El gobierno de los escándalos amenazado por Ábalos y Errejón
El caso Errejón ha evidenciado, en ese sentido, que la supuesta superioridad moral de la izquierda sobre la derecha en defensa y apoyo del feminismo tampoco se sostiene
Hay algo de justicia poética en aquellos individuos que son víctimas de sus mentiras, doble moral o de sus propias contradicciones y Errejón es un ejemplo paradigmático de esa clase de justicia.
El ya exportavoz de Sumar formaba parte junto a Pablo Iglesias de la hornada de políticos de laboratorio, en vías de extinción, surgida de la indignación ciudadana para hacer una nueva política, supuestamente regeneradora, que en realidad siempre fue tan vieja como la humedad. Repitió una y otra vez Pablo Iglesias que ellos, los 'podemitas', no eran ángeles y que hacer política suponía cabalgar contradicciones como, por ejemplo, aceptar el dinero de un país que cuelga a los homosexuales de grúas y castiga a las mujeres por no cubrir su cabeza con el hiyab y no denunciarlo. Menudo feminismo de salón el suyo.
De tanto cabalgar contradicciones a lomos de un caballo llamado cínico o hipócrita han terminado reventándolo. No hay mayor hipocresía, ni mayor cinismo, que predicar aquello que no practicas y probablemente ni crees. El doctor Jekyll-Errejón, que pontificaba en público y practicaba el manual del buen feminista, resultando empático y sensible a la causa, devenía en privado en un Mr. Hyde tóxico en sus relaciones laborales y afectivas con las mujeres, un maltratador psicológico y acosador sexual. Según su propia confesión, todo en él ha sido impostura, mentira, hasta el extremo de que dudemos de que su comunicado cursi, empalagoso y victimista fuera redactado por la persona o por el personaje. La única verdad es que reconoce su doble personalidad, su doble vida, su doble moral «russoniana», la que predica y no practica y la que practica y no predica, admitiendo que ha llegado al límite de la contradicción entre el personaje público y el monstruo resultante de su intensa actividad política y su disoluta vida neoliberal a las que culpa, junto al patriarcado, de su mala conducta. Excusas de mal perdedor y purita reacción victimista de quien trata de justificar lo injustificable de sus pervertidas adicciones sexuales cuando es pillado por tener la mano demasiado largo con las mujeres. Y eso se corresponde con el comportamiento de un sociópata, da igual que sea de izquierdas o derechas.
El caso Errejón ha evidenciado, en ese sentido, que la supuesta superioridad moral de la izquierda sobre la derecha en defensa y apoyo del feminismo tampoco se sostiene cuando ha habido y hay políticos de esa tendencia, sobrados de retórica pública en favor de las mujeres y ayunos de escrúpulos y principios en su trato privado con ellas. Pablo Iglesias deseó azotar a Mariló Montero hasta hacerla sangrar y Ábalos presumía de ser feminista porque era socialista mientras pagaba a una amante para que le acompañara en sus viajes oficiales. Cinismo elevado al cubo.
Con este asunto el discurso feminista del llamado gobierno progresista y del que tanto presume, queda cuestionado mientras se hace imprescindible que la vicepresidenta y lideresa de 'restar', perdón quiero decir Sumar, aclare por qué se silenció y no se actuó antes contra Errejón cuando según ha trascendido, en Podemos, Más Madrid y Sumar, era un secreto a voces desde hacía tiempo su proceder intolerable con las mujeres y, ahora, posiblemente delictivo también tras la denuncia de una de sus víctimas. Si se demuestra que ha habido ocultación, la continuidad de Yolanda Díaz en el Gobierno sería insostenible. ¿Acaso, Errejón, no formó parte del gobierno en la cuota Sumar porque se conocían sus problemas de bragueta fácil y testosterona descontrolada con las mujeres?
A Yolanda le ha salido un Ábalos con el escándalo de su exportavoz en el Congreso mientras al felón de la Moncloa empiezan a faltarle manos y pies para despejar los balones de corrupción y de comportamientos reprobables e inadmisibles de los suyos que golpean la línea de flotación de su gobierno, cada día más débil.