Acorralado y traicionado (está que mata)
En el PSOE se cuenta que en los días de la meditación de Sánchez quién más se desgañitaba a su favor ya tramaba ocupar su poltrona
Si posees una moral de plastilina. Si además cuentas con un Manual de resistencia para resistir lo que sea con una sonrisa impostada de granito de Porriño. Si tienes un coro de televisiones para que boguen a tu favor… Con todo eso es posible que logres fingir que aguantas el tipo en medio de una fortísima galerna que te está desarbolando.
Pero la procesión va por dentro. En el PSOE milita mucha gente, y como en todo colectivo humano no faltan quienes susurran intimidades del vestuario. La música que llega es que el personaje se siente acorralado y gasta un cabreo olímpico. No logra sacudirse la costra de mugre que lo embadurna (sus denuncias contra el juez Peinado han acabado en toña épica en los juzgados), y además sabe que lo peor está aún por emerger: cuando canten los discos duros de Ábalos podría empezar el Titanic del PSOE). De propina, los separatistas lo chulean con sus exigencias y su imprevisibilidad. Y por si todo eso fuese poco, el divo –ay– se sabe traicionado: habría un Judas en su núcleo duro.
«Tú también, Bruto, hijo mío», musitó César, en una perpleja agonía, tras ser cosido a puñaladas en el Senado romano. Aquel que más te ensalza a veces es el primero que te clava el facazo si te percibe débil. Y en el PSOE también habría habido un Bruto, en este caso quizá una bruta.
Corrían los angustiosos días de abril en que Mi Persona se había retirado cinco días a meditar sobre su futuro, con el corazón partío ante los ataques a su amada de una crudelísima fachosfera mediática y judicial. El Partido cerraba filas. Organizaba en sábado y con autobuses una gran manifestación espontánea de apoyo popular al Gran Timonel (que pinchó, con 12.000 personas en Ferraz según la organización, que en realidad eran la mitad).
En aquella jornada de adhesión inquebrantable nadie ofreció mayores pruebas de lealtad que ella. Se desgañitaba, moviendo sus guedejas con una electricidad sincopada: «Pedro, ¡quédate!», clamaba desesperá. «Necesitamos al presidente más valiente y más decidido, y también al Pedro más humano», continuaba en su sentidísimo alegato, un festival de desaforado pelotilleo al Líder Supremo. Tan emocionada estaba que incluso se echó a la calle para fundirse en un abrazo solidario con los militantes –la mayoría entrañables yayos– que se habían acercado a Ferraz a apoyar a Mi Persona.
Pero como en las buenas tramas de intriga allí existía un doble juego subterráneo. Aquella que más demandaba la continuidad del Querido Líder ya había iniciado sus tomas de temperatura en el partido, a fin de sondear a sus compañeros sobre cómo verían que ella ocupase la poltrona si finalmente el providencial presidente daba la espantada. Lo notable es que muchos compañeros celebraron en privado la previsible marcha del autócrata, tan obedecido como poco querido, y saludaron con agrado ese posible relevo.
Pero la operación pinchó. Resultó que Mi Persona se estaba choteando de todo el mundo (incluido el Rey, al que utilizó en la pantomima pidiendo un estéril despacho con él cuando ya sabía que no iba a dimitir). Como era de esperar se aferró a lo que más le gusta del mundo, a 'mi Moncloa'. Y quien había asomado la patita en las horas de zozobra quedó señalada por la mirada láser del que manda.
Resultado: entre el amago de traición y las toneladas de corrupción familiar y partidista que tiene encima, cuentan que el Gran Timonel «progresista» anda más cabreado que Godzilla en sus combates con King Kong.
Había un famoso tele-folletín llamado Los ricos también lloran. Cambien ricos por despotillas y ya tienen el título de la novela.