Sánchez y las víctimas: de la ignominia a la infamia
A mí me gustaría que Pedro Sánchez nos explique por qué a la memoria de los 156 asesinados del «Alfonso Pérez» hay que someterla a la ignominia y a la infamia. Por qué sus muertes son de peor calidad
El acto perpetrado ayer en el Auditorio Nacional de Madrid por Pedro Sánchez, denominado Día de Recuerdo y Homenaje a todas las víctimas del golpe militar, la Guerra y la Dictadura, fue una nueva humillación a miles y miles de muertos antes y durante la Guerra Civil cuyo asesinato no se denuncia porque cabe suponerse que lo consideran una ejecución justificada. Por algo han suprimido el ducado de Calvo-Sotelo, asesinado antes de que empezara la guerra, por poner un ejemplo.
Así que está prohibido cuestionarse por qué hubo una Guerra Civil. Cuestionar la actuación republicana está fuera de límites. Solo se puede polemizar sobre los muertos de un bando, para llegar a la conclusión obligada de que merecieron ser asesinados. Desde el enunciado del acto de ayer queda claro que solo se reivindica a un sector. Y fue un acto celebrado 17 horas después del funeral de Valencia por las víctimas de la dana al que Sánchez se negó a asistir. Él ya solo va dónde estén los suyos. Y a ese sector cada vez quiere enardecerlo más con posiciones crecientemente radicales.
Y en ese radicalismo se incluye borrar la existencia de las víctimas de ETA, cuyos familiares están más heridos hoy que los que perdieron seres queridos en la Guerra Civil. Aquella herida estaba superada hasta que Sánchez se ha empeñado en reabrirla. Las heridas de ETA todavía están intentando cicatrizar. Sin ayuda.
Este acto lamentable de Pedro Sánchez me ha cogido leyendo un ejemplar de una joya bibliográfica recién reeditada: A bordo del Alfonso Pérez. Escenas del cautiverio de Santander. Es autor de estas páginas Ramón Bustamante Quijano. El libro se publicó originalmente en 1940 por Editora Tradicionalista y ahora lo han coeditado tres, individuos particulares: Héctor Ara, Antonio de los Bueis y Alberto Vallejo.
El Alfonso Pérez era un carguero que pertenecía a Pérez y Cía, la naviera que fundó mi tatarabuelo, Angel Bernardo Pérez y Pérez. Alfonso era uno de sus nietos. En 1934, en el puerto de Santander, el barco fue convertido en prisión y así se mantuvo hasta 1937. En julio de 1936 comenzaron las razias tan bien descritas por Álvaro Pombo en su fabuloso Santander, 1936 y como resultado de estas Ramón Bustamante fue uno de los jóvenes de derechas que fue recluido junto a sacerdotes y religiosos hasta un total de casi un millar de prisioneros en bodegas sin agua corriente. Bustamante narra la convivencia en esas circunstancias imposibles, la división de las bodegas en «barrios» y la oración como único consuelo.
El 27 de diciembre de 1936 la aviación alemana bombardeó Santander y se dio la cifra oficial de 70 muertos. Sin pausa alguna se lanzó la represión contra los prisioneros del Alfonso Pérez apenas 20 minutos después de que terminase el bombardeo. Los milicianos subieron abordo, destaparon las bodegas y mandaron salir. Los prisioneros sabían lo que se pretendía y se dio la contraorden: «¡Nadie salga al centro; todo el mundo a los ángulos muertos; nos quieren asesinar cómodamente; preparemos los colchones!» Se desató el fuego de las metralletas cuyas balas rebotaban en la chapa del buque y podían seguir siendo letales; pronto cayeron dentro de las bodegas granadas. En total asesinaron a 156 prisioneros entre los que murieron acribillados en las bodegas y los heridos que se sacó al muelle y después fueron asesinados uno a uno de un disparo. Tras los asesinatos del muelle los milicianos volvieron a las bodegas y fueron haciendo juicios archisumarísimos asesinado a más. Ramón Bustamante se salvó.
A mí me gustaría que Pedro Sánchez nos explique por qué a la memoria de los 156 asesinados del Alfonso Pérez hay que someterla a la ignominia y a la infamia. Por qué sus muertes son de peor calidad.
Por cierto, presidente, a mi tío abuelo Alfonso Pérez, del que se tomó el nombre para el barco, se lo llevaron de su casa de Torrelodones en el mes de agosto de 1936. Nunca más se supo de él. Todavía hoy desconocemos dónde está enterrado. Quizá tenga algo de cierto lo que se decía allí: que lo habían toreado en una plaza del pueblo y le dieron descabello. Siendo así, comprendo que se hiciese todo lo posible porque nadie encontrara sus restos. Pero Alfonso Pérez tampoco merece ser recordado por Pedro Sánchez.