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En primera líneaJosé Ignacio Palacios Zuasti

Gregorio Ordóñez, 30 años de aquello

En una carta manuscrita de 1992, Goyo me decía: «Llevo muchos años conociendo y sufriendo a ETA. Solo desde la fortaleza es posible que deponga las armas, nunca con la negociación o el diálogo»

Actualizada 01:30

El 23 de mayo de 1983, Gregorio Ordóñez y yo tomamos posesión como concejales, en San Sebastián y Pamplona, respectivamente. Ambos pertenecíamos a esos jóvenes que en la transición decidimos afiliarnos a Alianza Popular en esta zona de España, cuando para AP de Madrid estas eran unas plazas perdidas. El estar en minoría y en ‘territorio comanche’ hizo que trabáramos una buena amistad.

Gregorio

Lu Tolstova

En San Sebastián, AP había logrado 10.000 votos y 3 concejales y gracias al trabajo y al empuje de Goyo, en 1991, subieron a 5 ediles y, a partir de ese momento, con este ya como primer teniente de alcalde y con su omnipresencia en todos los problemas ciudadanos, se convirtió en un símbolo de la ciudad, como Igueldo, Urgull o la isla de Santa Clara, por lo que en 1995 todo apuntaba a que el Partido Popular se iba a convertir en la lista más votada, algo que para el nacionalismo era insoportable. Goyo se convirtió en el enemigo a batir pues, como escribió José María Aznar, «llegó a ser todo lo que ETA y su mundo de abyección no podían soportar. Desafiaba al terror y demostraba que las cosas podían cambiar.». Y, por eso, en Egin —14.9.1994— dijeron: «Que sea usted concejal de Donostia, para todo buen vasco, sobre todo si es nacionalista, supone una provocación. Dios quiera que no sea por mucho tiempo». Y así fue porque, el 23 de enero de 1995, a plena luz del día, cuando almorzaba en un bar del centro de San Sebastián sin escolta, un terrorista, al estilo del Chicago años veinte, lo asesinó de un disparo en la nuca. Y Jarrai «justificó» el crimen diciendo: «Hemos hundido el buque insignia del fascismo español en Euskadi. A partir de hoy los euskaldunes podemos respirar tranquilos.»

En una carta manuscrita de 1992, Goyo me decía: «Llevo muchos años conociendo y sufriendo a ETA. Solo desde la fortaleza es posible que deponga las armas, nunca con la negociación o el diálogo.» Y junto a ETA señalaba también a los que la apoyaban, la miraban con complacencia y aprovechaban sus acciones contra los no nacionalistas.

El día de su muerte, después de permanecer durante largo rato en su capilla ardiente, en una noche lluviosa y desapacible, me acerqué hasta el lugar del crimen. La calle estaba vacía y solamente encontré a una chica de unos veinte años que paseaba a su perro a la que le pregunté quién era el que había sido asesinado. La respuesta no se hizo esperar: «uno que en mayo iba a ser alcalde». Y no iba mal encaminada porque el 28 de mayo el Partido Popular ganó las elecciones, se convirtió en la primera fuerza política del ayuntamiento, con 22.611 votos y 7 concejales, en un resultado histórico con el que superó a los socialistas en uno de sus feudos tradicionales en el País Vasco y se situó muy por encima de los nacionalistas de PNV y EA, y de los proetarras de Herri Batasuna.

El de Gregorio fue el primero de los atentados mortales que la banda terrorista ETA había anunciado en su boletín interno (Barne Bulletina) de julio de 1993, de atentar contra los cargos públicos del PP, de UPN y PSE-PSOE. Tres días antes de su asesinato, en la tamborrada donostiarra, Goyo le había dicho a Aznar, entonces jefe de la oposición, «dentro de un año tú serás presidente del Gobierno y yo alcalde de San Sebastián». Y ETA estuvo a punto de frustrar ambos objetivos, pero, afortunadamente, Aznar salió ileso de un coche bomba el 19 de abril y un año después se convirtió en presidente y tuvo que asistir al entierro de muchos políticos.

Fallecido Goyo, su viuda, hijo y hermana terminaron yéndose a vivir fuera de San Sebastián porque el clima allí era irrespirable. Todos los años les era difícil encontrar una iglesia que quisiera celebrar su misa de aniversario porque, como dice Carlos Iturgáiz, eran boicoteadas por el obispo Setién, que daba órdenes para que en el memento de difuntos ni siquiera se le nombrará, como nos llegó a reconocer el sacerdote que celebró la de 1996, en Santa María. Nada extraño porque Setién le dijo a María San Gil: «¿Dónde está escrito que hay que querer a todos los hijos por igual?». Es cierto que había algunos sacerdotes dispuestos a celebrar, como Alfredo Tamayo, Antonio Antía, Jaime Larrinaga o el jesuita Antonio Beristain, que ofició la misa de 1998 y pronunció un sermón fantástico, que reconfortó a los asistentes. Tras la ceremonia, algunos se acercaron a darle las gracias, porque por primera vez habían oído un sermón diferente y estaban emocionados. Y él se sinceró y les dijo: «Poneos en mi piel, porque ahora tengo que volver a la comunidad, con los jesuitas, donde no me va a hablar ninguno de ellos. Ya me han echado buenas broncas por venir a esta misa y por decir lo que siempre digo.»

Han pasado 30 años de aquello y hoy, cuando en España y en Navarra los socialistas gobiernan teniendo como socios preferentes a los herederos de ETA, me pregunto ¿adónde habría llegado Gregorio y que habría sido del País Vasco, de Navarra y de España si él y otros como él no hubieran sido asesinados y el terror no hubiera imperado en esta tierra? Estoy convencido que todo habría sido diferente.

  • José Ignacio Palacios Zuasti fue senador por Navarra
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