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07 de septiembre de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

Elegancia verbal

El taco no es siempre una grosería. En ocasiones, es remedio curativo y balsámico

Actualizada 01:30

En el prólogo de mi libro Versos Prohibidos, Jaime Campmany retrata la elegancia verbal y honda cultura del que fuera presidente de Murcia, el socialista Andrés Hernández Ros. Un diputado regional le preguntó qué pensaba de Carlos I y Felipe II. Y don Andrés, ágrafo y contundente no dudó en la respuesta:- ¿Carlos I y Felipe II? ¡Joder, qué tíos! ¡La madre que los parió!-. El taco no es siempre una grosería. En ocasiones, es remedio curativo y balsámico. Si en un descuido, limpiando un bronce, el bronce se escapa de las manos y aterriza sobre un pie del limpiador, un ¡coño! bien emitido y voceado, actúa de calmante. Contaba Manuel Alcántara que Rafaelito Neville, hijo del gran Edgar, tan ingenioso como trucha, sufrió un involuntario pisotón de Manolito el Pollero, que frisaba los 110 kilogramos de peso. El pie derecho de Rafael Neville se espachurró con el pisotón del Pollero, pero como era muy fino, exclamó en agónico alarido. ¡Madame de Sevigné, Marquesa de Tres Castillos!, y desapareció cojeando mientras murmuraba toda suerte de improperios dedicados al genial poeta popular.

No obstante, en la política y el Parlamento, la corrección en los hablares era norma casi obligada. La ironía vencía a la grosería. Hablaba en la tribuna, durante el franquismo, un procurador tan meritorio como mal confeccionado. Había partido de cero y a fuerza de tesón y esfuerzo, se sentaba en un escaño de las Cortes. El procurador se puso un poco pesado con la relación de sus méritos. Era breve de estatura, tenía la cabeza muy grande, una pierna más larga que la otra, y unos brazos muy cortos, como los de un canguro. Y dijo la frase esperada: -Yo, que me he hecho a mí mismo-… Y otro procurador, desde su escaño, con su voz tronante y famosa crueldad, le interrumpió: -Pues ya podría haberse esmerado un poco más su Señoría-.

El padre Rementería lo dejó claro en una homilía dominical de un domingo del mes de agosto en la parroquia del Antiguo de San Sebastián:

-A ver blasfemos. ¿Por qué “hasher en Dios y Santísima Virgen si teneís la mar y el diez para hasher?-.

Un político, más si es el dirigente de un partido y aunque sea tan ridículo como Puigdemont, está obligado a cuidar su lenguaje. El pueblo siempre ha sido libre en el empleo de blasfemias, tacos, voces malsonantes y groserías. Los políticos están obligados a dar ejemplo, y quizá por ello, resultan en ocasiones tan aburridos. Alfonso Guerra fue el que acuñó los mejores motes durante la transición, pero jamás cayó en la vulgaridad malsonante. Los Reyes de España, en privado, siempre han usado de un lenguaje castizo y taquero, pero en público se guardaban mucho de expresarse como en la intimidad familiar. A cuento viene todo esto por las últimas palabras emitidas por el pobre Puigdemont después de traicionar a quien ha delinquido presumiblemente para rescatarlo de la cloaca de la delincuencia terrorista con la vergonzosa Ley de Amnistía. El acuerdo de Sánchez con ERC para llevar a la calamidad de Salvador Illa a sentarse en el tronito de la Generalidad de Cataluña, ha provocado la traición del eterno estercolado, que ha definido la debilidad de Sánchez a falta de su apoyo, de esta manera. «Si Sánchez pacta con ERC, seguirá de hostia en hostia».

Esa manera de hablar no es admisible en un dirigente político, aunque nos lo tomemos a broma. A lo de dirigente político, me refiero.

Hay mucha grosería y sal gorda en esa oración. No obstante, podría considerarse que con esta frase blasfema y gratuíta, al fin ha dicho algo que merece un cierto y medido interés.

De haber dicho de leche en leche, le aplaudiría.

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