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12 de septiembre de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

Traineras

En tiempos del franquismo, la bandera que se entregaba –casi siempre a Orio o Pasajes de San Juan–, era la de España, y Franco invitaba a la tripulación vencedora y a sus directivos a tomar un vino español a bordo de «El Azor»

Actualizada 01:30

En pocas semanas se disputará, una vez más, la bravía y maravillosa regata de traineras de San Sebastián, con dos tercios de su recorrido en la mar abierta, superada la barra que marca el fin de la bahía con el paso entre el monte Urgull y la isla de Santa Clara. El origen de las traineras lo establece la caza de las ballenas. Desde Fuenterrabía a La Coruña, el Cantábrico fue el paraíso de la ballena franca. Las localidades costeras cantábricas no se entienden sin la caza –es un mamífero–, de la ballena, a golpe de fuerza remera y arpones lanzados por los proeles de las embarcaciones. Comillas, tan cercana a mis sentimientos, fue un importante puerto ballenero en los siglos XVII y XVIII. Y el origen de las regatas, no fue otro que el reto entre dos pueblos pesqueros de Vizcaya, Bermeo y Mundaca, para conseguir que la isla de Ízaro, equidistante de uno y otro, pasara a ser propiedad de una de las dos localidades colindantes. Una trainera partió de Bermeo y otra de Mundaca, y ganó Bermeo.

La trainera es una embarcación de banco fijo, una destrozadora de culos. En mi infancia, mi familia era partidaria de la trainera, con sus remeros de amarillo, de Orio. Pasajes de San Juan, rosa, Pasajes de San Pedro, morado, San Sebastián, blanco, Fuenterrabía verde. Las vizcaínas de Santurce y Bermeo; las montañesas de Pedreña, el Astillero, Castro Urdiales, Camargo… las asturianas y gallegas. En Santander, la preciosa regata de Sotileza, pero ninguna como la de San Sebastián, con el espectáculo en la última tanda, de centenares de barcos animando con sus sirenas la empopada hacia la baliza final. En tiempos del franquismo, la bandera que se entregaba –casi siempre a Orio o Pasajes de San Juan–, era la de España, y Franco invitaba a la tripulación vencedora y a sus directivos a tomar un vino español a bordo de «El Azor». Como comentaba un remero de Orio, desembarcado y celebrando la victoria en el bar-restaurante «Derteano» , ubicado junto al muelle de pescadores. «Pues Pachi ha estado simpático, y el vino que nos ha ofrecido, qué voy a ''deshir'', cojonudo».

Los remeros de las traineras son trece, a los que hay que sumar al patrón, que ocupa en soledad la popa y dirige la embarcación para mantener su línea. Doce remeros más, sentados a babor y estribor, y el proel, encargado de iniciar la operación del viraje en la ciaboga. El proel era, en los tiempos balleneros, el encargado de lanzar los arpones desde la proa.

Creo que en la actualidad casi todos los remeros saben nadar. En mis tiempos de niño, más de la mitad no sabían ni podían mantenerse en caso de caer por la borda. –¿Para qué nadar, si tenemos embarcación? Nadar es de terrestres–. Menos mal que han aprendido, después de siglos, que nadar es importantísimo. Ha costado, pero se ha conseguido.

Pocos deportes reúnen tanta belleza y vigor como las regatas de traineras en el Cantábrico. Los remeros alcanzan la meta con todas sus energías agotadas, y el trasero hecho migas. Los entornos de la bahía de Santander y de la Concha en San Sebastián, ocupados por decenas de miles de aficionados, casi todos, también arriesgados apostadores. En las apuestas de San Sebastián, se han jugado casas, negocios, caseríos, prados y toda suerte de riquezas, además de dinero. En un verano alargado hasta septiembre, Orson Welles, que lo iniciaba en San Fermín y lo daba por concluido en San Sebastián, siguió a bordo de un barco la regata. Ganó Orio. «Esto, además de un deporte, es una heroicidad».

Intuyo que millones de españoles no han visto jamás una regata de traineras del Cantábrico, perfil de los viejos balleneros. Las cadenas de televisión han reaccionado tarde, pero al fin, no es complicado gozar del espectáculo desde la casa de cada uno. La ventaja es que los remeros, mientras lo hacen –y me refiero, naturalmente a los vascos–, no muestran sus ideas políticas. Para admirarlos con más fuerza, es conveniente figurarlos persiguiendo a una ballena en los mares del siglo XVIII.

No se arrepentirán de seguir sus emociones.

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