La pasión desprovista de razón
Ya nadie aspira a convencer; se trata de conmover
Bien merece una reflexión la lectura de las siguientes palabras de Aristóteles: «La ley es la razón desprovista de pasión. Si la relación política ha de permitir libertad, tiene que ser de tal tipo que el súbdito no abandone por entero su juicio y su responsabilidad, y esto es posible siempre que, tanto el gobernante como el gobernado, se encuentren en una situación determinada por la ley». No hay libertad si el gobernante no está determinado por la ley, ni, por tanto, si su deseo es la ley.
La razón desprovista de pasión. Esta idea muere en tiempos en los que prevalece el emotivismo. El derecho pasa a convertirse en expresión de emociones y pasiones, algo ajeno a la razón. Y no se trata de que las emociones deban ser suprimidas. Pero sí situadas en su ámbito natural. Ni la moral ni el derecho puede ser expresión de emociones. Menos aún si se estima, equivocadamente, que el mundo de las emociones es arbitrario y caprichoso. También hay un «orden del corazón».
Todo deseo genera un derecho, siempre que no dañe directamente a otros. El deseo es hoy la primera fuente del derecho. Si alguien quiere, por ejemplo, cambiar de sexo, tiene derecho a ello expresando simplemente su voluntad. Y todo derecho es gratis. Naturalmente, para su titular; no para los demás. La inflación de los derechos es tan ilimitada como los deseos. Existe el abuso del derecho, pero el primero de ellos es el que se refiere a su concepto. La ministra de Trabajo, después de una entrevista con los dos dirigentes de los sindicatos mayoritarios (es un decir) y aceptar la subida del salario mínimo exigida por ellos, declara con gesto triunfal que, a partir de ahora, los ciudadanos tienen más derechos. Es claro. Una firma de tres personas genera nuevos derechos. Así de fácil. ¿Cuáles son esos derechos nuevos? El incremento de la cuantía del salario mínimo. Por cierto, excluyendo del acuerdo a quienes lo van a tener que pagar. El aumento de la cuantía de la prestación mínima no es un derecho nuevo. Por este camino, la poligamia reconocería nuevos derechos, pues permitiría casarse con dos o más mujeres y no solo con una. Si alguien lo desea, ¿qué cabe oponer?
Ya nadie aspira a convencer; se trata de conmover. En un informativo de televisión, por ejemplo, es casi imposible encontrar un argumento. Una emoción vale más que mil palabras. Y cuanto más advierte el presentador que las imágenes siguientes son muy duras, con mayor avidez se apresura el espectador a contemplarlas. Por eso los informativos se parecen cada vez más a una crónica de sucesos. Pongamos Gaza. Todo va dirigido, normalmente en una sola dirección, a conmover o indignar. Pueden ser bombardeos, pilas de cadáveres, si son niños mejor, imágenes de secuestrados. Pero es muy difícil encontrar un argumento sobre las causas de la guerra y el medio de acabar con sus horrores. Y los jueces. Se insinúa que un juez prevarica o que dicta sentencia por inconfesables motivos políticos. Pero no se aporta ni un solo indicio o argumento de que su decisión sea injusta. El Diccionario de la Academia afirma que «disminuido» y «discapacitado» son sinónimos. Pero suenan distinto y suscitan emociones diferentes. Que un argumento no te destroce una buena emoción.
Esta apoteosis del deseo no impide, al parecer, que algunos de ellos sean ilícitos y deban ser castigados, pero las emociones y sentimientos no pueden ser delitos. Odiar, amar, envidiar, sentir, soñar, no pueden ser objeto de regulación jurídica. Se puede, aunque no se deba, castigar la expresión de los pensamientos, pero el acto de pensar es absolutamente impune. Desear la muerte de alguien es inmoral, pero no es un delito. Pero el derecho aspira hoy a suplantar a la moral y convertirse en la nueva ciencia del bien y del mal. El Gobierno moraliza. El derecho, contra Aristóteles y la libertad, es hoy la pasión desprovista de razón.