En andaluz
Marisú no habla el andaluz. Despotrica una ordinariez de jerga de folclórica maltrecha. Su problema es que no tiene nada que decir, y el resultado es que sólo acierta cuando emite una majadería. Y aplaude. Aplaude como la tonta de la boda cuando los novios parten la tarta
Marisú no habla con acento andaluz. Berrea un lenguaje extraño apoyado en la nada.
No se escribe mejor español que en Andalucía. Y sus diferentes acentos iluminan el lenguaje, tan desfallecido como culto y alegre. Desde anteayer hasta hoy ahí los tienen. Juan Ramón, Muñoz-Seca, los Quintero, García Álvarez, Fernando Villalón, Aquilino Duque, los hermanos Cuevas, José Antonio Muñoz Rojas, Manuel Halcón, Antonio Burgos, Federico, Rafael Alberti, Alfonso Grosso… y los que me dejo. Diferentes acentos como distintos son sus paisajes, todos agradables al oído y a la serenidad.
La sierra hacia el mar, y el mar hacia el infinito. También en la palabra.
Marisú es andaluza, pero no habla el andaluz. Lo destroza.
Madrid sonaba de otra manera cuando los andaluces la visitaban para arreglar papeles, casi siempre en el Ministerio de Agricultura. Lo escribió Pemán. «La calle de Alcalá, ¡Cómo reluce!/ cuando suben y bajan los andaluces». Manuel Halcón, primo hermano de Fernando Villalón, el poeta de las Marismas, quiromántico, caballista y ganadero obsesionado por recuperar el toro de Tartesos con los ojos verdes. Ni sus amigos Joselito y Belmonte se atrevieron con ellos, y la ganadería se fue al traste. Manuel Halcón, toma posesión de su sillón en la Real Academia Española el 9 de diciembre de 1962. Su discurso lo dedica al Prestigio del Campo Andaluz. Le impone la medalla el entonces director, Ramón Menéndez Pidal, y le responde otro andaluz, José María Pemán. Manuel Halcón es el marqués de Villar del Tajo, pero vive y trabaja sus campos de Lebrija. Defiende el habla y la verborrea de los andaluces, porque son gente que siempre tienen mucho que decir y no se callan. Y Pemán le da la bienvenida a la Real Academia Española, andalucísimamente: «Por esa puerta que la Real Academia le ha abierto a él, se ha colado un olor saludable de tierra, flores, sementeras y humedales». Porque Manuel Halcón pasaba de escribir en su casa sevillana a montarse y conducir un tractor en las siembras y las cosechas de cereales y legumbres de sol a sol.
En su preciosa biblioteca de Madrid, nos hizo partícipe de su debilidad más amarga a Juan Antonio Vallejo-Nágera, Antonio Mingote y a éste que escribe. «Me pidió Fernando Lázaro Carreter que votara a favor de Jesús Aguirre. Más que pedírmelo, me presionó hasta la incomodidad. Y voté a favor, a sabiendas de sus escasos merecimientos». Aguirre era un instrumento de Prisa, y Lázaro Carreter se había entregado de cuerpo y alma a la empresa de Polanco. Llenó la RAE de grisuras pactadas. Le recité a Manolo Halcón el epigrama de Juan Pérez Creus dedicado a Lázaro Carreter, y se sintió aliviado.
Lo levantó en un instante.
A este Lázaro de ahora
No hay cristo que lo levante.
Los hermanos De las Cuevas eran madrileños, pero se hicieron rondeños, y escribieron «La Historia de una Finca» como si fueran andaluces. Antonio Burgos, mi compadre, que tenía un deje de tartamudeo británico, hablaba un andaluz barroco y sonoro. Y Pemán, pronunciaba su andaluz con aire de La Caleta y profundidad atlántica.
Marisú no habla el andaluz. Despotrica una ordinariez de jerga de folclórica maltrecha. Su problema es que no tiene nada que decir, y el resultado es que sólo acierta cuando emite una majadería. Y aplaude. Aplaude como la tonta de la boda cuando los novios parten la tarta.
Ha intentado explicarnos en andaluz los rasgos fundamentales del pacto con Cataluña. Trece mil millones de euros para los separatistas catalanes y 400 millones para el resto de los territorios de España. «Lo que dice el acuerdo, es lo que dice el acuerdo. Lo que no dice el acuerdo, no lo dice».
El más burro de los andaluces jamás se atrevería a tanto.
Exceptuando a Marisú.