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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Inútiles, Vance tiene razón

Con todos sus excesos, Trump está retratando a los líderes europeos expertos solo en impuestos, puritanismo e injerencias

Actualizada 09:14

Pedro Sánchez quiere liderar Europa y ser el Batman del Jóker Trump, en su vida DC psicotrópica, pero luego no puede ni aprobar el presupuesto del queroseno del Falcon sin pedirle permiso a Yolanda Díaz, que se cree la Pasionaria y no pasa de Penélope Glamour, e ir de peregrinación a Waterloo a besarle la mano a Puigdemont, un prófugo con inmensas reservas de vaselina para tratar a las visitas socialistas.

En el títere español, que a sus problemas políticos le añade un currículo judicial sin precedentes, se resume el colapso infantil de Europa, un internado de niños consentidos en declive: a Sánchez se le suma el alemán Scholz, ya de salida cuando ni siquiera había entrado aún o el francés Macron, que está para hacer tortillas de un huevo y sin la yema; o la jefa del colegio mayor, Úrsula von der Leyen, ocupada en salvar los ponis y en compatibilizar el uso abusivo de la laca con la protección de la capa de ozono.

Europa es el mejor proyecto teórico que ha alumbrado la humanidad, pero hoy es una coalición de burócratas con apenas dos registros: asfixiar a los europeos con unos aranceles infinitamente más crueles que los de Trump y devaluar los valores democráticos europeos, impecables sobre el papel, en nombre de mantras sobre la multiculturalidad, los derechos humanos o la ecología que acaban convertidos en barra libre para el abuso, el atraco fiscal y el intervencionismo en todos los órdenes de la vida.

Cómo van a ponerse de acuerdo en nada sobre Ucrania, Rusia o los Estados Unidos si solo son capaces de consensuar medidas que protejan sus propios chiringuitos ideológicos y económicos.

Y cómo van a hacer algo más que cumplimentar a Trump, que para eso se reunieron en París y ni así llegaron a conclusión alguna, si tienen como emblemas a presidentes como Sánchez, dependiente a la vez de un prófugo, un golpista, un terrorista y una chavista: por mucho que les moleste a sus forofos escuchar el origen de su Presidencia, es la que es, y el perdedor tornó en vencedor exclusivamente por estar dispuesto a pagarles sus respectivos impuestos revolucionarios a Puigdemont, Junqueras, Otegi y Díaz.

En esas estábamos, y en llamar «fascista» a todo el mundo para ver si desde el miedo en lugar de con la esperanza lograban mantener sus palacios de barro, cuando ha llegado un sheriff nuevo a la ciudad, pendenciero y bocazas, a poner el orden que al menos él necesita: mejorar su economía, quebrar la alianza de Rusia y China, apostar por Arabia Saudí o Maruecos frente a Irán y dedicar sus recursos a aquello que esperan sus votantes.

Podía haberlo hecho sin contarlo, pero envió a su vicepresidente Vance a Europa a explicarlo, para que todo el mundo supiera a qué atenerse: no pidió permiso ni ofreció disculpas, se limitó cortésmente a decirle a Europa que no le van a pagar más rondas, que les cobrará lo que le cobren a él y que existe un modelo alternativo a la confiscación fiscal, la Agenda 2030, el liberticidio intervencionista, la ingeniería social y la colonización multicultural.

Puede gustar o no, y los brochazos siempre dejan pegotes innecesarios en la pared, pero es una manera de actuar con la intención de provocar los hechos y no de sufrirlos. Trasladar a Europa los parámetros americanos es imposible. Pero no tener unos propios, adultos, para sobrevivir en un mundo que no va a esperar a que Sánchez, Macron y compañía dejen de jugar a las casitas con establo para encerrar allí a las ovejas, que son los ciudadanos.

Si Trump acaba con dos guerras y hace prosperar a los americanos, va a ser difícil sostener que el problema es él y no quienes nos matan a impuestos y sienten que la prioridad es poner tapones pegados en las botellas de plástico para que no se caigan al suelo.

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