El suicidio de Sumar
La cuestión, hoy por hoy, es si los que fueron seducidos para dejar sus carreras profesionales, como los diplomáticos Ernesto Urtasun o Agustín Santos Maraver, se empiezan a dar cuenta de que sólo han sido tontos útiles para salvaguardar los intereses de Sánchez
Creo que hay un dato que resume muy bien la situación en que ha entrado el Gobierno de España. Tenemos en nuestro país un Gobierno de coalición. Éste está conformado, por una parte, por el PSOE y por la otra por Sumar. ¿Qué es Sumar? Difícil cuestión. No está muy claro si es un partido, una agrupación electoral, un movimiento –¡huy! Eso suena fatal. Vade retro, Satana– o simplemente una conjunción de intereses muy circunstanciales. A estas alturas no es muy seguro qué es lo que aporta Sumar a este Gobierno. Pero el dato incontestable es que, a día de hoy, Sumar tiene más ministros –cinco– que diputados en el Parlamento Europeo -tres. Eso sí que es una hazaña que en términos políticos no tiene precedente ni en democracia ni, mucho menos en dictadura.
La política española vive un momento de total descomposición. Pilar Alegría puede salir a decir que hay Gobierno para rato. En la rueda de Prensa del Consejo de Ministros ha llegado a decir que para tres años y medio, lo que con lo ya transcurrido desde las últimas elecciones llevaría esta legislatura a los cuatro años y diez meses. Pero claro, como no han pasado más ley que la de la amnistía, el tiempo se les pasa muy rápido cuando están tocándose los perendengues sin capacidad para hacer absolutamente nada. Al menos nada positivo. Negativo, mucho. Lo que Pilar Alegría proclama a los cuatro vientos es lo que todos sabemos ya: que el único objetivo de este Gobierno es que Pedro Sánchez permanezca cómodamente sentado en el Palacio de La Moncloa. ¿Hasta cuándo será eso posible?
Sumar fue un invento de Sánchez y su entorno para deshacerse de Podemos, que se le había vuelto incómodo. Ahora Yolanda Díaz no ha podido mantener su posición ni un minuto más tras cosechar una sucesión de catástrofes electorales que le han llevado en las elecciones europeas a empatar en escaños con Alvise y superar por uno a Podemos, a quien ella quiso finiquitar.
El problema de supervivencia al que se enfrenta ahora Sánchez no es sólo qué cartas tiene Puigdemont guardadas en la manga para ver cómo se resuelve la partida de póker que tienen pendiente. La cuestión, hoy por hoy, es si los que fueron seducidos para dejar sus carreras profesionales, como los diplomáticos Ernesto Urtasun o Agustín Santos Maraver, se empiezan a dar cuenta de que sólo han sido tontos útiles para salvaguardar los intereses de Sánchez y en ningún caso para promover unas ideas en las que ellos puedan creer. Igual Sánchez se encuentra con que las grietas aparecen en el suelo sobre el que se sostiene. No todos tienen ganas de quedarse con cara de idiotas. Por más que el secretario general del Partido Comunista de España, mi nunca bien elogiado Enrique Santiago, salga a minusvalorar la gravedad de su crisis, igual no todo -lo poco- que queda en Izquierda Unida muestre indiferencia por el hecho de que por primera vez desde que se convocaron elecciones al Parlamento Europeo en 1989, en esta ocasión ni el PCE, ni Izquierda Unida, ni como usted quiera llamar a esa facción de la extrema izquierda española, tiene representación en la eurocámara.
Algo están haciendo muy mal. Desde luego yo me apunto al lema de Napoleón Bonaparte: «Cuando el enemigo se equivoca, no hay que distraerle». Pero el derrumbe que es patente en los números del bloque de izquierdas que Sánchez anunció el pasado mes de julio que había ganado las elecciones puede acelerarse por sentirse los antiguos paniaguados traicionados ahora. Que cada palo aguante su vela.