Del jinxed al hoodoo
Los republicanos ingleses, que no llegan al centenar, dicen que Ana de Inglaterra, experta amazona, cuando cabalga al galope por las extensas praderas de su propiedad, ofrece una imagen confusa
Mi asesor de inglés de guardia –el resto está de vacaciones–, me garantiza, que al menos, hasta ahora, el gafe en inglés puede traducirse por «jinxed» o «hoodoo». De una manera u otra, hay que reconocer que , fallecida la formidable Reina Isabel II, un «jinxed» o un «hoodoo» se ha instalado en la Familia Real británica y logrado sus objetivos. El Rey Carlos III –para mí Carlos III será siempre nuestro gran Rey y mejor alcalde de Madrid–, y su nuera la Princesa de Gales, han recibido simultáneamente la visita del cáncer, que es una visita muy desagradable, si bien, los avances de la ciencia en la oncología ofrecen hoy muchas más esperanzas de curación que en el inmediato ayer. En el fondo, a partir de los 70 años, todos los seres humanos, lo sepamos o no, tenemos alguna alteración celular de mayor o menor importancia. Una alteración celular que afecta al Rey, pero también a la Princesa de Gales, que es una belleza de mujer en plena juventud. Y eso se aleja de la norma.
No obstante, el «hoodoo» no se ha conformado con dos víctimas, y se ha introducido en la pata izquierda de un caballo, con el fin de propinar una coz a la princesa Ana, hermana de Carlos, que es una mujer peculiar. Los republicanos ingleses, que no llegan al centenar, dicen que Ana de Inglaterra, experta amazona, cuando cabalga al galope por las extensas praderas de su propiedad, ofrece una imagen confusa. Para unos, se trata del galope de un caballo montado por la princesa, y para otros del galope de la princesa montada por un caballo. Pero el hecho incuestionable es que la patada caballuna se la ha llevado ella y no el cuadrúpedo, y ha tenido que ser ingresada en un hospital para ser tratada convenientemente de la conmoción cerebral que le ha sobrevenido por la coz jamelga. No obstante, en el Reino Unido todo se toma con calma y las desgracias personales, aunque afecten a los miembros de la Familia Real, no se comentan ni se manifiestan en el deambular callejero de los hijos de la Gran Bretaña, que van disminuyendo a medida que son invadidos por los hijos de los naturales de sus colonias. Porque los británicos y los holandeses, autores y difusores de la Leyenda Negra contra España, jamás consideraron –al contrario que los españoles desde el reinado de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón–, a los habitantes de sus nuevos territorios dignos de compartir los mismos derechos que sus colonizadores.
En España también hemos tenido reyes y príncipes sometidos a la gafancia, y no bien tratados por los cronistas de la época y los poetas satíricos, que no se paraban en barras. A don Francisco de Quevedo, el gafe del Conde Duque de Olivares, lo encerró en las mazmorras de San Marcos de León por sentirse indirectamente aludido en su Memorial a Felipe IV, que fue el Rey de la Cultura, de las Artes y de las Letras, y al que Torrente Ballester dedicó un opúsculo «El Rey Pasmado», que se adaptó al cine, y en el que Felipe IV quedaba como un idiota obsesionado por ver desnuda a su primera mujer, Isabel de Borbón. Tan pasmado que, a su muerte, dejó sobre el mundo a más de treinta hijos naturales. Si no llega a ser pasmado, hasta Pablo Iglesias llevaría sangre real en las venas, que vaya usted a saber.
Pero aquí me hallo con otro motivo. Intentar averiguar quién es el gafe que está acribillando a molestias a la Familia Real del Reino Unido. Que una cosa son las enfermedades, que no tienen fundamento ni lógica, y otra muy diferente las coces de los caballos, que tienen lógica cuando se convive con ellos. Por otra parte, el marido de Ana de Inglaterra es un marino que huye de la popularidad y protagoniza la ejemplaridad de la discreción. Un marido que ve un caballo y se encierra en su biblioteca para leer de nuevo una biografía de Nelson. Para mí, que el gafe es Harry, el marido de la buganvilla trepadora americana, resentido, zanahorio y calzonazos. Por ahí van las pistas.
Y si nadie desea seguir esas pistas, me parecerá muy bien. Al fin y al cabo, mi responsabilidad al respecto es nula. Lo que hay que hacer para no escribir de González –Pons. Cosas de gafes.