Carantoñas a nuestros enemigos
Se me escapan las razones por las que hay que invitar a un tipo de la calaña de Rufián a escribir en un libro colectivo de cartas a la heredera del trono de España
Le doy vueltas a la cabeza y por más que lo intento no acabo de encontrar nada admirable en Juan Gabriel Rufián Romero, de 42 años, empecinado en su trayectoria política en hacer honor a su primer apellido.
Gasta el interfecto un estilo chuleta y perdonavidas, con el pavo subido y creyéndose el más listo de la clase, aunque dista de serlo (de entrada le falta lo básico: una gran formación). Es un hijo de andaluces que emigraron a Cataluña que ha renegado de su país y el de su familia, España, para encontrar su medio de vida en el separatismo catalán, con el que disfruta de un escaño en Madrid desde hace nueve años (ciudad donde el separatista-oportunista está encantado de la vida y que no quiere dejar ni de coña).
Rufián, conocido en su casa familiar del cinturón de Barcelona como Juan Gabriel, se licenció como graduado social y trabajó diez años en una ETT. Cuando lo echaron, vio la luz estando en el paro y abrazó el independentismo, aceptando entrar en política de la manera más humillante, a través de Súmate, una filial de ERC para seres inferiores que hablaban en español (está pendiente un gran ensayo a fondo sobre la médula xenófoba del separatismo catalán). Y de ahí a portavoz de ERC en Madrid, el partido coautor del golpe contra España de 2017 (y del de 1934). El partido del «España nos roba». Los que sostienen que uno de Zaragoza y uno de Tarragona son de distintos países y no pueden seguir juntos. El partido desde el que Junqueras se aburrió de mentir a los catalanes contándoles las bondades que traería romper con «Madrit» (la realidad es que nada más enseñar la patita se piraron 8.000 empresas, que no han vuelto).
Rufián no es un amigo de los españoles, aunque él mismo lo sea. Es nuestro enemigo manifiesto, pues por libre decisión ejerce como dirigente de un partido de rancia izquierda dura, que tiene como meta romper nuestro país para instaurar una república catalana. A sus ideas contrarias a los intereses españoles se unen además unos modales de hortera de bolera. Por todo ello me cuesta entender –o sí lo entiendo, porque hay que venderle a todo el mundo– por qué el escritor Alatriste lo ha invitado a escribir en un libro colectivo que ha promovido, titulado «Cartas a una reina», donde una treintena de personajes españoles (literatos, políticos, juristas y periodistas) dirigen misivas a la princesa Leonor con motivo de su mayoría de edad. Rufián, por supuesto, no pierde la ocasión de epatar titulando su aportación «Carta de amor y odio».
La amable invitación que prodiga a Rufián un escritor supuestamente comprometido con España refleja un problema que arrastramos desde hace décadas: somos el único país del mundo que pastelea encantado con sus peores enemigos, tendencia que se ha extremado desde que el PSOE se ha convertido en socio activo de los separatistas.
España tiene muchos problemas. Pero solo uno puede liquidarla tal y como la entendemos, el separatismo, por eso es el más grave y el que merece más atención y batalla. Sin embargo, la mayoría de nuestros intelectuales tocan la lira al respecto. ¿Cómo me voy a manchar yo con esas cosas y hablar claro? Mejor ir de bravucón en fruslerías, pero sin mojarme demasiado en los problemas realmente capitales, no me vayan a tachar de «fachosférico» y pierda parroquia comercial.
Me asombran las entrevistas de guante blanco que se le hacen en Madrid a personajes como la casi enajenada Miriam Nogueras, o a la corrupta condenada Laura Borrás, o a Junqueras y Rufián. Ni una pregunta incómoda, ni un reproche de sus interlocutores. Predican su asco a España en nuestra propia capital sin que nadie les replique, o les afee que son apóstoles de la más retrógrada de las ideologías, la que predica la aversión a tu vecino de siempre en nombre de un complejo de superioridad paleto y xenófobo.
España necesita más intelectuales y artistas dispuestos a dar la cara por ella. De la izquierda ya no cabe esperar nada en esa batalla, pero además muchos que no están en la órbita del PSOE se ponen de canto para que no los señalen. Conclusión: Rufián tiene barra libre para ponernos a parir en Madrid. Hace bien Abascal largándose al bar cada vez que Juan Gabriel sube a la tribuna del Congreso. No se puede dar aprecio al desprecio.