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04 de julio de 2024

Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

El fantasma de la extrema derecha

El fascismo se opone a la democracia liberal, al comunismo y propugna, como él, la acción directa y, si se tercia, la violencia. Pero tiene pocas coincidencias con la derecha clásica

Actualizada 01:30

¿Qué es la extrema derecha? ¿Existe y es relevante en Europa?

Para responder a la primera pregunta habrá que determinar qué es la derecha porque la extrema consistirá en llevarla hasta sus últimas consecuencias. Pero conviene desvanecer una falacia previa. Extremar una cosa buena no conduce a una cosa mala. Extrema virtud, extrema generosidad o extremo amor no expresan realidades abominables, sino excelentes. Si uno piensa que la izquierda representa el bien y la derecha el mal, es natural que piense que la extrema izquierda es el bien supremo y la extrema derecha el máximo mal. Por el contrario, si otro piensa que la derecha es el bien y la izquierda el mal, tenderá a pensar, a su vez, que la extrema derecha es el bien máximo y la extrema izquierda, el supremo mal. Todo esto pertenece más al ámbito de la propaganda que al de las ideas. Por supuesto que quien busca la concordia y el entendimiento deberá huir de los extremismos. Pero esto no coincide con lo que muchas veces se entiende por el centro político. Por cierto, ¿habrá también un extremo centro?

La derecha parece incluir al conservadurismo, el liberalismo (aunque hay quienes dudan de que pertenezca a la derecha), la democracia cristiana y el tradicionalismo. Los cuatro difieren entre sí, y de ninguno parte un camino que pueda conducir al fascismo. Los cuatro son incompatibles con él. Desde Locke, lord Acton, Burke, Smith o Tocqueville es imposible llegar al fascismo. Baste con examinar al primero, al conservadurismo porque es el que se suele mencionar más. Se dice que el fascista es un conservador radicalizado. Esto no es solo falso; es ridículo. Entraña ignorar o falsificar lo que es ser conservador. Un ejemplo: Michael Oakeshott. El conservadurismo no es una ideología, no pretende que la solución de los problemas sociales y políticos dependa de una receta, un libro o una idea. En política el conservador es más bien escéptico. Ama su religión, su patria, sus costumbres, el paisaje de su infancia, el legado de sus antepasados. Recela del cambio e invierte la carga de la prueba: quien pretenda cambiar algo deberá probar que será para mejorar. No es, pues, un reaccionario que quiera volver a un pasado ideal. Aborrece el racionalismo político, la revolución, el socialismo y el fascismo. No soporta el gobierno de los monomaníacos. Cree que la educación no se encierra en un libro y menos en una ideología. A cocinar y a pescar se aprende practicando con alguien que sabe hacerlo, mucho más que en un libro o una receta. Igual sucede con lo más importante: el arte de conversar, la amistad y, en general, el conocimiento y la sabiduría. Pensar que esta actitud, al extremarse (para empezar, no puede extremarse), pueda conducir al fascismo no es pensar Merece otro calificativo. Algo parecido puede decirse del liberalismo, la democracia cristiana o el tradicionalismo (que no es lo mismo que el conservadurismo). El problema es que la propaganda no tiene nada que ver con la verdad, sino con el poder y el interés.

El fascismo se opone a la democracia liberal, al comunismo y propugna, como él, la acción directa y, si se tercia, la violencia. Pero tiene pocas coincidencias con la derecha clásica. Mussolini, que procedía del socialismo, habría horrorizado a los pensadores mencionados antes. Pero si existe la extrema derecha será, más o menos, algo parecido al fascismo. El nazismo nada tiene que ver con la derecha. Es un fenómeno totalitario, como el comunismo, que además se define como socialismo nacional. Los activistas de la izquierda radical española, poco ávidos de lecturas y meditaciones, en un «progresismo» con marcha atrás que ansía retroceder un siglo y además falseándolo, proponen una triple identificación: Hitler, Mussolini y Franco. Por mi parte les recomendaría aventurar otro posible trío: Hitler, Stalin y Mao. Bertrand Russell, no precisamente un ultraderechista, afirmó, no sin malicia, que mientras de Locke procedían Churchill y Roosevelt, de Rousseau lo hacían Hitler y Stalin. Que el ginebrino se lo perdone.

He intentado responder a la primera pregunta. Creo que, en caso afirmativo, ha quedado respondida también la segunda. Otro fantasma recorre Europa.

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