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04 de julio de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

Heteropatriarcado blanco, pero no magrebí

Los mismos que quieren reeducar a todos los hombres blancos, heteros y católicos miran para otro lado si los criminales son de otras 'culturas'

Actualizada 09:59

En España fueron asesinadas 58 mujeres en 2023, último ejercicio completo cerrado. El 43,1% de esos crímenes los cometieron extranjeros, según los datos del Instituto Nacional de Estadística, que no precisa la nacionalidad: el 13,4% de la población residente en España comete, en consecuencia, cerca de la mitad de los feminicidios, que es más del triple de lo que le correspondería proporcionalmente. Una tendencia que se mantiene y repunta incluso en lo que llevamos de 2024.

Aún peor es la estadística relativa a delitos y agresiones sexuales: de las 491 condenas registradas en 2021, por ejemplo, 224 recayeron sobre inmigrantes, un 45,62% del cómputo total, de nuevo más del triple de la tasa que se correspondería con lo que suponen en el padrón.

Esto significa algo, indiscutible, ya de entrada: después de la condición de hombre, la única presente en el 100% de los casos, la segunda característica más indiciaria de dónde está el origen de los delitos más abyectos, junto a la pederastia y los crímenes infantiles, es la condición de extranjero de quien los comete.

No es una opinión, es un hecho: el 87% de los residentes en España, españoles de origen, asumen el 56% de los asesinatos machistas y los delitos sexuales; mientras que el restante 13% perpetra el 44%, aproximadamente, de la suma de ambos tipos penales.

Nada peor que esconder esta evidencia, en lugar de profundizar en ella y analizar su letra pequeña, para que se imponga un rechazo global, injustificado, al inmigrante en su totalidad: los rumanos de menos de 25 años, laboriosos como pocos y perfectamente integrados tras un aterrizaje controvertido hace 25 años, cometen menos delitos de promedio que los españoles de su edad.

Si estos son los datos, más difícil es acertar de pleno en las razones y no digamos en los remedios. Pero hay algo claro: no se puede negar la fría realidad, con todos los matices que se quiera, si se aspira a imponer la razón. O dicho de otra forma, la única manera de culminar un proceso de integración positivo, en el que la carga de derechos vaya complementada con otra de obligaciones, es dejar de sustituir un diagnóstico riguroso de la situación por un eterno mantra en el que la negación de la realidad, los salmos bienintencionados y los intereses políticos acaban provocando una reacción social de repudio general profundamente injusta pero inevitable.

No tiene sentido, por ejemplo, que a ningún dirigente de izquierdas, con especial intensidad si se trata de una ministra o una lideresa cualificada, le cueste lo más mínimo reprocharle a un supuesto sistema global, bautizado como «heteropatriarcado», el origen del drama: se le carga al varón blanco, occidental y católico de una especie de pecado de origen, en auge en nuestro tiempo, que solo puede enmendarse con un proceso de reeducación del que nadie debe librarse si quiere superar esa tara.

La brasa política, que también es excusa de una floreciente industria de género con varias ramificaciones, se transforma en silencio allá donde tal vez sí exista un verdadero problema de educación, valores, costumbres, tradiciones y fe: se criminaliza al inocente mientras, por alguna extravagante razón, se desecha la posibilidad de, al menos, trabajar en el sistema de valores que probablemente llevó a un magrebí el pasado fin de semana a asesinar y descuartizar a su exmujer y a sus dos pobres hijos.

El racismo y la xenofobia son la respuesta desesperada a la ausencia de una réplica sensata a las evidencias, con las explicaciones que son imprescindibles para entender cada fenómeno con la magnitud que tiene: culpar al hombre blanco mientras se desprecia la evidente relación de causa y efecto entre la identidad de un asesino o un violador y el papel denigrante que ocupa la mujer en su «tradición» solo sirve para dejar más indefensas a las mujeres; amplificar injustamente la culpa a todos los foráneos y renunciar a aplicar los mejores antídotos preventivos. El machismo mata, dicen los heraldos del movimiento, pero si ese machismo lleva turbante o no es blanco, mejor nos lo callamos.

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