Pasados de Orgullo
Ya está bien de buscar homófobos y machistas ficticios mientras se mira para otro lado con quienes sí lo son
No termino de ver la relación entre reivindicar derechos tan sagrados como la igualdad, que en España solo se rompe masivamente si eres español en Cataluña o el País Vasco y pronto en todo el territorio si se aprueba otro paraíso fiscal catalán similar al vasco o al navarro, y pasearte con un tanga por la Gran Vía, en ocasiones con una bandera arco iris clavada en esa parte esférica situada por debajo y por detrás del esternón, como si aquello fuera Iwo Jima y se estuviera guerreando con los japoneses.
Pero poco hay que objetar, más allá de matiz estético presente en tantas otras celebraciones masivas, cuando las maneras de lograr felicidad no obligan a terceros: lo que uno haga consigo mismo, sin menoscabo de la salud propia ni alteración del orden jurídico, siempre merece escrupuloso respeto e incluso un punto de alegría para completar la alegría ajena.
Una regla, por cierto, que se salta siempre esta izquierda castrante y woke, que va buscando, desde su estúpida batalla moralizante, causas y razones para revocarla cuando se aplica en latitudes mentales, personales, culturales e ideológicas alejadas de sus catecismos baratos: al concederse una inexistente superioridad moral, se justifica a sí misma su deriva represiva y da por buena su costumbre regulatoria en casi cualquier campo imaginable, desde la comida hasta la ropa, pasando, obviamente, por la libertad de pensamiento, credo o ideología.
Hechas las presentaciones, que viva el Orgullo, pues, que corra la serpentina por las carrozas, hagan caja Madrid y otras ciudades y suenen lo que sea menester los grandes éxitos de Village People, Freddie Mercury y George Michael, todos ellos estupendos y maravillosos de la muerte.
Ahora bien, no den el coñazo más haciéndose los ofendidos y las víctimas por todo y por todos ni buscando verdugos homófobos ficticios donde no los hay. Felizmente en España se ha asumido que la igualdad no consiste en aceptar solo lo semejante, como la tolerancia no va de asumir lo que uno ya practica, y todo ello además forma parte del cuerpo jurídico vigente.
A la realidad social se le añade así la legal, convirtiendo a los especímenes que no lo entienden en seres marginales, reprobados y perseguidos cuando llevan a la práctica, de algún modo, sus ímpetus trogloditas.
No poner la bandera arco iris en la fachada del Ayuntamiento no es un ataque al movimiento LGTBI, sino el estricto cumplimiento de la ley vigente, que no permite la exhibición en lugares oficiales de otros símbolos y banderas distintos a los nacionales, autonómicos y municipales.
Y conocer, respetar y aplicar la ley no convierte a nadie en homófobo, como han pretendido presentar a la alcaldesa de Valencia por su negativa a hacerlo y las justificaciones ofrecidas a continuación: no comparó a los gais con los enfermos de ELA o Alzheimer; simplemente citó otras causas relevantes tratadas de la misma manera para hacer ver por qué no se privilegiaba ésta en concreto con un despliegue de enseñas sin encaje legal.
Lo fácil hubiera sido saltarse la ley, que el Gobierno no ha cambiado por cierto pese a llevar seis años en el machito, pero lo suyo en un cargo público es conocerla y aplicarla. Lo contrario de lo que ha hecho Sánchez en La Moncloa, por cierto.
La explotación comercial y política de las causas necesitan de un requisito sorprendente para mantenerse: negar los avances logrados y elevar a categoría las anécdotas para sostener una lucha ya innecesaria con la que mantener los ingresos, sean económicos o electorales.
Y algo de eso hay en la oficialidad LGTBI, cada vez más parecida al chiringuito feminista en su vocación de consolidarse como una industria política rentable: necesitan homófobos o machistas de prestigio, aunque sean fabulados, porque un imbécil ocasional no da para sostener un negocio que se desarrolla mientras, en realidad, todas las fuerzas políticas y toda la sociedad española tienen asumidos los valores de igualdad.
Y que soportan sin inmutarse, además, a señores mostrando el cono sur en el hemisferio norte y a señoras dispuestas a llamarnos señoros a todos menos a los cafres con turbante que sí les colgarían a unos de las grúas y a otras no las dejarían salir de la cocina salvo para asesinarlas o violarlas.