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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

De Wittgenstein a Peter

Los radicales gustan de hacer el avestruz ante la realidad y sus problemas, es más fácil abrazar el topicazo del eslogan demagógico que encararlos con datos

Actualizada 09:34

Que la realidad no te estropee tu demagogia. Caminemos todos juntos con las orejeras ideológicas bien caladas hasta alcanzar la estupidez suprema. Huyamos como de la lepra de las realidades contables, o de la comparación con otros países que nos están comiendo las papas (mayormente porque sus vecinos se aplican más). La extrema izquierda que nos gobierna –y a veces también la derecha– gusta de hacer el avestruz ante los detalles de los problemas reales, porque intentar ofrecer soluciones basadas en números y hechos concretos resulta muy fatigoso, exige trabajar duro y pensar. Es más fácil lanzar un tuit epatante, un poco incendiario a ser posible, aunque no lo sostengan ni los datos ni las leyes.

Un buen ejemplo es la última moda de nuestra extrema izquierda: la turismofobia. España no ha tenido la chiripa de toparse con petróleo y gas; ni está en la punta de lanza del mundo digital y la IA, que definirán qué naciones serán prósperas y cuales no. Tampoco destaca por la productividad de su afición. Pero a cambio se beneficia de su mina particular, el turismo, porque es un país hermoso, seguro y divertido, y con un paisanaje en general muy agradable. Medio planeta quiere darse un garbeo por aquí.

El turismo internacional va a suponer este año el 15 % de nuestro PIB. Si se alcanza la cifra que se pronostica, aportará a la economía 200.000 millones, lo que equivale a todo lo recaudado por Hacienda el año pasado, según ha explicado José Rosado en una información en El Debate.

¿Y cuál es la reacción de nuestra inteligentísima izquierda? ¿Proponen fórmulas para mejorar la calidad de la oferta?¿Aportan ideas para fomentar la mano de obra, dado que al sector le falta gente? ¿Plantean promocionar el turismo en provincias con posibilidades y donde todavía no llega? Nada de eso. Su propuesta consiste ponerlo a parir y organizar manifestaciones contra esa plaga. Por supuesto se obvia la pregunta evidente: si nos proponemos espantar el turismo, ¿cuál es la alternativa económica para la mayoría de los enclaves que se benefician del mismo? ¿La paguita?

El pensamiento mágico de la izquierda lo impregna todo. El proyecto de autócrata que nos gobierna sin ganar las elecciones y su fámulo en Cataluña, Illa, necesitan una vez más comprar el apoyo separatista. Sin problema: se les regala el perdón de su inmensa deuda y el 100 % de la recaudación de impuestos, y a correr. ¿Y qué efectos tiene el obsequio sobre el resto de las regiones? ¿Seguirá existiendo un Estado operativo si al cuponazo vasco y navarro se le suma el catalán? Nuestra gesticulante Marisu ni se molesta en hacer cálculos. Si Sánchez lo necesita para flotar, «hágase», que diría Hugo Chávez.

¿Nos molestan el Supremo y la separación de poderes? Pues ponemos a parir al primero y liquidamos la segunda. ¿Las golfadas de mi mujer y mi hermano han acabado con sus huesos en el juzgado? Que salgan todos los ministros en tromba a decir que «no hay nada de nada» y a desacreditar al juez, y asunto zanjado. No se puede caer en la excentricidad jurídica de comprobar si los hechos son ciertos y juzgarlos.

¿La inmigración irregular está fuera de control? Unas frases tópicas y gastadas y que siga el coladero, porque bajar al detalle del reto, o reconocer problemas de inseguridad y adaptación, es fachosférico. ¿Se disparan los asesinatos de mujeres? Más frases sobadas y «un comité» que analizará la situación, anunciado por una ministra muy compungida, sí, pero que no aporta nada. De nuevo se sobrevuelta el problema.

El día es noche si conviene a Sánchez, y viceversa. Imposible entenderse con quienes niegan el principio de realidad y han decido cerrar sus cabezas con un candado ideológico.

Nuestro Peter es como Wittgenstein –abismo neuronal al margen–, quien negaba la posibilidad de establecer principios morales. El 25 de octubre de 1946, en la sala H3 del King's College de Cambridge, discutió al respecto sobre ello con un profesor invitado, el terrenal Karl Popper, en una velada filosófica memorable. Wittgenstein se acaloró tanto que blandía el atizador de la chimenea para acompañar su acalorada perorata negacionista. Con su mirada de fuego, retó a Popper a que plantease un principio moral. Su paisano vienés, sin alterarse un ápice, dijo: «No amenazar con un atizador a los profesores invitados». La audiencia prorrumpió en una carcajada y Wittgenstein, derrotado, se largó dando un sonoro portazo.

Esperemos que el sentido común se imponga algún día. Pero no parece. Ahí tienen a los franceses dando la victoria a la extrema izquierda del vetusto antisemita Mélenchon y a nuestro «progresismo» regresista, sus medios afines y Bruselas festejándolo como la maravilla de las maravillas. Prepárense los vecinos gabachos que lo van a pasar muy bien, se lo anticipamos los que ya disfrutamos de un maravilloso Gobierno del Frente Popular.

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