En defensa de los castells
Se busca la gloria de la comunidad, no la de uno. Y es tan grande ese amor y esa renuncia a uno mismo en bien de la comunidad que cuando en una colla se vive un quebranto, un accidente, todas las collas lo sufren como si fuera propio, y eso es lo que ocurrió hace pocos días en la fiesta de San Félix en Vilafranca del Penedés
Los castells corren por las venas de miles de catalanes, especialmente en agosto, cuando más actividad castellera se da, sobre todo en pueblos y ciudades de Tarragona. Los castells tienen más de doscientos años de historia y las gestas logradas son cada vez más increíbles. Es difícil no emocionarse en la plaza viendo semejantes proezas y todos vibran con los triunfos de su colla castellera. Ver cargar un castell despierta en el corazón del hombre algo atávico que lo conecta con su historia y con su fundamento. Y, cuando después de muchas dificultades y sobresaltos, se descarga el castell, la euforia es incontrolable y el júbilo se cuela por todos los rincones de la plaza.
Los castells tienen muchísimas cosas buenas. Fortalecen el tejido social, consiguen que la gente se abrace con un objetivo común hasta compartir algo tan íntimo como el sudor, requieren mucho silencio y concentración, si no van todos a una el castell se desploma. Cada uno tiene su función: algunos, mientras se carga, están en la más terrible de las oscuridades, sin ver absolutamente nada, apuntalando la construcción humana desde la base, mientras otros tienen que subir a lo más alto hasta acariciar el cielo. Todos son igualmente necesarios, aunque sus funciones son muy distintas.
Los castells son la renuncia a uno mismo con el fin de lograr un objetivo común, hay que romperse la espalda y sacar fuerzas de flaqueza para que el trabajo —de todos— resulte excelente. Se busca la gloria de la comunidad, no la de uno mismo. Y es tan grande ese amor y esa renuncia a uno mismo en bien de la comunidad que cuando en una colla se vive un quebranto, un accidente, todas las collas lo sufren como si fuera propio, y eso es lo que ocurrió hace pocos días en la fiesta de San Félix en Vilafranca del Penedés.
La rivalidad en la plaza es fuerte (entre algunas collas sobre todo) y es bueno que así sea, cada vez se hacen castells más soberbios y batirse en duelo es algo muy propio de la condición humana. Pero eso no impide que el viernes 30 de agosto estuviera toda la plaza en vilo, angustiada por Mia, y no sólo quienes pertenecemos a la Colla Vella dels Xiquets de Valls. Y ese accidente que, gracias a Dios, ha quedado en susto y nada más, ha sido utilizado por algunos para arremeter contra algo tan noble como los castells. Como si subir a un castell fuera una temeridad y arrimarse demasiado a una muerte segura.
Mi prima, ya lo he dicho en otras ocasiones, la mejor enxaneta del siglo XX, —enxaneta es el niño o niña que corona el castell para intentar dar la mano a Dios—, subió en ¡trescientos setenta y cinco castells! ¿Tuvo algún susto? ¡Pues claro! Pero sigue corriendo fuerte como un roble por las calles que la vieron crecer. Y eso que subía sin casco de protección, pues en aquellos momentos no se usaba.
Algunos piensan que montar a caballo, practicar bici de montaña, o bañarse en el mar no entraña ningún riesgo. Sin embargo… ¡qué escándalo que menores de edad se encaramen a tanta altura! Aunque la historia, los datos y la experiencia nos demuestren que no es más peligroso que cualquier otra actividad. Quienes atribuyen mayor riesgo a los castells que a otras prácticas mienten con fines deshonestos y hacen alarde de su ignorancia.
A los niños les perjudican las pantallas, quemar etapas y encerrarlos en una burbuja. Las aventuras, aunque entrañen algún riesgo, los educan, los fortalecen y les enseñan de qué va la vida. Si tenemos que prohibir todas las actividades que tengan riesgo, podemos invitar a nuestros hijos a quedarse en casa, en el sofá delante de la tele. No tendrán accidentes pero serán seres amorfos, con sobrepeso y muy pocas inquietudes.
También ha corrido estos días el rumor de que quienes suben a lo más alto del castell lo hacen por obligación o porque chantajean a sus padres. ¡Valiente tontería! Me contaba mi tía el otro día, que cuando su hija tenía tres años y acudían a la plaza, lloraba y le decía a su madre que por qué aquellos niños subían y ella no. Al cabo de dos años se convirtió en la mejor enxaneta de la historia.
Quienes atacan los castells es porque no los conocen, de otro modo los amarían. Y son muy ingenuos si creen que podrán acabar con una tradición centenaria tan arraigada en nuestra tierra. Como reza la estrofa final del himno que mi abuelo compuso para la Colla Vella dels Xiquets de Valls:
Sentim l'orgull de la raça.
Volem conquerir l'espai.
Gent del Camp. De sang vermella.
Amunt sempre Colla Vella
Glòria dels Xiquets de Valls!!
Sentimos el orgullo de la raza.
Queremos conquistar el espacio.
Gente del Campo. De sangre roja.
Siempre arriba Colla Vella
¡Gloria de los Xiquets de Valls!