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04 de julio de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Curso LGTBI, ¡estamos salvados!

No tenemos ni presupuestos, pero el consejo de ministros aprobará por vía urgente formación obligatoria para no discriminar a los homosexuales

Actualizada 16:21

España padece un Gobierno que es incapaz de sacar adelante unos presupuestos, la primera función de todo Ejecutivo. Además, Sánchez está maniatado en el Parlamento, víctima de sus alianzas esotéricas, y ya no logra sacar adelante una ley (incluso la mitad de la coalición vota en contra de la otra mitad).

Pero que nadie se preocupe. Los presupuestos son una zarandaja. El Gobierno trabaja en algo bastante más importante. Yolanda Díaz acaba de anunciar que se llevará por vía de urgencia al «Consejo de Ministros y Ministras» una norma que «regulará las condiciones de trabajo de las personas LGTBI».

Uff, menos mal. Enorme suspiro de alivio en bares, calles y plazas. La verdad es que no podíamos aguantar ni un minuto más sin esta iniciativa, que según la acaramelada jerga yolandista «hace que desde hoy España sea un país mejor».

La CEOE, que llevaba un año sin acordar nada con el Gobierno y los sindicatos, se ha sumado a Yolanda y los líderes perennes de UGT y Comisiones para sacar adelante una gay-reforma. Incluirá «formación en igualdad y no discriminación» para todos los empleados de empresas de más de 50 trabajadores. También habrá «protocolos contra el acoso a los LGTBI», y «planes de acompañamiento» (algo que todavía Yolanda no ha explicado en qué consiste, tal vez quiera decir que si el gay o la lesbiana bajan a fumar alguien tendrá que acompañarlos para darles palique y que no cundan sospechas de marginación).

El plan de Yolanda muestra lo de siempre: unas ganas patológicas de introducir la pezuña intrusiva del Estado en la actividad privada y un profundo desconocimiento de cómo es la vida real en España.

He trabajado en varias empresas grandes. Todo el mundo sabía quién era homosexual sin necesidad de explicitarlo. Pero nadie era señalado con una pegatina en la frente indicando sus preferencias sexuales. Los gustos privados de cada cual no formaban parte de la actividad laboral, como es lógico. Desde hace al menos 25 años no he visto jamás un mal gesto hacia un compañero homosexual por ese motivo, porque los españoles no somos los cavernícolas que habitan en la imaginación dogmática de Yolanda Díaz y de los de su logia. En la vida práctica de las empresas nadie presta mayor atención a la sexualidad ajena (salvo el Gobierno orwelliano del Gran Hermano Peter).

¿En qué van a consistir los cursos de formación LGTBI en las empresas? ¿Nos van a poner el Go West y Born this way sonando en el hilo musical? ¿Nos proyectarán películas de Derek Jarman y Fassbinder en las oficinas? ¿Tendremos que hacer terapia de grupo bajo la tutela de funcionarios afines a Sumar? ¿Habrá que hacer confesiones públicas reconociendo el desviacionismo heterosexual y pidiendo perdón por anticipado?

Más preguntas: ¿Y por qué no hay cursos y medidas para ayudar a actualizarse laboralmente cuando nos va a arrollar en breve la Inteligencia Artificial? ¿O de protección de los empleados de más edad, tantas veces despreciados en nombre del adanismo? ¿O para fomentar la productividad, en lugar de la pereza, como hace el Gobierno? ¿O para aprender idiomas? Pues no hay nada de eso porque no encaja con la pegajosa pamplina ideológica de la izquierda.

Lo que pretende Yolanda Díaz, y que de manera pastueña ha aceptado la CEOE por miedo a pecar de leso «progresismo», en realidad tiene el efecto contrario del que persigue, pues presenta la homosexualidad como una anomalía, o una condición inferior, que necesita ser protegida por la muleta auxiliadora de los poderes públicos.

Como todo el mundo conozco a personas homosexuales, unas que lo hacen público y otras que prefieren no hacerlo. Pero lo último que desean la mayoría de las que he tratado es que les endilguen una etiqueta y pasar a ser objeto de la protección de un personaje de la menguante categoría de Yolanda Díaz (y afines).

Por favor, dejen a la gente en paz. Respeten los ámbitos privados. Desistan de endilgarnos su turra ideológica hasta en el café con galletas del primer bostezo de la mañana. Lo expresó muchísimo mejor que yo el agudo ilustrado francés Benjamin Constant de Rebecque: «Rogamos a la autoridad que se mantenga en sus limites, que se limite a ser justa, nosotros nos encargaremos de ser felices». Eso es.

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