Al rebufo
El PP sabe que, a rebufo del discurso ideológicamente imperante, se está cómodo. Son como los ciclistas del pelotón
Gracias a lo del habla andaluza, se les ha entendido a la perfección. Desde nuestra orilla, hasta el Tato ha criticado la propuesta de Juanma Moreno Bonilla, y se han escrito artículos con mil acentos, desde el indignado al sarcástico, pasando por el irónico y parando en seco en el filológico, tras derrapar en la curva de la guasa. Todos muy buenos porque al disparate político hay que enfrentarlo con todas las armas, tan ubicuo es.
En el caso que nos ocupa es posible pensar que se trata de una jugada política. Como las banderolas, un idioma propio (aunque sea tan traído por los pelos como el andaluz o el extremeño) otorga a la taifa un plus de legitimidad a lo Wilhelm von Humboldt. O también, más cucamente, podemos deducir que se trata de una jugada económica, porque una lengua —o lo que sea— conlleva chiringuitos que implican políticos a dedo para dirigirlos y presupuestos para abastecerlos. Es posible, sin embargo, pasar de la anécdota a la categoría y preguntarse por qué el PP siempre toma medidas de esta guisa seguidista. O mantiene las leyes del PSOE y de los nacionalistas o las ahonda. Con Aznar se multiplicó, por ejemplo y por desgracia, el número de abortos; y se multiplicó la transferencia de competencias a las comunidades autónomas. Feijóo y Montoro subieron más los impuestos. Ahora mismo, el PP de Castilla y León ha dado marcha atrás a la revisión de la memoria histórica que le había impuesto su fugaz asociación con Vox. Así, vuelven a someterse al dictado izquierdista como alumnos aplicados.
Para explicar este fenómeno, nos podríamos poner muy conspiracionistas y pensar que el PP le debe algo al PSOE. O también freudianos y atisbar un complejo de algo. Son análisis posibles. Yo creo que la pulsión principal es en la pereza. La pereza, si bien se mira, es la fuerza que mueve al mundo.
El PP sabe que, a rebufo del discurso ideológicamente imperante, se está cómodo. Son como los ciclistas del pelotón. Es muy fácil dejarte ir con la corriente del uso, como dijo Cervantes que él no quería dejarse ir ni muerto. Aunque, si estás muerto intelectualmente es lo más lógico, como vio Chesterton: «Una cosa muerta puede bajar con la corriente, pero solo lo vivo puede nadar contra ella».
Enfrentarse a la ley de memoria histórica implica bracear muy fuerte y, en cambio, apuntarse a la moda lingüística de cada comunidad autónoma no requiere más que flotar —haciendo el muerto— en la estela de Cataluña, del País Vasco y de Galicia (ojo), que le han sacado petróleo a su rollo. Habrá complicidad ideológica, habrá cálculo político, habrá cuentas económicas, sí; pero, sobre todo, hay pereza.
Si sigues a los rivales, te ahorras mucho trabajo. Primero, tener que defender tu posición. Segundo, soportar las críticas de los contrarios, que te despreciarán, eso sí, pero en silencio, mondándose por dentro. Y ya te has descontado, por descontado, las críticas de tus adeptos, que aplauden lo mismo a Juanma que a su hermana. Todo esto, a cambio del módico precio de oír de fondo las críticas de los que de todos modos te iban a criticar.
Y esa es la llaga en la que yo querría poner el dedo final de este artículo. Los partidarios de nadar contra la corriente no debemos olvidar la inmensa dificultad teórica que implica, el gran esfuerzo práctico que requiere y el coraje cívico que exige. A veces, cuando el cambio de tendencia es muy tímido, lo criticamos enseguida por falta de arrojo o de contundencia, y así fomentamos que sea todavía más rentable dejarse llevar por el uso de la corriente. Tendríamos que aplaudir todas las resistencias a lo políticamente correcto, aunque sean muy pequeñas. Por cierto, si ven alguna en el PP, avísenme, por favor, para ovacionarla a lo grande.