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Desde la almenaAna Samboal

¡Qué asco!

Han estado riéndose de nosotros en nuestra cara, a costa de nuestros madrugones, nuestro estrés, nuestros miedos, angustias, desvelos y nuestro trabajo

Actualizada 01:30

A la señora Armengol le daba asco. O eso dice, que ya barruntamos que es mentira. Otra más, hemos perdido la cuenta. A mí me pone de muy mala leche. Cada vez que me miro al espejo, me veo más cara de boba, por no emplear un calificativo más altisonante. Estuve meses encerrada en casa contra mi voluntad. Con mis derechos y libertades cercenados y amenazada por todo tipo de multas. En el Parlamento, apagaron la luz y ahogaron la voz de mis representantes políticos, capacitados para indagar y supervisar de cerca la actuación de un Gobierno con poderes engrandecidos. Ilegalmente, según sentencia del Tribunal Constitucional que llegó tarde. Y ahora sabemos que, mientras por la tele nos echaban películas de Estallido para ayudar a que afloraran libremente nuestras tensiones, mientras nos adormecían con eternas y soporíferas charlas bolivarianas de los ministros y su presidente para hacernos creer que estaban ocupados y preocupados por nuestra salud y la de nuestra economía, andaban por esas calles desiertas, sin atascos y con escolta, visitando a los amiguetes empresarios y otorgando negocios y comisiones millonarias a los de la pandilla, el ginecólogo, el hermano o el primo y vaya usted a saber a cuántos más. Acabaremos por enterarnos.

Estos tipos andaban por España como Pedro por su casa, porque la habían dejado desierta para disfrutarla ellos solitos. Sólo faltan las noticias sobre las noches de parranda, bien regadas de alcohol, con mariscadas y en prostíbulos, que también saldrán, ¿qué apuestan? Por supuesto, pagadas de nuestro bolsillo, que ya nos advirtió Carmen Calvo que el dinero público, según la doctrina de Ferraz, no era de nadie. Es decir, es de ellos. O como tal lo usan. ¿Asco? Asco, cabreo, indignación es poco. Han estado riéndose de nosotros en nuestra cara, a costa de nuestros madrugones, nuestro estrés, nuestros miedos, angustias, desvelos y nuestro trabajo.

Una conducta así habría hecho caer a cualquier Gobierno en Europa. Si tanto le preocupa a Yolanda Díaz lo que hacen nuestros socios comunitarios, bien haría en tomar nota de lo que ocurrió en Downing Street en vez de preocuparse por la salud mental de los que trabajamos voluntariamente hasta altas horas de la madrugada. La estabilidad del Gobierno no sólo está en manos de Puigdemont, al que ya han comprado con la amnistía absoluta. Otra corrupción más, la más grave. A cara descubierta. Está en manos de Sumar, asqueado, al parecer –o eso nos ha dicho–, con los indultos a la corrupción. Que empiecen a mirar bajo las sillas de la sala del consejo de ministros, que aparecerá el que colaboró, la que lo sabía y la que lo tapó. Y está en manos, sobre todo, de un Partido Socialista, que es el que nos ha colado en las listas a unos candidatos que no son dignos de representarnos. De todos los gobiernos autonómicos del PSOE a los que ofertaron las mascarillas los chichos de Ábalos, tres se negaron a aceptarlas. Tendrán que decir por qué. ¿A qué esperan?

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