Matías
Se añora a Matías Prats, el padre, Matías Prats Cañete, que llenaba el partido de sabiduría y anécdotas. Los partidos de fútbol, de baloncesto y las corridas de toros
El día menos pensado, en las retransmisiones de los partidos de fútbol, habrá más comentaristas en la misma cabina que futbolistas sobre el terreno de juego. Demasiadas voces, opiniones y coces al idioma para comentar lo que estamos viendo. En la Eurocopa que se está disputando, lo más recomendable es bajar el volumen del aparato de televisión. En las emisoras de radio, pasa lo mismo. Lo narran tres o cuatro expertos que se divierten y hacen chistes entre ellos que nada tienen que ver con el partido que narran. Espectacular fichaje de TVE de la comentarista Verónica Boquete, la del palo largo y el palo corto, la del «fenomenale juego con ele balono de la selecciona española». Se añora a Matías Prats, el padre, Matías Prats Cañete, que llenaba el partido de sabiduría y anécdotas. Los partidos de fútbol, de baloncesto y las corridas de toros. En una eliminatoria de Copa de Europa disputada por el Real Madrid y el «Jeunesse» de Luxemburgo, sólo un futbolista luxemburgués sabía que el balón era redondo. Era calvo, y se apellidaba Gustavson. «Además de por su juego, reconocerán a Gustavson por ser el menos dotado de frondosidad pilosa». Claro, que don Matías era un lector constante de Historia y Poesía, y un notable poeta satírico. Cuando fue despedido del Gobierno el ministro Gual Villalbí, Matías Prats resumió en «La Codorniz» la brillante carrera del gobernante defenestrado en dos versos, el segundo de pie quebrado: «Con Gual o sin Gual/ es igual».
Matías Prats comentaba las retransmisiones taurinas con su acento cordobés, y sabía de toros, de toreros, de empresarios, de mayorales, de subalternos y de público. Entre toro y toro, Ramón Díez, el mejor realizador de fútbol y toros de TVE y del resto del mundo, pinchaba la cámara que ofrecía una visión parcial del público. Y siempre encontraba Matías a un amigo sentado en un tendido digno de ser elogiado. Ramón Díez le gastó una broma. El toro había sido arrastrado por las mulillas, los areneros arreglaban el ruedo, y Díez enfocó y nos ofreció el descenso en aproximación de un avión que se disponía a aterrizar en Barajas. Matías no calló. «Por la hora, deduzco que ese avión de la compañía Aviaco que se dirige a Barajas, es el correspondiente al vuelo La Coruña-Madrid, y muy probablemente comandado por mi gran amigo Fernando Gutiérrez-Piso, tan experto piloto como gran compañero de tertulia. Y muy aficionado a los toros, ordoñista puro». Y el gran Ramón Diéz se la tragó.
Para el fútbol y baloncesto, Matías escondía su acento cordobés y hablaba en un español fluido y neutro. Como «seseaba» y le costaba «cecear» se buscó una artimaña que sólo sus amigos conocían. Si jugaba el Zaragoza, Matías pronunciaba «faragofa», escondiendo la 'c' en favor de la 'f'. «Los faragofanos felebran su gol con grandes abrafos».
No necesitaba a nadie a su lado para comentar innecesariedades. Y resultaba mucho más barato que las muchedumbres de comentaristas que las emisoras de radio y cadenas de televisión contratan para algo tan sencillo como narrar las imágenes de un partido. Los de ahora, y espero ser perdonado por muchos de los numerosos comentaristas deportivos, no narran, ni aportan, ni sirven. No saben hablar y ocultan su ignorancia en frases hechas y abrumadoras: «Ha leído el pase», «el partido está trabado»… Pero, hasta para retransmitir un partido de octavos de final de Canicas Sobre Asfalto, las televisiones y radios necesitan contratar a tres comentaristas. El periodista, el entrenador de canicas, y el jugador o jugadora de Canicas sobre Asfalto en situación de retiro.
Matías lo hacía todo, llenaba los espacios huecos, los adornaba de anécdotas, reconocía a todos los jugadores, y remachaba sus intervenciones con un «grafias a todos por permanefer atentos a la pantalla».
Y escribía poemas.