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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Puesta de ancho

La nobleza española soporta con estoicismo toda suerte de adversidades, pero ante una cola de langosta, combate con ardor guerrero

Actualizada 01:30

Durante el Papado de Su Santidad Pío XII, un millonario español de nuevo cuño fue ennoblecido por la Santa Sede. Abonó durante un año completo la factura de la luz de la Basílica del Vaticano, y recibió el título pontificio de conde del Resplandor, ya en desuso. Los condes del Resplandor tenían una hija, Amalita, que a sus 18 años daba en la báscula 137 kilogramos de peso. Pero se empeñó, como era habitual en las clases altas, ponerse de largo y «vestir sus primeras galas de mujer» como se leía habitualmente en los Ecos de Sociedad de ABC. Más de mil invitados asistieron a la puesta de ancho de la niña de los Resplandor. La madre, también gorda, «vestía un elegante conjunto de Givenchy color esmeralda que fue muy elogiado por los invitados», según la crónica de Ángel Gil, periodista especializado en este tipo de festejos. «Y Amalita, un vestido blanco, un conjunto que representaba la pureza, con escote palabra de honor. Bailó su primer vals con su padre, «Rosas del Sur de Johann Strauss, con alegre, ágil y divertido ritmo», según la crónica.

Lo que omitía la crónica es que el vestido blanco que representaba la pureza de la debutante, transparentaba, y se adivinaba a través de su fina tela unas enormes bragas color carmesí, que también fueron muy celebradas por los invitados y los más de doscientos colados que se sumaron a la fiesta sin invitación. Amalita se sentía feliz con tanto agasajo. La puesta de ancho tuvo lugar en los terrenos de la Yeguada Ipintza, cerca de San Sebastián. Se montaron unas enormes carpas y cuando se abrieron las correspondientes a los comedores, el tumulto estuvo a punto de sepultar a los condes del Resplandor y a la feliz Amalita, cuyas bragas rojas parecían que se proponían explosionar de un momento a otro.

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Barca

Fue cuando la condesa, que llevaba sobre su pecho izquierdo, junto al corazón, un marco de plata con esmeraldas con la fotografía de su hijo Samuel, fallecido a temprana edad, tomó un micrófono, y para evitar aplastamientos anunció lo que sigue. «Hay tres carpas, numeradas, Carpa I, Carpa II, y Carpa III, en las que servirá la cena a los invitados. Y no se preocupen. Hay langosta de sobra en los tres comedores». Pero ya era tarde.

Los invitados se dispersaron en pos del preciado marisco, pero en la entrada del Comedor I, el primero en abrirse y en el que se concentró la muchedumbre, yacía en el suelo, en decúbito prono, el anfitrión, con un aspecto nada halagüeño. El anfitrión había fallecido, aplastado por el hambre de los miembros de las mejores familias de España. La nobleza española soporta con estoicismo toda suerte de adversidades, pero ante una cola de langosta, combate con ardor guerrero. No obstante, cuando fue retirado el cadáver del anfitrión, todos los invitados comían y bebían en los tres comedores, y Amalita bailaba con el «Compte De Bavarois-Lucerne», un conocido delincuente valenciano de Manises que se hacía pasar por conde francés residente en Biarritz.

La condesa, escandalizada por los acercamientos y toqueteos del falso conde con su hija como único objetivo, se acercó a la feliz pareja y le soltó un soplamocos al fresco impostor, mientras le informaba a su hija del fallecimiento de su padre. A la hija, que estaba siendo acariciada por primera vez en su vida, en nada le afectó conocer la noticia de su inesperada orfandad, y se mantuvo danzando el «Limbo Rock» con «Monsieur le Compte de Baravarois- Lucerne», que aquella noche se la llevó al huerto.

Una semana después, el falso conde también falleció. Su corazón no resistió tanto esfuerzo.

La fiesta terminó a muy altas horas de la madrugada.

¡Tiempos pasados que no volverán!

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