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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Godocito

Albares se había comprometido a asistir en Barcelona, a una importante reunión con los más importantes ejecutivos del grupo Godó, editor de La Vanguardia y propietario de las emisoras de radio más dedicadas a injuriar a la Corona en particular y a España en general

Actualizada 01:30

El ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno de España no pudo acompañar, como es de obligado cumplimiento, al Rey durante su viaje a Estonia, Letonia y Lituania. Lógicamente, su ausencia demandaba una aclaración o excusa convincentes. Una repentina gripe, Un motín de embajadores y diplomáticos no enchufados, una reunión secreta con Putin o Hamás, en resumen, un asunto serio. En un principio excusó su ausencia por su ineludible presencia en el cumple de una ahijada, que le había encomendado, como padrino, que fuera el encargado de abrir de un bastonazo la piñata cargada de chuches, globos, antifaces, matasuegras y cucuruchos de bruja. Pero a sabiendas de que no colaría la excusa, renunció al pretexto.

Ramón Pérez-Maura, que se informa de todo cuanto ocurre en el Ministerio de Asuntos Exteriores, sacó el conejo de la chistera. Ramón, que bautizó a Albares como «Napoleonchu», y en la Unión Europea se le conoce como el «pulguita», fue el primero en destapar el verdadero motivo que impidió a Albares cumplir con su deber institucional y acompañar al Rey a los países bálticos. Se había comprometido a asistir en Barcelona a una importante reunión con los más importantes ejecutivos del grupo Godó, editor de La Vanguardia y propietario de las emisoras de radio más dedicadas a injuriar a la Corona en particular y a España en general. Un grupo muy provincial, casi comarcal, pero poderoso. La reunión se celebró, pero no sólo asistieron los responsables del Grupo Godó. Se reunieron más de trescientas personalidades, mujeres y hombres, invitados por el Conde de Godó, para celebrar la noche de San Juan. Y hasta allí, mientras el Rey viajaba en deliciosa soledad, voló Napoleonchu para saltar la hoguera y departir amigablemente con la alta sociedad y burguesía barcelonesa.

Vuelvan atrás la vista los lectores y figúrense el escenario de los primeros años de reinado de Juan Carlos I. El Rey viaja a Francia, y por lógica, cuenta con la compañía de su ministro de Asuntos Exteriores. El Conde de Motrico, Javier Solana, Fernando Morán, Marcelino Oreja… cualquiera de ellos. Cuando el Rey llega al aeropuerto, falta el ministro. Se interesa por su ausencia, y es informado: –Señor, que lo siente mucho, pero no puede venir. Ha quedado con un grupo muy importante de personas en «Las Lentejas de Mona Jiménez». O también: «El ministro no viene porque había apalabrado hace meses que asistiría a la cacería de perdices de Ignacio Coca en 'La Cepilla'. Más o menos lo mismo.

El Conde de Godó es muy poderoso. Yo he sufrido indirectamente su poder. Me limité a hacer público lo que el Rey Juan Carlos le dijo poco después de su abdicación de La Corona, cuando fue informado del contenido de las emisoras de radio de Godó: –Si de algo me arrepiento, Javier, es de haberte hecho Grande de España–. Cuando se celebró en El Escorial la misa por el 25º aniversario del fallecimiento de Don Juan, Godó accedió a la basílica acompañado por un propio. Yo compartía banco con el Marqués de Comillas y un Eraso, amigo de la infancia de Don Juan Carlos. Y en el banco anterior, se ubicaban el marqués de Quintanar, un Brito Da Cunha, Godó y el propio. El marqués de Quintanar abandonó su sitio y se situó a mi lado. «No quiero estar ni un minuto al lado de ese…».

Pero las fiestas de San Juan que organiza son divertidísimas, y a ella acudió el ministro Albares –desde ahora, Godocito–, cuando su obligación era la de acompañar al Rey en un viaje oficial de singular importancia. Según comenta Ramón Pérez-Maura, la alta y media burguesía barcelonesa, la del 3%, no le hizo excesivo caso al siempre tronchante y dicharachero ministro.

A partir de ahora, las excusas para despreciar al Rey van a perder valor. «No puedo acompañarle porque tengo que asistir al 57ª aniversario del fallecimiento de mi tía Raimunda, hermana de mi abuela». «Decidle al Rey que no cuente con mi compañía. Mi sobrina Marilín ha amanecido con 37,5 de fiebre». Y lo que te rondaré morena.

Con independencia de la grosería de Albares al Rey, la gran decepción. Algunos invitados acudieron al festolín ilusionados por ver cómo saltaba la hoguera el Conde de Godó.

Y se quedaron con las ganas.

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