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Entre la guerra de sofá y la sumisión energética

¿Hasta qué punto está al tanto el ciudadano medio de las decisiones de Bruselas? Los mismos que nos piden ir al frente para salvar la libertad son quienes reivindican la censura y multan a quienes osen rezar en silencio ante una clínica abortista

Actualizada 01:30

El «liberal» medio nunca ha empuñado un arma, pero ha pasado la vida viendo películas de guerra. Conoce de memoria las escenas de Salvar al Soldado Ryan, ha visto Dunkerque más veces de las necesarias y ha leído Las Ardenas en una edición con las tapas desgastadas por el uso. Cierra los ojos y se ve a sí mismo en Normandía, con el viento golpeándole el rostro, la mirada firme, la causa justa. Su enemigo un Hitler reeditado que solo espera su derrota. Confunden el cine con la realidad, donde no hay banda sonora, ni gloria, ni plano heroico al contraluz. Solo política, intereses, energía y dinero. Y ahí, el salvapatrias se pierde.

Desde su despacho traza estrategias con la precisión de un general de sofá. Exige sacrificios, alienta la guerra, aplaude el envío de tropas. Desde su despacho. Desde su calefacción encendida. Desde la paz de su Europa posthistórica, esa que no ha visto un conflicto en su propia casa desde hace generaciones.

En 2018, Trump advirtió a Europa sobre su dependencia del gas ruso. Le respondieron con sonrisas condescendientes. Entre los que se burlaban estaba Christoph Heusgen, asesor de Merkel. Cuatro años después, Alemania vio cómo el Nord Stream volaba por los aires y tuvo que comprar gas más caro en mercados secundarios. Hace una semana, en Múnich, el mismo Heusgen que se reía de Trump acabó llorando.

Europa juega a la guerra como quien juega al ajedrez sin mirar el tablero. Se envuelve en discursos grandilocuentes contra Putin, pero sigue comprándole gas. En 2023, la UE importó un 15 % de su gas de Rusia. España, un 12 %. Cada euro gastado financia el ejército contra el que se supone que luchamos. Frenar a Rusia sería sencillo: cerrar el grifo. Pero eso exigiría sacrificios. Más fácil mandar soldados al frente mientras en Bruselas la calefacción sigue encendida con gas de Moscú.

Esta situación no cayó del cielo. Nos vendieron la mentira de la Europa verde y sostenible, obviando que la alternativa a la nuclear no eran las energías renovables sino el gas ruso. Mientras nosotros nos dedicábamos a desmontar centrales nucleares, Rusia, China e India apostaban por la energía que mejor aseguraba su crecimiento. Alemania cerró sus últimas centrales nucleares en 2023, un acto de fe ideológico que solo la hizo más dependiente de fuentes de energía menos eficientes. Todo en nombre de la ecología, como si el abastecimiento energético y la soberanía nacional fueran asuntos sin importancia.

Así que aquí estamos: con una élite europea que sigue actuando como si fuera la conciencia universal del mundo civilizado, pero que en la práctica ahoga nuestra industria, nuestro campo y llena nuestros países con personas de culturas radicalmente distintas a la nuestra, sin control ni criterio, aumentando la inseguridad y criminalizando a quienes se quejan de esto. Nos dicen que luchamos por la democracia. Pero ¿quién nos ha consultado nada? ¿Hasta qué punto está al tanto el ciudadano medio de las decisiones de Bruselas? Los mismos que nos piden ir al frente para salvar la libertad son quienes reivindican la censura y multan a quienes osen rezar en silencio ante una clínica abortista.

La Unión Europea sigue convencida de ser el faro moral de Occidente. Un coloso de valores, principios y derechos universales. Pero los faros no sirven si no hay tierra firme donde sostenerse. Si todo lo que los rodea es agua, si ya no queda costa que iluminar, entonces no son más que luces temblorosas en mitad de la nada.

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