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Irene Montero: gracias y hasta luego

Hay algo curioso en la fijación del feminismo con el mundo laboral

Actualizada 01:30

Al César lo que es del César, y a Irene Montero lo que le corresponde. No será común que sus detractores lo reconozcan, pero bajo su ministerio se logró duplicar la baja por maternidad. Un avance en toda regla. No fue, sin embargo, el avance ideal, porque en lugar de permitir que cada familia distribuyera el permiso según sus necesidades, se impuso una división equitativa entre madre y padre, sin excepciones.

Hay algo curioso en la fijación del feminismo con el mundo laboral. Todo su discurso parece orientado a garantizar que las mujeres accedan al mercado de trabajo y prosperen profesionalmente, como si la cumbre de la realización personal fuera cumplir con un horario de oficina. No es una mala meta en sí misma, pero sorprende la absoluta indiferencia ante un fenómeno paralelo: el fracaso escolar es mayor en niños y las universidades están cada vez más feminizadas.

A la ministra Montero se le culpa de otro problema: durante su gestión, no sólo no han disminuido las agresiones sexuales sino que han aumentado las denuncias. Uno de los motivos podría deberse a que las auténticas víctimas hayan encontrado el apoyo necesario para hablar. Denunciar una agresión no es fácil: implica lidiar con el miedo, con la culpa, con la propia psique hecha pedazos, más factores logísticos que no son en absoluto irrelevantes.

Ahora bien, si el objetivo es proteger a las víctimas, ¿por qué se habla exclusivamente de un tipo de víctima? ¿Por qué nunca hay espacio para hablar de la violencia psicológica que sufren algunos hombres en el ámbito doméstico? ¿Por qué no se menciona la violencia en parejas homosexuales? ¿Por qué los casos de cierto tipo de violaciones se ocultan a nivel mediático, omitiendo determinados perfiles de agresores para no incomodar a sectores ideológicos dominantes? ¿Por qué está de moda defender con ahínco el derecho de las mujeres musulmanas a llevar velo, pero se desprecia cualquier manifestación de religiosidad cristiana como símbolo de sumisión patriarcal?

Si el feminismo cree en la sororidad y en la protección de las mujeres, ¿por qué el «hermana, yo sí te creo» desaparece cuando el acusado es un jefazo del partido? ¿Dónde están las pancartas, campañas, y manifiestos contra Errejón y Monedero? La credibilidad automática de la víctima es un concepto elástico, que se aplica o se omite según convenga.

Y, lo que clama al Cielo, ¿por qué no se habla de que, en los casos de divorcio, los abogados recomiendan por defecto acusar al marido de malos tratos? ¡Qué buen atajo para garantizar mejores condiciones en la custodia, un as bajo la manga que desequilibra cualquier negociación! El resultado es previsible: la sospecha recae sobre todos, los verdaderos culpables se diluyen en la masa y las víctimas reales se ven arrastradas en la confusión de un sistema que convierte la justicia en un campo de batalla.

No es casualidad que cada vez más personas opten por no tener pareja. Después nos extrañamos de la epidemia de soledad y sus consecuencias. La caída en picado de la natalidad no se debe solo a la precariedad económica. Hay algo más profundo: una desconfianza estructural, una distancia emocional insalvable, un miedo latente a la convivencia con el otro.

Desde todos los frentes se bombardea con la misma idea, especialmente a las mujeres: tener hijos es un lastre, una irresponsabilidad, un sacrificio absurdo. No hace falta leer a sesudos filósofos para percibirlo. Ni siquiera hace falta ver Netflix o seguir ciertas líneas editoriales. DreamWorks lo resumió en 2017 con «Bebé jefazo», una película infantil que relata la historia de unos bebés en guerra contra el auge de las mascotas.

Hace unos días celebré el undécimo cumpleaños de mi primogénito. Acabamos la noche con dolor de estómago de tanto reír. No lo cambio por nada, y esto me hace sentir revolucionaria, cuando es de lo poco que tenemos en común todas las mujeres a lo largo de la historia. Hasta ahora. Por miedo, por ideología, por simple adoctrinamiento, se ha terminado creyendo que la vida es más llevadera sin hijos, sin compromiso, sin familia. Más libre, dicen. Me pregunto qué tipo de libertad es esa cuando al final del día, en lugar de una casa llena de voces y de risas, lo único que se escucha es el sonido del microondas y el eco de una nevera demasiado grande para una sola persona.

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