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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Faltan Baldomeros

En cambio, don Baldomero, que era todo afabilidad, buenas maneras y fascinante encanto personal, era, probablemente, el centro de todas las operaciones fallidas y peticiones rechazadas

Actualizada 11:47

La Banca en España necesita más Baldomeros. Leído así, de golpe, el lector tiene todo el derecho a pensar que ha leído una tontería o que se la han metido doblada. Pero nada más lejano a la realidad histórica. Más que Baldomeros, la Banca española añora la figura de don Baldomero Sforz, al que dotamos de ese apellido tan raro y poco español para despistar a los que no le conocieron.

Barca

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Don Baldomero era traductor de muecas y gruñidos de un conocido banquero que ocultaba en su supuesta timidez una acrisolada antipatía al aspirante a conseguir un crédito en su entidad bancaria. Don Baldomero cumplía a rajatabla con su cometido, y los clientes decepcionados por la falta de apoyo del presidente atribuían a don Baldomero la causa de sus calamidades.

El presidente jamás recibió a nadie en su despacho con don Baldomero ausente. Era don Baldomero limpio y aseado, decididamente desasistido de frondosidad pilosa, es decir, completamente calvo, y de una amabilidad abrumadora. Lo contrario que su presidente, hombre adusto y malhumorado, gran intérprete del lenguaje del carraspeo.

El presidente causaba pavor a su clientela, pero se trataba de un pavor medido, asumido y nada sorprendente. El presidente lo era de un banco muy importante, y carecía de amigos íntimos. En cambio, don Baldomero, que era todo afabilidad, buenas maneras y fascinante encanto personal, era, probablemente, el centro de todas las operaciones fallidas y peticiones rechazadas. —El presidente ha estado encantador, pero don Baldomero le ha convencido que mi propuesta no era beneficiosa para el banco—. Y el presidente era invitado a la cacería del frustrado inversor, mientras don Baldomero regañaba a su mujer por haber adquirido el aceite de oliva en un comercio de ultramarinos sin reparar que, en el economato del banco, se vendía a 0,75 céntimos más barato que en el comercio normal.

El presidente oía con atención la petición de crédito y los motivos de la solicitud.

—Grom, grom, vradur —comentaba. Y Don Baldomero traducía

—Que dice el señor presidente que puede ser, pero que las garantías que usted ofrece se le antojan escasas —Y sonreía. Me refiero a don Baldomero.

—Presidente, tengo la oportunidad de comprar un campo precioso en muy buenas condiciones, pero necesito una pequeña financiación–.

—Ejem, grrr, last, yo—. Y don Baldomero traducía: –Si el señor se refiere a la Dehesa de las Grullas, ha llegado tarde. La ha comprado el señor presidente por dos perras, porque su anterior propietario falló en el pago de tres cuotas–.

—Presidente, hemos sido compañeros de clase en el Pilar, y te he dejado copiar mi examen en muchas ocasiones. Necesito con urgencia 200.000 pesetas para que no me subasten el piso—. Y el presidente emitía un «zuuum, zuuum, crash»—. Don Baldomero, ponía las palabras de su presidente en la oquedad mental del solicitante. —Que sí, que el presidente reconoce que usted le ayudó en los exámenes, pero aquello sucedió en tiempos de Pío Nono, y en la actualidad, Su Santidad es Pablo VI. Respecto a su piso, el presidente me sugiere que le informe, que su piso se lo ha quedado él. Faltaría más—.

Agonizaba el presidente. Rodeaban su lecho de muerte sus hijos, que eran muchos. Ninguno había heredado la gran visión financiera de su padre, y don Baldomero estaba a punto de jubilarse. Pero acompañó a su señor hasta el final. En un momento dado, el presidente alzó los brazos, don Baldomero interpretó que deseaba descansar sobre el cuadrante, y más aliviado le dirigió unas cariñosas palabras de despedida a sus familiares.

—Uñe, perruñe, flit, pon—. Don Baldomero dejó escapar una lágrima de su ojo izquierdo.

—Que dice el señor presidente que son todos ustedes unos inútiles, que no sirven para nada, que tiran bien a las perdices pero nada más, y que, en vista de ello, me lo deja todo a mí—.

  1. Muchos lectores creerán que en este escrito impera la fantasía. Nada de eso. Don Baldomero heredó, adquirió un amplio territorio costero en la República Dominicana, y hoy disfruta de sus ganancias gracias a los extraordinarios inversores socialistas que fundraisinguean —suena a apellido de Azcoitia— por allí.

Y no me pidan más datos porque mi respuesta será en el idioma del difunto mandatario de la Banca.

—Gimols, nopitó nul—.

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