La cuñada japonesa
Tenemos nuevo miembro en el clan de Sánchez, una bonita nota de color cosmopolita
Sánchez es un género en sí mismo, un culebrón hispano venezolano que podría llamarse «Pedro el escamoso» de no estar ya cogido en Colombia. Tiene a la esposa, al hermano, al padre, al suegro, al amigo y ahora a la cuñada en el reparto, con la nota exótica de que la última es japonesa, para darle un toque cosmopolita a una trama con varios escenarios y pasajes internacionales.
África, y allí especialmente Marruecos y Ghana, nombre de país y tercera persona del singular de un verbo muy querido en su casa, Tailandia, Portugal y ahora Japón han acogido grandes momentos de la telenovela sanchista, con más capítulos ya pero menos muertos todavía que «Perdidos».
La nueva cara responde por Kaori Matsumoto, y al parecer es la madre de la hija de David Sánchez, lo que la convierte en cuñada de Pedro y a Pedro en tío de la criatura, nada en principio digno de crítica alguna de no ser por el detalle de que ha sido enchufada en Madrid gracias a la influencia en la ONU del ministro de Asuntos Exteriores, esa calamidad que responde por Albares y que ha logrado que España sea un hazmerreír en varios idiomas.
Matsumoto se suma así a la sorprendente cadena de afortunadas casualidades que ha beneficiado a todo el entorno de Sánchez desde que él, también con carambolas del destino, alcanzó la Presidencia: una mujer catedrática sin estudios universitarios oficiales; un hermano contratado por el PSOE en Badajoz; un padre con mucha suerte en el Instituto de Crédito Oficial y ahora una cuñada con puesto allá donde lo necesitaba para mantener unido al peculiar núcleo familiar.
Si a todo ello se le añade el pasado del suegro, cuyo siniestro negocio en el sector del relax bien hubiera servido como ejemplo para los abolicionistas a tiempo parcial, el cuadro final queda de lo más pintoresco para alguien que ha venido impartiendo lecciones de transparencia, ejemplaridad y rectitud con más vehemencia que los fundamentalistas acosadores de Salman Rushdie.
Sin adentrarnos en la catarata de rumores que circulan en torno a la naturaleza real de la relación entre David y Kaori, de estricto interés para los amantes del cotilleo nefando y el salseo casposo, lo objetivo del asunto es constatar, una vez más, la galopante ausencia del más elemental pudor entre los Sánchez en el manejo del poder, los recursos públicos y los privilegios oficiales, aunque todo ello componga un cuadro desolador de nepotismo, holgazanería y caradura con trazas evidentes, en algunos casos, de consecuencias penales.
Hubo un tiempo en España, no tan lejano, en que la barrera ética y estética era suficiente para regular el comportamiento de los cargos públicos, más allá de las consecuencias judiciales que pudieran tener. E incluso en el caso de que no las tuvieran y ni siquiera se planteara el asunto con ese lenguaje.
Todo eso ha decaído con Sánchez, que se ha llevado al terreno personal la misma falta de escrúpulos y límites que se aplica en el político, sustentado en la amnistía, el indulto, el cambalache, la trampa, el apaño y la jugada sucia en todos y cada uno de los ámbitos donde la decencia se ponía en juego.
Sorprende que el Gobierno más insultantemente lesivo con las empresas pequeñas y los autónomos, atacados con sevicia por los devotos de la planificación quinquenal de la economía, haya creado en su seno una auténtica Sociedad Limitada, compuesta estrictamente por miembros de la familia y organizada con un impecable sentido de la igualdad paritaria: en ese Consejo de Administración hay un capo, desde luego, pero que nadie diga que las mujeres del clan no tienen satisfechos sus sueños y anhelos con el noble impulso feminista de su protector.