 2.-«Un príncipe nunca carece de razones legítimas para romper sus promesas». 3.-«La promesa dada fue una necesitad del pasado, la promesa rota es una necesidad del presente».

Salvando las distancias de que Scarlett O’Hara era creyente y el líder «progresista» es un orgulloso ateo, nada define mejor la ejecutoria de Sánchez que la sonada proclama de la protagonista de Lo que el viento se llevó: «A Dios pongo por testigo de que no podrán derribarme. Sobreviviré, y cuando todo haya pasado, nunca volveré a pasar hambre, ni yo ni ninguno de los míos. Aunque tenga que mentir, robar, mendigar o matar».

Ahí tienen un posible retrato del alma de nuestro Querido Líder, aquejado de una patología tan vieja como la política: hambre enfermiza de poder, al precio que sea.

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