Fundado en 1910
Cosas que pasanAlfonso Ussía

El Coco

Pasaron los días, y en doña Virtudes nació la desilusión. El Coco le había parecido simpático y decente. Y físicamente, no estaba mal del todo. Pero el Coco parecía no corresponder a sus sentimientos

Actualizada 09:20

La buena señora doña Virtudes Peñalva Grau, viuda de Fernández, se encontró a la muerte de su marido, sola y con siete hijos que educar. Era mujer de posibles, y eso facilita las cosas. Pero los niños, que tenían entre 12 años y 4 años de edad, eran de difícil sueño y por las noches organizaban peleas de almohadas, saltos sobre las camas y toda suerte de travesuras. Entonces, doña Virtudes, acudía a sus habitaciones y les advertía con entera seriedad. «Si mantenéis esta actitud y os negáis a dormir, es muy posible que venga el Coco, que se come a los niños que duermen poco». Y los niños, horrorizados, dejaban de jugar, cerraban los ojos y se dormían.

Coco

CocoBarca

Descansaba plácidamente doña Virtudes en su cama del duro quehacer de madre viuda. Era doña Virtudes, como escribía el gran José Miguel Santiago Castelo en sus necrológicas de ABC, una mujer dotada de acrisoladas virtudes, como su nombre de pila. Desde que enviudó, jamás había chicoleado con viudos o solteros en busca de fortuna. Y a punto estaba de conciliar el sueño, cuando la habitación se iluminó y se encontró con un señor sentado al pie de su cama. Doña Virtudes no se amilanó. Y con su voz perforante le preguntó.

–¿Me puede decir usted qué hace a estas horas en la habitación de una mujer viuda de acrisoladas virtudes?
–Busco justicia y sensatez, señora. Soy el Coco. Y usted, todas las noches, mancha mi prestigio y honorabilidad. Soy el Coco y jamás me he comido a un niño que duerme poco.
–Se trata de una frase hecha.
–Una frase hecha que empaña mi buen nombre. Usted, señora, no hay noche que no me calumnie ante sus hijos.
–Es la única treta que vale para que se duerman. Le tienen a usted muchísimo miedo.
–Por eso estoy aquí. Para advertirle, que si vuelve a decir a los niños que si no se duermen voy a visitarles para comerme a uno de ellos, nos tendremos que ver en los Juzgados. Mis abogados están ultimando el texto de la querella.
–Tampoco se ponga así. Procure, señor Coco, ser comprensivo con esta pobre viuda.
–Seré comprensivo, siempre que usted me prometa no volver a involucrarme en el afán gastronómico de sus niños.
–Se lo prometo. Y gracias por su visita.
Doña Virtudes reunió a sus hijos en la tarde del día siguiente.
–Hijos. Os he mentido. El Coco no se come a los niños que duermen poco. A lo más que se atreve, es a asustarlos un poquito.
Pasaron los días, y en doña Virtudes nació la desilusión. El Coco le había parecido simpático y decente. Y físicamente, no estaba mal del todo. Pero el Coco parecía no corresponder a sus sentimientos.
Eran las cuatro de la madrugada, cuando el Coco se presentó de nuevo.
–Doña Virtudes. Le agradezco su gestión. Ya he ordenado a mis abogados que no presenten la querella. Sus niños duermen muy bien y se han terminado los sustos.
–Señor Coco, gracias por su afable proceder. Me inquieta que usted no pueda descansar como hacemos el resto de los mortales.
–No me parece correcto meterme en la cama de una viuda de acrisoladas virtudes.
–Si usted me promete tener las manos en su sitio, puede ocupar el espacio de mi marido en el lecho conyugal.
–No he traído pijama.
–Le presto uno de mi esposo, que en paz descanse.
Y doña Virtudes y el Coco durmieron juntos, agarrados de la mano.
Y el Coco, en la amanecida le dio un beso.
Y después del beso, vino todo lo demás.
Y doña Virtudes se quedó embarazada.

Antes de nacer el niño del Coco, Doña Virtudes le propuso matrimonio.
–Soy el Coco, mi amor. Un ente, un fantasma, un ser etéreo.
–Pero me has dejado embarazada, como si fueras mi difunto esposo, que Santa Gloria Haya.
–En este mundo pueden suceder situaciones tan extrañas como extravagantes.
–De acuerdo, Coco. Pero yo no puedo dar a luz a nuestro hijo sin habernos casado previamente. Piensa en mi fama.

El Coco y doña Virtudes se casaron en la parroquia de San Eulalio de Frechilla, donde doña Virtudes tenía un campo de miles de hectáreas.
Los niños llevaron las arras y los anillos.
Coquito nació dos meses más tarde, y era un niño maravilloso, rubio, sonriente y feliz.
Pero lloraba mucho por las noches y no les dejaba dormir.
Y el Coco se lo comió. Se comió a su hijo.
Entiendo que la historia, verídica cien por cien, termina muy mal.
Yo mismo, al clausurar su relato, estoy llorando.
Mucho cuidadito con el Coco, que no es de fiar, y se come a los niños que duermen poco.
comentarios

Más de Alfonso Ussía

  • El tonto mesetario

  • Agotamiento

  • La salve de la Reina

  • Contraste

  • Hemos

  • Últimas opiniones

    tracking