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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Es un racista, pero es nuestro racista

¿Qué hubiera dicho la progresía si Vox pidiera las competencias de inmigración para Castilla y León?

Actualizada 10:10

No hay que ser mucho más brillante que Óscar Puente o Pilar Alegría, por citar dos de los cerebros privilegiados del Gobierno, para intuir qué dirían ellos mismos si Vox le hubiera pedido las competencias de inmigración para Castilla y León y un imaginario presidente Feijóo se las hubiese concedido para lograr su apoyo a cualquier cosa.

A estas horas andaría montándose ya el «Campamento esperanza» en Valladolid, con algún primo lejano del biznieto de Rosa Parks leyendo un manifiesto contra el racismo, Ismael Serrano cantando una versión de «Imagine» y Javier Bardem y Pedro Almodóvar disfrazados, respectivamente, de víctima del apartheid sudafricano y del gueto de Varsovia para visualizar el drama xenófobo en ciernes.

Ninguno de ellos ha dicho nada, como tampoco el tertulianismo de sensibilidad racial oscilante, al conocerse que una de las cláusulas del «impuesto revolucionario» girado por Puigdemont a Sánchez y aceptado por éste consiste en ceder a una formación xenófoba la gestión de la inmigración en Cataluña.

Que es como designar a una comunista para la cartera de Trabajo, a un etarra para la de Interior o a Puente para cualquier cosa: solo puede empeorarlo uno que sea como todos ellos juntos y además ejerza de jefe.

De todas las xenofobias de Junts, quizá la menos grave sea la que se detecta al fondo de su exigencia de poder deportar a extranjeros que delincan de manera grave y reiterada, algo ya previsto en el artículo 89 del Código Penal de cuya escasa aplicación da cuenta la impunidad de tanta gentuza visible a la vuelta de la esquina.

Que Puigdemont aspire a echar a esa chusma de ñetas, fundamentalistas, narcos, mafiosos y demás malas hierbas, muchas de ellas plantadas y regadas por el separatismo en su burdo intento de desespañolizar Cataluña; tiene bastante más sentido que perseguir, acosar, multar, señalar y aislar a todo aquel español que no comulgue con su catecismo identitario.

Pero que los patrocinadores del Aquarius suscriban esa pretensión, en lugar de volcar contra ella toda la demagogia habitual en lances bastante menos evidentes, demuestra la verdadera catadura de los principios que les mueven: nunca tienen causas, solo pretextos para consolidar su insólita ingeniería social, sustentada en la creación de mitos a favor de ellos mismos y en contra de quienes les detestan.

Es la misma estrategia que los lleva a criminalizar al hombre blanco español por el pecado original del machismo y la violencia heteropatriarcal, de la que todos al parecer somos responsables; mientras se mira hacia otro lado con las culturas que objetivamente denigran a la mujer, le tapan la cara y la consideran material defectuoso o en todo caso subordinado a los caprichos y necesidades del macho dominante.

Ahora descubrimos que también pueden colocar un campamento de 1.400 inmigrantes al lado de tu casa, con una mezcla explosiva de los laboriosos senegaleses con los inestables magrebíes, advirtiendo que toda duda al respecto de las consecuencias será calificada como un delito de odio; mientras se negocia a las puertas de un cuarto de baño en el Congreso la cesión del mando migratorio al Califato de Waterloo.

Serán racistas, pero son nuestros racistas. Y pueden cambiar el término por el de etarra, golpista o soviético: todo es válido en la viña del señor Sánchez si los frutos alimentan la ponzoña de su espíritu.

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