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Ojo avizorJuan Van-Halen

Todo empezó el 11-M

El desastre, incluso de formas, en que se ha convertido la política española actual puede tener origen, a mi juicio, en el atentado del 11 de marzo de 2004

Actualizada 01:30

El entrañable José Prat que me regaló su amistad en años tranquilos y que había soportado el exilio, la incomprensión y la bandería incluso entre los suyos, me dijo algo muy actual en una tarde de reflexiones para mí tan jugosas que solía anotarlas al llegar a casa. El pacto era que yo no las publicaría en el periódico y quedarían en mis notas. Prat era un hombre muy inteligente y riguroso, no descubro nada, pero, además, asumió siempre huir de la mentira. Tras un incidente anecdótico con unos jóvenes periodistas a los que convoqué a almorzar con él, me comentó: «Estos tiempos son de políticas educadas, todos queremos llevarnos bien, pero ustedes conocerán tiempos desagradables, yo los conocí; en los debates parlamentarios unos y otros se echaban los muertos a la cara».

Entonces yo no sospechaba que desembocaría en la política y sería parlamentario, pero cada vez recuerdo más aquella aseveración de Prat que fue, entre tantas responsabilidades, jurídico militar, letrado de Consejo de Estado y subsecretario de la Presidencia del Gobierno con Negrín, siempre moderado y con un compromiso férreo con la verdad, además de persona educada. Creo que Prat estaría sufriendo con la penosa situación que vive el parlamentarismo en España. Se ha desterrado aquella oratoria inteligente que destacaron los cronistas parlamentarios. Desde los escaños o las tribunas todo suele ser burdo, barato, grosero, ofensivo hasta el insulto, y normalmente mentiroso.

El desastre, incluso de formas, en que se ha convertido la política española actual puede tener origen, a mi juicio, en el atentado del 11 de marzo de 2004. Lo cambió todo y también el modo de encajar la acción política no sólo en su fondo. Desde entonces vale lo que elija cada cual. Abrió muchos caminos que nunca se debieron transitar. Por primera vez se vulneró gravemente la jornada de reflexión de unas elecciones, con asedios y asaltos a sedes del partido entonces en el Gobierno, y con poco entusiasta protección policial. Luego nos enteramos por él mismo que la convocatoria vía redes se debió a Pablo Iglesias, hoy expolítico y tabernero, probablemente como inicio de aquella nueva política que ya vimos en qué dio. Todo empezó a cambiar para mal. Se perdió el respeto a los usos democráticos. Desde el 11-M y sus consecuencias, con un político menor al frente, Zapatero, que marcó cainismo y ruptura social, vino lo demás. Y desembocó en Sánchez del que padecemos su preparación y valores.

No dejaré pasar la ocasión de que alguno me considere conspiranoico. Aquella tragedia supuso un momento lleno de oscuridades en su origen, preparación y ejecución. Y permanecen sin aclararse cumplidamente aspectos fundamentales, desde las mochilas aparecidas y desaparecidas; la explosión del piso de Leganés; las informaciones recibidas por las autoridades sobre la autoría, que hicieron que incluso portavoces nacionalistas vascos lo atribuyeran en un inicio a ETA; la doble información, diferenciada, de fuentes policiales a la derecha y a la izquierda, pensando más en las elecciones de unos días más tarde. En fin, todavía hay interrogantes. El fondo acaso no se sepa nunca. Pero no tengo dudas de que la reacción de Aznar, entonces presidente, no fue acertada. Acaso por sentirse tranquilo, porque él no era el candidato, o por soberbia política no convocó a los principales líderes del momento en Moncloa para afrontar el grave trance. Gran error.

Las groserías e insultos que escuchamos en el Congreso de los Diputados y en el Senado dan la talla de cada orador. No me refiero a mentir; vivimos la pasión por la mentira que es constante. Los ministros se contradicen sistemáticamente. En intervenciones sucesivas Marisu Montero condenó que se mencionara a familiares en la refriega política, por la referencia a la mujer de Sánchez; en la siguiente intervención ella atacó a la pareja de Ayuso; y en una tercera calumnió a la mujer de Feijóo. Patraña sobre patraña. Y el propio Sánchez se regodea –serán los nervios– en seguir siendo la oposición de la oposición. El Gobierno no contesta ni aclara nada. Sólo descalifica e insulta a la oposición. Se trata del control del Gobierno, no del control de quienes se oponen a él.

Y volviendo al 11-M. Quienes planificaron y montaron el atentado sabían lo que hacían. Sorprende que se atribuyese desde un principio a yihadistas porque ellos conocían perfectamente –lo habían vivido– cuándo acabó la II Guerra de Irak que, según la Resolución 1483 del Consejo de Seguridad de la ONU, fue el 22 mayo de 2003. Desde esa fecha las fuerzas internacionales desplazadas a Irak lo hacían a petición de la ONU para «la restauración de las condiciones de estabilidad y seguridad que permitan que el pueblo iraquí pueda determinar libremente su futuro de acuerdo con lo prevenido en la Resolución». Se siguió hablando de acción a espaldas de la ONU, etc. Un invento interesado. Y aquella noche en la que tantos españoles sufrían, hubo políticos socialistas que brindaron con champán.

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