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Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

Feminismo contra la mujer

La ideología actual reduce a la mujer y a lo femenino a su capricho arbitrario

Actualizada 01:30

Los derechos de la mujer son una exigencia moral y jurídica. El feminismo es una ideología. Este adopta varias modalidades, pero me voy a referir a una versión radical muy extendida. En realidad, constituye una grave amputación de lo femenino e incluso encubre una forma de odio a la mujer.

Es necesario partir de la condición sexuada de la persona humana. No se trata de algo irrelevante y superficial, sino de dos modos diferentes de ser persona y dos formas de espiritualidad. El Génesis proclama que Dios «varón y mujer los creó». Ser mujer es una de las dos maneras que reviste la humanidad. La otra es ser varón. No se trata de una pequeña e inane diferencia. La condición femenina se niega si mujer es simplemente quien desea o se siente así, lo sea o no. La maravilla de ser mujer desaparece si se renuncia a serlo. Desde luego, quien tiene un problema merece toda la ayuda y comprensión, pero no puede exigirnos que compartamos sus ideas.

El feminismo reduce a la mujer y a lo femenino a su capricho arbitrario. Tomando la parte (no la mejor) por el todo, pretende, entre otras cosas, que toda auténtica mujer debe odiar al varón y lo viril (la lucha de clases se transmuta en lucha de sexos), concebir el aborto como un derecho absoluto e irrenunciable, eliminar la dualidad de sexos, negar la paternidad (el hijo, en el raro caso de que exista, es solo de la mujer), estimar la transexualidad y la homosexualidad como bienes absolutos y realidades ejemplares, repudiar la maternidad, el trabajo doméstico y el cuidado y educación de los hijos, en suma, condenar el «patriarcado», y, por supuesto, repudiar el cristianismo.

Todas las mujeres que no compartan estos «ideales» no son, al parecer, mujeres o están sometidas a la ideología machista. Sin embargo, las mujeres más nobles, buenas, inteligentes y valientes no tienen nada que ver con este estereotipo feminista. Entre multitud de ejemplos, mencionaré a dos de las mujeres más admirables del siglo XX: Edith Stein y Teresa de Calcuta. Pero inmediatamente caigo en la cuenta de que las dos son católicas (una de ellas conversa procedente del judaísmo), y no solo eso, sino que además ambas son santas. Me temo que mis ejemplos no valgan. Bueno, también es cierto que ninguna de las dos tuvo hijos. Desde luego, habría sido imposible ver a alguna de ellas en la mascarada del «orgullo gay».

Una entregó su vida, que le fue arrebatada en el campo de exterminio, a la filosofía y a la religiosidad. Ensayó, entre otras cosas, una forma de concordia entre la fenomenología de Husserl y el pensamiento de santo Tomás de Aquiino. Su obra, sin duda, perdurará entre los grandes clásicos de la filosofía de su tiempo.

La otra dedicó su vida al cuidado de los más pobres y enfermos, pero no por un vago sentimiento filantrópico, sino porque veía en todos los que sufren el rostro divino de Cristo. Fue un maravilloso ejemplo, no solo para los cristianos. ¿Acaso no fueron mujeres? Lo eran y lo son, en grado máximo, y muestran el nivel de sublime excelencia al que pueden llegar la mujer cuando verdaderamente lo es. Son solo dos magníficos ejemplos que difícilmente valorará el feminismo.

Ha habido millones de mujeres oprimidas (también de varones). Es una tremenda injusticia histórica que no ha desaparecido. Pero la mujer, dotada de una personalidad diferente a la del varón, pero con los mismos derechos y la misma dignidad, es y ha sido mucho más que esa criatura secularmente oprimida, a la que solo le queda acogerse a lo que Robert Hugues calificó como la «cultura de la queja». El feminismo es una ideología hostil a la mujer.

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