Todos los hombres son unos violadores
No llame torpe a una activista, que es mucho más grave que le acusen a usted de llevar dentro a un agresor sexual
La frase no es exclusiva de una tal Julia Salander, aunque ella, activista en televisión, podcast y algún otro rincón de la boboesfera, la ha actualizado en las últimas horas: «Todos los hombres son unos violadores potenciales».
La susodicha, que debe tomar el apellido de la saga literaria de «Los hombres que no amaban a las mujeres» en un intento estéril de parecerse a Lisbeth, su mítica protagonista, se reafirmó en su solemne condena en el programa «En boca de todos», donde ya había esparcido sus genialidades en el pasado: otra vez calificó de «micromachismo» que un señor ayudara a una señora a subir su maleta al tren, aunque la alternativa fuera quedarse tirada en el andén o descoyuntarse en el intento empoderado.
Según su teoría, como todos los violadores son hombres, todos los hombres son violadores en potencia, lo que aplicado a otros ámbitos arrojaría sorprendentes conclusiones: como todas las prostitutas son mujeres, todas las mujeres son potencialmente prostitutas. La mejor manera que se me ocurrió de desmontar su boutade fue utilizar su propio ejemplo: aunque tú eres una lerda, no todas las Julias lo son, ni tampoco todas las mujeres.
No le gustó el ejercicio de pedagogía inversa y, muy afectada por escuchar que un «violador potencial» la llamaba «torpe», cortó la entrevista y, supongo, se puso a redactar su nueva teoría: como Naranjo es imbécil, todos los Naranjos son imbéciles, y por extensión también todos los miembros del género al que Naranjo pertenezca, que de momento es el masculino con toda su parafernalia neolítica: blanco, carnívoro, católico, del Real Madrid y fascistamente heterosexual.
No parece muy razonable, ya de entrada, que alguien dispuesto a acusar preventivamente a todos los hombres de ser capaces de cometer uno de los delitos más repugnantes y repudiados se ofenda tanto por escuchar el calificativo de lerda, liviano incluso para la magnitud del lance y en todo caso ínfimo al lado de su bosta incriminadora.
Podía haber dicho, con toda la razón, que existe un tipo de delincuencia específica para la mujer y que la agresión sexual es la peor pero no la única en ella. Y podía haber añadido que, por mucho avance ya experimentado, las mujeres tienen más difícil prosperar laboralmente, son examinadas con más dureza al llegar arriba y soportan pesos en el día a día tan irrebatibles como la mayor carga familiar y ese tipo de machismo light que aún excreta sus deyecciones en rincones aparentemente menores de la vida cotidiana, protagonizados por notables imbéciles y sutiles sinvergüenzas.
Pero no dijo eso, en lo que nadie en su sano juicio podría estar en desacuerdo. Optó por señalar a los hombres, con el mismo tipo de inquina flatulenta y generalista que, de tratarse de la raza, la nacionalidad o la fe y no del género, provocaría irreprochables alaridos reprobatorios y reformas penales de urgencia para frenar el odio en las mismas sentinas políticas que legitiman a esta triste aprendiz de Simone de Beauvoir.
En España se condenan anualmente en torno a 8.000 delitos sexuales de distinta gravedad y, haciendo una media de los últimos años, unas 600 violaciones. Sin hacer mención a nacionalidad alguna, los hombres somos en torno a 24 millones sobre la población total, lo que arroja una cifra final de varones en edad de violar, restándole los menores de 16 años, de en torno a 13 millones si no me falla la memoria.
Eso significa que la posibilidad de que un hombre sea un violador es del 0.0046 por ciento, inferior a la de que te caiga un rayo y parecida a que te muerda un tiburón viviendo en Cuenca o te eches de novia a Julia Salander.
Y sin embargo, el repudio a ese delito, la solidaridad con la víctima y la persecución gozan de al menos un 99.9954 por ciento de respaldo social, con los malvados hombres incluidos, tal vez porque proceden de una mujer, conviven a menudo con otra y quizá hayan traído al mundo a una más. O porque, antes que tíos, somos seres humanos con principios y sentimientos.
Que Salander sea lerda y tenga menos luces que el tren de la bruja al entrar en el túnel sería hasta cómico de no ser porque su doctrina ha pasado de las pintadas en los retretes de la facultad a los despachos ministeriales y empapa no pocas leyes y discursos públicos hoy en España.
Una como ella fue ministra y otras tantas de su estirpe ocupan relevantes cargos públicos. No han conseguido ningún avance en la protección personal, laboral ni social de las mujeres, salvo para ellas mismas y sus cuadrillas, pero sí han logrado señalar por si acaso a los hombres.
Pese a eso, si las ven en un tren en apuros, hagan como harían con alguien más bajito o más mayor, sin fijarse en su anatomía: ayúdenlas, que ser un caballero debe seguir estando de moda. Potencialmente al menos.