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05 de julio de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

Manolito el pollero

Fue un poeta breve, rico de talento, generoso de ideas, amigo hasta el fin, enemigo de la vanidad y el autobombo. Escribía sus versos en servilletas de los bares y las dejaba hechas un burruño entre cáscaras de gambas y colillas de cigarrillos

Actualizada 01:30

Tenía pensado escribir el pasado 29 de junio, día de San Pedro y San Pablo, de Manuel Fernández Sanz, Manolito el Pollero, en el aniversario de su muerte. No lo conocí. Guardo de él su excepcional poemario, editado por Camilo J. Cela en 'Los Papeles de Son Armadans'.

Cuando con los otros niños
En Belén jugabas Tú,
¿Sabías, o no sabías
Que eras el Niño Jesús?
A Manuel Fernández Sanz, poeta genial, autodidacta, vividor, se le conocía como El Pollero, porque nació en la Pollería de sus bisabuelos, en la calle de Tetuán de Madrid, antes Negros, en septiembre de 1900. Y falleció en Oviedo, después de invitar a una copiosa cena a don Camilo, con ventresca encebollada, salmón de Asturias, «foie gras» de Estrasburgo, chorizo de Cantimpalos y un «ragout» de vaca «capaz de levantar a un muerto, y todo ello regado con un tinto riojano de la mejor cosecha» según escribe Cela en el prólogo de su único libro, «Silva, Grillera y Cigarral de Manolito el Pollero». Cela comía y Manolito miraba, porque tenía la muerte en sus ojos y le habían prohibido los doctores comer lo que le gustaba y apetecía: «Todo menos que se muera mientras su amigo Cela come. Es de mala educación». No obstante, el paganini de la última cena del Pollero fue el propio Manolito, que era desprendido, despilfarrador y caprichoso.
Menudo y cernido nieva,
El copo a las lomas lleva
Su candor.
Desnudo, recién nacido,
Yace entre paja, aterido
El Señor.
Mirad, fundida en el suelo
La estrella de caramelo
De David.
Mirad, la Corte escarchada,
Pastores de la cañada
De Madrid.
Manolito el Pollero fue un grande y simpático poeta sólo conocido por sus amigos. De Cela a Tono, del joven Mingote a Medrano, Manolo Alcántara y pocos más.
Se escalonan los añiles
De las claras. Calle abajo,
Desfilan los albañiles
Hacia el tajo.
El dibujo antiguo de la castañera en cualquier esquina de un barrio cualquiera de Madrid.
La castañera, en la esquina,
Rebujada en su mantón
Rescolda el hogar de encina
De su latoso fogón,
Y, mientras de frío muere
Y sus pobres manos treman
Ateridas por la helada,
Con voz, plañe destemplada:
¡Calentitas! ¿Quién las quiere,
Que ahora queman?
Fue capaz de escribir una nana al pie.
A la nana, nanita, nana,
Duérmete, chiquirritín,
Dentro de tu calcetín…
De lana.
Y en las reuniones de los poetas y escritores, siempre le requerían que recitara 'El Niño y las Ranas'.
Al pasar junto a la charca
El niño me preguntaba:
- ¿Qué son las ranas?
- Pues mira, niño, las ranas…
- ¿ Y por qué cantan?
- Pues mira, niño, las ranas…
- ¿Y por qué saltan?
- Pues mira, niño, las ranas…
- ¿Y por qué nadan?
- ¡Y no tuve más remedio
- Que tirar el niño al agua!
Fue un poeta breve, rico de talento, generoso de ideas, amigo hasta el fin, enemigo de la vanidad y el autobombo. Escribía sus versos en servilletas de los bares y las dejaba hechas un burruño entre cáscaras de gambas y colillas de cigarrillos. Era un madrileño castizo que desconocía su condición. Casi toda su obra se perdió en la basura de las tabernas y los restaurantes.
Aquel 29 de junio, Cela se hallaba fuera de España. Y fue enterrado en el cementerio de Cornellana. Cargaron con el ataúd que contenía sus restos cuatro amigos, en una inhumación rápida y destemplada. José Antonio Medrano, Manuel Alcántara, Mariano Povedano y Dionisio Gamallo. Cuatro poetas.
Me pregunto, con la cantidad de merluzos que dan nombre a las calles de Madrid después del paso por el Ayuntamiento de los resentidos de la Memoria Histórica, si sería posible que Manuel Fernández Sanz, Manolito el Pollero, el último poeta castizo de la capital del Reino, estuviera presente en una calle, una plaza, un recodo de este nuevo Madrid que le asombraría por su grandeza. Un Madrid entregado también a sus genios humildes.
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