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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Boxeo en directo

Me refiero a la ofrenda floral del 11 de septiembre, la «Diada», ante el monumento de aquel gran patriota monárquico español, partidario de sentar en el trono de España al Archiduque Carlos de Austria durante la guerra de sucesión en España

Actualizada 01:30

No me gusta nada el boxeo. No obstante, respeto a sus practicantes y sus aficionados. Uno de los escritores más claros y precisos de los últimos años, también extraordinario poeta, Manuel Alcántara, fue un gran especialista en este deporte tan alejado de la amabilidad. España tuvo su época de oro –posterior a la de Paulino Uzcudun–, con Galiana, Folledo, Urtain, Legrá, Velázquez y Carrasco, el «marinero de los puños de oro» que encandiló a Rocío Jurado, nada menos. Quizá el combate más surrealista celebrado en España tuvo lugar en una localidad vascongada. Competían dos morroscos por el título de pesos pesados de Guipúzcoa. Es habitual que los boxeadores, antes de iniciarse el combate, se activen con ejercicios para calentarse, en el mejor sentido de la intención textual. Uno de esos ejercicios consiste en propinarse ellos mismos medidos puñetazos en el mentón para fortalecer su resistencias. En pleno calentamiento, uno de los aspirantes sobrepasó la medida, se arreó un gancho en la barbilla con toda su fuerza, y cayó a la lona sin sentido. Ganó el otro, claro, por K.O. técnico. Pero, salvo este tipo de anécdotas extravagantes, el boxeo es, para mí, un deporte deprimente y agresivo.

Lo he seguido por televisión. Pero sin entusiasmo. Me descoloca la serenidad el espectáculo de dos seres humanos dándose trompazos el uno al otro y viceversa. Sólo un espectáculo que se ofrece por televisión todos los años supera en agresividad al boxeo. Me refiero a la ofrenda floral del 11 de septiembre, la «Diada», ante el monumento de aquel gran patriota monárquico español, partidario de sentar en el trono de España al Archiduque Carlos de Austria durante la guerra de sucesión en España. Don Rafael Casanova, eminente jurista y «Conseller en Cap» de la ciudad de Barcelona durante el asedio de las tropas borbónicas partidarias de Felipe V. En uno de sus buques de guerra, Blas de Lezo sufrió una de sus tres mutilaciones. Finalizada la guerra de sucesión, Felipe V autorizó a Rafael Casanova la apertura de su despacho jurídico en premio a la lealtad a sus ideas y a su valor durante el asedio.

Creo que es aquí donde se disloca el separatismo catalán. Se insultan unos a otros, se abuchean, y entre el público no faltan nunca los que terminan a puñetazos. Es lógico. Homenajean en el acto principal de la «Diada» a un patriota español y monárquico, y lo llevan haciendo tantos años, que en cada edición los resentimientos entre ellos agrietan aún más el sentido común. Para los que no somos separatistas catalanes, el espectáculo resulta bastante divertido, siempre que la sensibilidad de los espectadores no sucumba ante la violencia. No sólo la violencia activa y verbal, sino la violencia callada, la que mira con ojos de odio, la que se abre en las miradas, que es la peor violencia. La violencia no se endulza cuando los partidos políticos han depositado sus flores a los pies del monumento al gran jurista español. Llega la directiva del Barcelona, con o sin Negreira, y entre los partidarios de Laporta y los adversarios de Laporta se monta un belén de imprecaciones y berridos, que invitan a pensar a los espectadores neutrales que su problema, el de la Cataluña separatista que no la otra, la buena, no tiene solución.

Para mí, que se suavizarían los enconamientos y trifulcas si entre todos los partidos y organizaciones separatistas acordaran cambiar al sujeto del homenaje. Celebrar el independentismo rebosando de ramos de flores el monumento a quien jamás renegó de su españolismo, produce este tipo de claudicaciones mentales que siempre terminan mal. El cantautor Llach haría bien en imponerse buscando un héroe que reuniera en su historial una hermosa alforja de méritos separatistas, de tal modo que todos los líderes escisionistas, con Illa a la cabeza, dejaran de pelearse. Porque esperar que pase un año para insultarse entre ellos de nuevo, sinceramente, se me antoja una tontería.

El boxeo, a su lado, una sesión de masajes con final feliz.

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