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A vuelta de páginaFrancisco Rosell

El plan rataplán de Pedro 'Valores' contra el Trumpazo

Pedro 'Valores' Sánchez confunde neciamente valor y precio –como predijo el poeta sevillano al que él hizo nacer en Soria– con un nuevo Plan (rataplán) de Respuesta y Relanzamiento Comercial que difiere en el nombre, pero no en la sustancia, de tantos otros tan plagiados como su tesis

Actualizada 01:30

Gran detractor de las aduanas comerciales, el economista y escritor francés del siglo XIX Frédéric Bastiat utilizó el humor y la sátira para, en su obra «Petición de los fabricantes de velas», burlarse del amparo oficial a estos menestrales contra la concurrencia de la luz solar. A este fin, Bastiat censuraba cómo pervertían las leyes tanto el egoísmo carente de inteligencia como la falsa filantropía de quienes, persiguiendo un lucro raudo, acababan labrando un pésimo futuro. «Si los bienes no cruzan las fronteras -advertía-, lo harán los soldados».

Como el hombre, rehén de sus juicios y de sus pasiones, no siempre jerarquiza sus deseos de manera razonable, habrá que ver a qué obedece el «Trumpazo» del 47º presidente de los EE.UU. dictando una batería de aranceles a prácticamente todos los productos, sin distinguir países amigos y enemigos, en el mayor retroceso del libre comercio experimentado desde la fundación de la nación hace dos siglos y medio. No se sabe bien si ha primado en Trump su capacidad olfativa de elefante –cuatro veces mayor que la del ser humano– o la agresividad del paquidermo que, en la fase must, dispara sus niveles de testosterona al 60% y arrambla con todo hasta ser reducido.

En función del desenlace de esta guerra comercial, se estará ante «uno de los días más importantes en la historia de EEUU», como vitoreó Trump en su reality show con la Casa Blanca como plató, o ante la guerra comercial «más tonta de todas», como aventuró The Wall Street Journal. En todo caso, lo único seguro –como los impuestos– es que empobrecerá a todo el mundo tanto intramuros como extramuros de EE.UU. tras romper el orden mundial que él mismo edificó y del que es su primer beneficiario como certifica su hegemonía mundial desde la II Guerra Mundial.

Prima facie, los aranceles redundan en una mayor tributación y en un encarecimiento de precios, si bien con la ventaja para el Gobierno de que, al funcionar como un gravamen indirecto a las importaciones, cosecha esos ingresos adicionales sin menoscabar su imagen y se granjea a sectores del electorado al erigirse en gran defensor frente al espantajo foráneo. En consecuencia, engrosan el Tesoro a costa del comercio sin ser un utensilio eficaz para menguar el déficit presupuestario. Para este menester, se exigen reformas que vayan a la raíz, pero que obliga a arremangarse a los que no quieren salpicaduras. En suma, las barreras artificiales perjudican la riqueza y la libertad de las naciones.

Ahora bien, conviene no cegarse con el resplandor del «Trumpazo» y olvidarse de cómo la Unión Europea multiplica sus trabas burocráticas e intervencionistas que lastran el libre comercio y que puede agravar hogaño con la excusa de responder al órdago de Trump. Sin duda, la única industria europea que no se resiente es la de elaboración de directivas como churros, pero de peor digestión para ciudadanos y empresas con el pretexto de hacerlos más dichosos arruinándolos. A estos aranceles continentales a la sombra, súmense los de una España en la que las reglamentaciones autonómicas contra la libertad de comercio son más inaccesibles que las fronteras de hormigón armado, a la par que se registran situaciones de «apartheid» con la lengua reemplazando a la raza.

De hecho, se agudiza lo que el gran escritor realista francés Stendhal, funcionario napoleónico y versado en cuestiones administrativas y fiscales, denunciaba en su Diario de un turista de 1839. «Los catalanes –narraba– piden que todo español que hace uso de telas de algodón pague cuatro francos [por unidad] al año, por el solo hecho de existir Cataluña. Por ejemplo, se fuerza al español de Granada, La Coruña o Málaga a no comprar los productos británicos de algodón, que son excelentes y que cuestan un franco la unidad, para que utilice los productos de algodón de Cataluña, muy inferiores, y que cuestan tres francos». Para Stendhal, aquellos catalanes le parecían tan liberales «como el poeta Alfieri, que era conde y detestaba los reyes, pero consideraba sagrados los privilegios de la nobleza».

Al cabo de casi dos siglos, aquel arancel vituperado por Stendhal es ya casi una soberanía fiscal edulcorada en pago porque Pedro Sánchez sea presidente merced al independentismo que lo aupó y lo sustenta en La Moncloa. A los parapetos de los que valieron las manufacturas catalanas, pero también la siderurgia vasca, se han sumado otras que no debiera tapar el «Trumpazo». Quienes gritan «España nos roba» mientras se quedan con la bolsa son como Trump arremetiendo contra «los extranjeros que han saqueado nuestras fábricas y han destrozado nuestro otrora hermoso sueño americano»

A la hora de librar esta contienda comercial, la tentación de Sánchez –explicitada ayer mismo– es instrumentalizar el «Trumpazo» para huir fugitivo de los graves contratiempos del presente tanto en el ámbito judicial, con las imputaciones por corrupción de su familia y de su partido, como en el político, carente de una mayoría parlamentaria estable con la que aprobar los Presupuestos del Estado y cumplir sus compromisos de rearme europeo ante la amenaza rusa. Frente a primeros ministros que anteponen que sus países resistan al vendaval de este cambio geopolítico radical, Sánchez lo busca es resistir él y, de paso, reforzar su poder sin importarle su coste para España y sus instituciones.

Al escapar de las brasas del COVID, pese a su desastrosa labor en cifra de muertos y en agios en los Ministerios de Ábalos e Illa, trata de repetir el número del fuguista al sentir como la soga le aprieta el cuello. Deambula del falaz «Salimos más fuertes» de la pandemia al mendaz «Nuestros valores no están en venta. Nuestros productos sí» contra el «Trumpazo», mientras pone rumbo a China por tercera vez en dos años y a ver quién alcanza al «galgo de Paiporta». Blandir farisaicamente que «nuestros valores no están en venta», por quien ha mercadeado La Moncloa con el prófugo Puigdemont y le asaetea la podredumbre demuestra que, ciertamente, «lo peor que le puede pasar a una causa justa no es ser atacada hábilmente, sino ser defendida ineptamente», según Bastiat. A este respecto, Pedro 'Valores' Sánchez confunde neciamente valor y precio –como predijo el poeta sevillano al que él hizo nacer en Soria– con un nuevo Plan (rataplán) de Respuesta y Relanzamiento Comercial que difiere en el nombre, pero no en la sustancia, de tantos otros tan plagiados como su tesis y que firma quien ha hecho del vicio hábito.

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