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Cosas que pasanAlfonso Ussía

El trío Calaveras

Pero ahí está, en Lanzarote, y los malpensados intuyen que ya se habrán reunido en La Mareta los tres, el nuevo trío Calaveras, para ultimar el golpe de Estado y la destrucción de España

Actualizada 01:30

Cantaban muy bien las rancheras. Se hacían acompañar por un Mariachi excepcional, el Vargas de Tecalitlán. El Jinete, Malagueña, Jalisco y un larguísimo etcétera. Vestían de negro con huesos bordados en sus chaquetillas. Forman parte de los mejores recuerdos folclóricos de México. Eran buenas personas y consumados artistas.

Hoy, un trío Calaveras que nada tienen que ver con aquellos intérpretes del folclore mexicano, se ha reunido en Lanzarote. Procedente de Madrid ha viajado el ejecutor; de Caracas, el estratega, y de Barcelona, rodeado de ilusionados Mozos de Escuadra, el enterrador. Los tres componentes del macabro trío no tienen otro objetivo que convertir España en una calavera, el hueso de un cráneo sin vida. El ejecutor se ha hospedado en un complejo que regaló el Rey Hussein de Jordania al Rey Don Juan Carlos I. Lo primero que hizo el Rey injusta y arbitrariamente desplazado de España, fue renunciar a su propiedad y donar La Mareta al Patrimonio Nacional. Como presidente del Gobierno, todos los palacios, edificios y terrenos pertenecientes al Patrimonio Nacional, están a su disposición. Desde que el estratega y su mujer, Lady Fundraising, ocupan La Mareta en sus vacaciones, la decoración interior se ha modificado y según algunos empleados locales, se ha convertido en la casa de un matrimonio hortera con bastante dinero que no es suyo pero lo derrochan como si lo fuera. El estratega también, qué casualidad, está en Lanzarote, la isla de César Manrique, con sus Jameos del Agua y demás exquisiteces de un artista entregado a sus raíces. El Estratega también disfrutó de La Mareta, cuando por extrañas y brutales circunstancias y casualidades, se convirtió en presidente del Gobierno de España. Su mujer era mucho más discreta que Lady Fundraising, pero las niñas góticas, hoy exitosas empresarias en Venezuela, eran para echarlas de comer aparte. Quizá, las modificaciones que el ejecutor ha llevado a cabo en La Mareta con el dinero de todos los españoles han sido modificaciones obligadas para borrar el paso de las hijas del estratega. Y asimismo, también ha volado desde Barcelona a Lanzarote el enterrador de España. El encargado de enterrar la calavera cuando España haya fallecido de odio, arruinada y disuelta, gracias al ejecutor y al estratega. El enterrador será el encargado de culminar la separación de Cataluña respecto al resto de España. Puigdemont no ha huido por segunda vez de Cataluña por el temor a ser detenido. La detención habría durado menos que una gallina blanca destinada a convertirse en caldo. El caganer ha huido de España porque no se fía del enterrador y sus socios, a los que teme más que a un nublado.

Pero ahí está, en Lanzarote, y los malpensados intuyen que ya se habrán reunido en La Mareta los tres, el nuevo trío Calaveras, para ultimar el golpe de Estado y la destrucción de España. Como el enterrador desprecia, a pesar de lo bien que fue custodiado por ellos cuando fue ministro de Mascarillas por los guardias civiles y policías nacionales, ha viajado a Lanzarote con un zaguanete de Mozos de Escuadra, de nuevo comandados por el guitarrista Trapero.

En septiembre, será delito informar de los tejemanejes de Lady Fundraising. Y del maestro musical y director de Orquesta de Extremadura, Portugal y Tailandia. Quizá falta en la reunión Conde Pumpido, el goloso presidente del Tribunal Constitucional, que se nos está poniendo, como dicen por aquí en La Montaña, como un chon.

De lo que no hay atisbo de duda es que, de su casual coincidencia física en Lanzarote, nada bueno caerá para España. Cuando un ejecutor, un estratega entregado a un criminal y un enterrador con aspecto de «Jefe de Sección de Caballeros» de unos grandes almacenes, se reúnen en la España insular, casualmente claro, porque se encuentran por la calle y quedan a tomar una copa en La Mareta – ¡Hombre Salvador, qué sorpresa, tú por aquí!–, los españoles tenemos todo el derecho a deprimirnos aún más de lo que ya estamos.

Dios nos coja confesados.

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