Descenso del nivel
El PSOE actual, el que domina y prevalece, no es ni demócrata ni liberal. Es un partido de izquierda radical aliado con comunistas, él mismo lo es en buena medida, y con separatistas
No es ningún consuelo, más bien todo lo contrario, pero no es solo España, sino Europa y Occidente en general, quienes se encuentran en una grave crisis que se manifiesta en un descenso de nivel en casi todos los ámbitos, en especial en los que se refieren a la inteligencia y la moralidad. Basta comparar el nivel de los líderes políticos, intelectuales y espirituales de hace solo unas décadas y los actuales. Omitiré ejemplos personales porque dicen que señalar no es de buena educación. Pero sobran los síntomas. Apenas existen países occidentales cuyo nivel intelectual y moral sea superior al de hace unos pocos años. El caso de España es evidente y paradigmático, pero la nómina sería interminable: Francia, Venezuela, Estados Unidos, Alemania, Reino Unido… De las próximas elecciones en Estados Unidos poco cabe esperar. La opción entre un Partido demócrata entregado a la subcultura y Donald Trump no constituye un manantial de ilusión.
La democracia liberal pierde adhesión social y se ve suplantada por lo que no es ni democracia ni liberal. Probablemente casi nunca lo haya sido, pero el PSOE actual, el que domina y prevalece, no es ni demócrata ni liberal. Es un partido de izquierda radical aliado con comunistas, él mismo lo es en buena medida, y con separatistas. Patrocina un frente popular, enemigo de la libertad, la concordia, la democracia y la transición. Pero la democracia liberal marcha a la deriva en la mayoría de los países occidentales.
Pero los síntomas principales no son políticos, sino más profundos y graves. Europa carece de moral. No es que una nueva pugne por derribar a la vieja. Es que no se vislumbra una nueva moral, sino su pura ausencia. El hedonismo, la pura autorrealización, la autonomía suplantan a la exigencia, a la ilusión, al deber. Naturalmente no se trata de que esto sea la única realidad; no lo es. Pero es la que domina y hace más ruido, la que pugna por imponerse y muchas veces lo consigue. Se desprecia la religión y más concretamente el cristianismo. Baste recordar la vergüenza de la ceremonia inaugural de los Juegos de París. En España cierra el Museo de las Navas de Tolosa porque casi nadie acude a visitarlo, entre otros motivos, porque se presenta a los cristianos como crueles y sanguinarios.
El sentido del derecho como búsqueda de la justicia se pervierte para convertirlo en mero instrumento de poder, como puro acto de fuerza. Un síntoma muy claro de la decadencia jurídica y política es que se renuncia a convencer. La oposición es ilegítima y, por ello, hay que combatirla hasta hacerla desaparecer. El presidente del Gobierno no se dedica a argumentar ni convencer, sino a conseguir votos, sea como sea. La justicia es simplemente lo que le favorece y ayuda a mantenerse en el poder.
Pero acaso nada sea tan elocuente de la crisis como el declive de la protección jurídica de la vida. John Locke declaró la existencia de tres derechos fundamentales: la vida, la libertad y la propiedad. Ahora hay ilimitados «derechos», incluso reconocidos a los animales, pero ninguno de estos tres. Y si hay libertad es solo para el mal. Hay derecho a morir (se reconoce, pero no lo hay) y, por lo tanto, un derecho a matar, e incluso un deber de matar. El reconocimiento social de la licitud del aborto es uno de los síntomas principales de la degradación intelectual y moral de estos tiempos oscuros. Los bárbaros se encuentran dentro de nuestras fronteras. Pero la situación no es peor que la que vivió Europa hace ochenta años y salió del horror. Esperemos que no sea necesaria una experiencia traumática semejante para salir de la situación. Nada está perdido. Sin inteligencia ni dignidad moral nada puede permanecer. El descenso de nivel conduce necesariamente al fracaso. Quizá nos esperen experiencias duras y amargas, pero el mal y la estupidez solo pueden triunfar de manera provisional y transitoria.