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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Sabemos que nos miente

«Sabemos que nos miente. Él sabe que nos miente. Él sabe que sabemos que nos miente. Sabemos que él sabe que sabemos que nos miente. Y sin embargo, sigue mintiendo». Y cada día que pasa, más

Actualizada 01:30

El gran Alexandr Solzhenitsyn se refirió a los poderosos alcotanes soviéticos. «Sabemos que nos mienten. Ellos saben que mienten. Ellos saben que sabemos que nos mienten. Sabemos que ellos saben que sabemos que nos mienten. Y, sin embargo, siguen mintiendo». Hay que llevar al singular el pensamiento del escritor ruso, del perseguido escritor libre perseguido por el comunismo y autor de El Archipiélago Gulag. Y adaptar su melancolía a la nuestra en la España de hoy. «Sabemos que nos miente. Él sabe que nos miente. Él sabe que sabemos que nos miente. Sabemos que él sabe que sabemos que nos miente. Y sin embargo, sigue mintiendo». Y cada día que pasa, más.

Sin la mentira, es menos que nada. Ser menos que nada es meritorio. Abusar de la nada para mantenerse en el poder no está al alcance de cualquiera. Se cuenta de un partido de cesta-punta en el frontón de Anoeta. La final del campeonato de España. Lo presidió el gobernador civil. Al hacer su entrada en el palco, un aficionado le increpó: —¡Pelotillero!—. El gobernador civil, como Sánchez en Paiporta, se sintió agredido y ordenó la detención del irrespetuoso individuo. Un policía se hizo cargo del desagradable asunto. —A ver, está usted detenido. ¿Quién es usted?—; y el detenido respondió: —Yo no soy nadie—. El policía, que tenía el alma embriagada de filosofía, dio cuenta al señor Gobernador. —No ha sido posible su detención, excelencia. El espectador que le ha llamado 'pelotillero' no es nadie—. No obstante, fue llevado a comisaría, donde le impusieron una sanción económica de considerable impacto para su bolsillo. —De acuerdo, usted no es nadie. Pero si desea ser alguien de nuevo, está obligado a depositar cinco mil pesetas—. Y se cumplió el milagro. Nadie tenía esas 5.000 pesetas en el bolsillo, y nadie las entregó. El comisario no se detuvo en conjeturas filosóficas. «Ser nadie le ha salido carísimo. De haber sido alguien, le habríamos sancionado con 500 pesetas, porque el señor gobernador, efectivamente, es un pelotillero». Días antes, el gobernador acudió al 'Azor' para despedir a Franco, que daba sus vacaciones en San Sebastián por terminadas y partía rumbo a La Coruña. El gobernador no midió bien los elogios: —Para mí, es un honor representar en Guipúzcoa al único general ante cuya presencia Napoleón Bonaparte escaparía a toda carrera—. Franco no mostró entusiasmo alguno. —No es necesario decir tonterías para que siga usted de gobernador—. Y eso le ocurrió al gobernador civil por intentar ser alguien.

En España estamos sometidos a nadie. Al nadie más mentiroso, cobarde y felón de la reciente Historia de España. Sabemos que no es nadie y mucha nada, sabemos que él sabe que es nadie y mucha nada, y aun así, él sabe que lo sabemos, pero insiste en destrozarnos. Un pueblo, una nación de la importancia de España se está dejando vencer, corromper y permitiendo el inicio de su desaparición por un nadie que es mucha nada. Y lo estamos permitiendo porque la nada ha logrado someternos. No somos ejemplares ni respetables. La nada manda y la oposición obedece. La nada está demostrando, que siendo nada, es más inteligente que el algo. El algo, que somos los españoles, vivimos compungidos y a merced de la nada, una nada que ha sobrepasado la cordillera de la tiranía. Nada le ocurrirá. Siendo nadie, está rodeado de muchos alguien a su servicio, a sus órdenes, que han convertido en verdades las más rotundas y putrefactas mentiras. Como es nada, en pocos meses no tendrá mujer, ni existirá Ábalos, ni se le acusará de haber pactado con los separatistas y los terroristas desde su nada, la destrucción de España. La nada puede ser destructora, y llegará el día en que seremos nadie, todos seremos nadie, todos sabremos que somos nadie, porque no hemos sabido ser alguien para librarnos de la nada. Afligirse ante la nada de nadie es la más penosa de las cobardías.

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