Hacia la quiebra
Inaugurar en esas condiciones una taberna, es como abrir una tienda de bolsos sin bolsos, ejemplo de surrealismo marxista
Don Juan Tenorio acude a la Hostería del Laurel para saldar sus cuentas amatorias con don Luis Mejía. Pero antes de entrar en la taberna, se cerciora de ello.
-En ella estáis, caballero.
-¿Está en casa el hostelero?
-Estáis hablando con él.
Así se entra en una taberna.
En la calle Ave María del barrio de Lavapiés acaba de ser inaugurada una taberna. Un rojo de provincias visita Madrid y acude al novísimo local de la cadena hostelera de Pablo Iglesias. El indómito progresista llama a su puerta, después de superar los tres altos escalones que dan acceso, por un angosto espacio, al interior del local, con la finalidad de entorpecer la visita del pelmazo de Echenique. Marra en el primer intento.
- En ella estáis, caballero.
-¿Está en casa el propietario?
-Perdón, soy el fontanero.
El visitante, herido por la tristeza, da una vuelta a la manzana para dar tiempo al propietario a llegar a su local. Es tarde. En la taberna recién inaugurada sólo está el fontanero. Cumplida la vuelta a la manzana, opta por intentar de nuevo tomar una cerveza catalana en el tugurio carmesí. El diálogo se enriquece con tres octosílabos más, porque la fachada es un derroche de cultura.
-En él estáis, caballero.
-¿Está en casa el tabernero?
-Descansa en Galapagar
Durmiendo con la Montero
E ignoro si va a llegar.
Sigo siendo el fontanero.
Consternación. Viajar hasta Madrid para conocer una taberna y no poder consumir ni una cerveza catalana, desmoraliza a cualquiera. No ha iniciado bien la Taberna Garibaldi-Sólo para Rojos, su singladura. El primer día, se anularon reservas porque la mitad de los platos ofrecidos en la carta no estaban disponibles por falta de materia prima. El segundo día, la apertura del local se retrasó porque no tenían cerveza y aguardaban la llegada del pedido. Y el cuarto día del triunfal inicio, el nuevo local se cerró a cal y canto por una preocupante avería en las tuberías que afectaban a los lavabos donde unos cumplen con las urgencias naturales y otros se refrescan con algunas chicas.
Un buen hostelero está obligado a ser más previsor. Una taberna sin cerveza, sin platos ofrecidos en la carta que no existen y sin agua no invita a las muchedumbres, por prestigioso que sea el tabernero –que lo es– a visitar el afamado local. Un local de altísimo copete estalinista y bolivariano, en el que un visitante al Foro puede coincidir con poetas como Monedero, feministas como Irene Montero y Pam, y actores de cine como Pepe Viyuela, Guillermo Toledo o Alberto San Juan. Pero claro, sin cerveza y sin agua en los lavabos e inodoros, la experiencia puede resultar merecedora del olvido. Posibles clientes de antaño, hogaño no se atreverían a visitar el gran local. Yolanda Díaz, el ave zancuda Errejón, Alberto Garzón, y demás antiguos compañeros pasados por la trituradora del propietario. Y tampoco Urtasun, el ministro de Cultura, que ha reconocido en un alarde de sinceridad, que entre la taberna de Iglesias y el bar del Ritz, prefiere el bar del Ritz. Y en ese punto, coincido plenamente con Urtasun.
Inaugurar en esas condiciones una taberna, es como abrir una tienda de bolsos sin bolsos, ejemplo de surrealismo marxista. Para mí, que la taberna es una estrategia de aprendizaje del futuro cubano que nos aguarda. Una taberna en la que no se puede comer porque no hay comida, en la que no se puede beber porque la bebida se ha terminado, y en la que no se puede ir a los lavabos porque no hay agua. En ese aspecto, como escuela de aprendizaje del futuro cercano, el emporio hostelero de Iglesias es muy provechoso, amén de benefactor.
No obstante, mucho me temo –y nada deploro– que este chico corre impetuosamente hacia la ruina. Porque muchos no se han apercibido de ello, y hora es de que lo sepan.
Es tonto.